viernes, 28 de diciembre de 2012

Federico Reyes Heroles - Fuentes en su balcón

O P I N I Ó N
F E D E R I C O  R E Y E S  H E R O L E S
Fuentes en su balcón

El lunes 14 de mayo, a eso de la 1:45 pm hablé con él. Rigurosamente se sentaba a comer alrededor de las dos. Lo oí animado, me platicó de El baile del centenario, su próximo proyecto, del peso (físico) de los libros que tenía que leer para la novela. Imposible llevarlos a Londres. En la Ciudad de México no se puede trabajar bien, la vida social es muy intensa, se quejó. Le repliqué guaseando que él era el primer provocador de esa vida social. Se rió. Guaseamos. Quedamos de ir al teatro. Él quedó de "disparar" la cena. El martes 15 sentado en mi escritorio recibí la llamada del gran René, ha muerto. ¿Qué...? No salía yo del azoro. Sí, se murió Carlos.

Nos engaño, se veía tan bien, mostraba tanta energía, su actividad era tan intensa -infinitos viajes, aviones sin cesar, conferencias, entrevistas, nuevos libros en la cabeza, lo que fuera- que nunca dejó asomar ni cansancio, ni aviso de que sentía llegar el fin. Pero a su edad la posibilidad de la muerte ronda. Han pasado los meses. En la FIL tuve el triste honor de presentar la que, ahora sí, sería su última novela, Federico en su balcón, Alfaguara. Se trata de un texto denso, no es un paseo de campo. Dos personajes uno plenamente identificado, Federico Nietzsche y otro, quizá Fuentes, pero por momentos podría ser cualquiera de nosotros, dialogan en un pequeño espacio exterior que separa las habitaciones de su hotel. La idea literaria es excelente en tanto que el escenario es mínimo y la verdad no importa. La sustancia desplaza por mucho la irrealidad de la situación.



Sólo recuerdo algo similar en los Diálogos en el Infierno, entre Montesquieu y Maquiavelo de Maurice Joly. Hay muchas diferencias. Joly reproduce –a partir de las doctrinas de cada uno de los pensadores- las probables respuestas que cada quién hubiera dado a una serie de disyuntivas que el autor escoge. En contraste en el libro de Fuentes sólo uno había fallecido y el otro estaba vivo y se convierte a sí mismo en personaje de su propia novela. De tal manera que es un diálogo de Fuentes con Nietzsche o, como ha dicho Sergio Ramírez, una conversación entre Carlos Nietzsche y Federico Fuentes. Algo de confesión merodea. Comienza la especulación.

Quizá Fuentes veía venir el final. Quizá necesitaba una confrontación con sus valores más íntimos. Quizá quería confesarse. Quizá Nietzsche era el personaje perfecto para esa aventura. "Dios ha muerto" es la expresión de la vasta obra de Nietzsche que todo mundo recuerda. Pero hay muchos otros temas fantásticos. ¿Era Fuentes un creyente? Nunca hablaba de religión, por lo menos de la propia. No profesaba ritual alguno, por lo menos visible. Creo que la mejor pista que tenemos de su pensamiento está en En esto creo, Seix Barral. "Busco en vano un personaje histórico más completo que Jesús, el Cristo" Es el primer renglón de la voz "Jesús" del libro.

Católico profesante no, al contrario crítico pertinaz de la Iglesia católica y de sus posiciones políticas. Pero Jesús, Jesucristo, como origen y ejemplo, ocupaba en él un espacio muy especial. Porque además de la doctrina estaba el "ser histórico activo". Quizá por eso necesitaba dialogar con Nietzsche. Fuentes afirma: "Donde se mezclan más conflictivamente la personalidad pública y la privada de un artista es en el espacio ideológico" Fuentes es muy claro, le interesa Jesús, el "hombre que vivió entre hombres" Pero Nietzsche lo lleva a las contradicciones. "¿Me dices que el mal es necesario para darle sentido al mundo?" pregunta Fuentes a su interlocutor. "... si todo fuera el bien, nada tendría sentido". Así desfilan los temas por el libro: la familia, la decadencia, Dios y la violencia, el eterno retorno, etc.

Todos cometemos errores le dice Fuentes a don Nietzsche, "todos traemos al mundo un misterio, no una equivocación" responde el alemán. Los personajes de cuya vida nos habla Fuentes encarnan una discusión. Allí radica una variante del diálogo entre dos, porque los dos dan entrada en la ficción a situaciones de la vida real. El hotel Metropol se constituye en el escenario abstracto de ese encuentro de muchos. Nietzsche camina por la ciudad que podría igual ser el Distrito Federal que Fuentes amaba y odiaba a la vez o Santiago de Chile o Buenos Aires, qué sé yo. "Todos tenemos momentos de camello antes de tener momentos de león" Fuentes coquetea -como quizá en ningún otro texto- con el aforismo, con las "flechas" de Nietzsche: la expresión tan breve y contundente como sea posible.

Federico en su balcón, es un experimento literario y, como todo experimento, no conoce el resultado, busca, se aventura, se arriesga en un territorio complejo y delicado. La materia del experimento es su propia vida. Dudas y certezas, Jesús y Dios incluido. Qué pasaría por su mente en las navidades. Fantástico que Fuentes haya llegado al final sin ningún interés por lo popular, sin concesiones o fórmulas, experimentando. Qué ejemplo de creador.

Leído en http://www.noroeste.com.mx/opinion.php?id_seccion=104

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