El Partido Acción Nacional ha pasado de la gloria al infierno. No sólo porque se degradó de primera a tercera fuerza política, también porque la derrota ha dejado un terreno minado en su propio cuartel. Están divididos y están débiles. Les quedan apenas cuatro gubernaturas de las 32 (Guanajuato, Sonora, Baja California, Baja California Sur, aunque esta última el gobernador es panista sólo de nombre; similar caso al de Puebla y Sinaloa). Y este año podrían perder Baja California. Peor aún, la hegemonía del partido podría pasar del calderonismo al yunquismo.
Calderón jugó a hacerse del control político para mantenerse como hombre fuerte del partido, y en esa medida, ser el interlocutor estratégico para Peña Nieto como garante de la “oposición responsable”. El cálculo no era equivocado: pese a sus magras cuotas en la cámara de diputados y senadores, el PAN tiene suficiente para darle al PRI y sus aliados la mayoría calificada que requieren las reformas constitucionales del Presidente. Si Calderón era capaz de ofrecer eso, se convertiría, en las sombras, en uno de los políticos más poderosos del sexenio. Y desde luego, se aseguraba la protección del gobierno de Peña Nieto en contra de cualquier intento de llevarlo a juicio a él y a los miembros su círculo inmediato.
Pero al michoacano le fallaron dos cosas. Primero, que la actitud negociadora de la actual dirigencia del PRD le ofrece a Peña Nieto otra vía para negociar mayorías. No depende exclusivamente del PAN y eso abarata la factura política. Incluso los intentos de la oposición para hacer un frente común PAN-PRD han naufragado por la desconfianza mutua. Si me apuran, hay más coincidencias de fondo entre el PRI y el PRD que cualquiera de ellos con los blanquiazules. Recordemos que muchas cabezas de la izquierda fueron priístas en sus orígenes. Por mencionar algunos: Andrés Manuel López Obrador, Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal, Manuel Camacho y un largo etcétera.
Y segundo, y más delicado, no está muy claro que Calderón pueda mantener el control del partido. Ciertamente colocó a varios de sus leales en posiciones claves, particularmente en el senado: su hermana Luisa María “La Cocoa”, Ernesto Cordero, Mariana Gómez del Campo, entre otros. Y muchos de su corriente ocupan posiciones en las segundas y terceras parrillas del gobierno federal. Su peso es aún mayor en el Consejo Nacional, integrado por 300 miembros.
Pero todo esto podría cambiar. El Gobierno Federal ha comenzado una reestructuración que limpiaría esas segundas y terceras parrillas, y a su vez, el PAN se encuentra en medio de un refrendo de militantes para aligerar el padrón inflado con el que venía operando en los últimos años. En todo caso, se anticipa que muchos que se decían calderonistas en el Consejo Nacional, dejarán de serlo en las próximas elecciones internas.
El actual dirigente del partido, Gustavo Madero, ya comenzó a sacudirse la presencia de Calderón. Está claro que en la firma del pacto negociado entre PRI, PAN y PRD, el expresidente fue avisado, pero no consultado. La mejor indicación fue el berrinche de su alfil, Ernesto Cordero, quien en principio se rehusaba a acatar el acuerdo, por considerar que algunos puntos del pacto eran de inspiración calderonista y en su momento no fueron apoyados por el PRI.
Es una buena noticia que el PAN pueda sacudirse el cacicazgo de Calderón. La mala es que El Yunque podría ser el ganador de ese desplazamiento. Constituyen la corriente más orgánica y sólida para buscar la presidencia del partido en noviembre del próximo año. Gustavo Madero intentará reelegirse, pero enfrentará las candidaturas de Juan Manuel Oliva o de Marco Antonio Adame, exgobernadores de Guanajuato y de Morelos, ambos de El Yunque.
Por el momento, Santiago Creel, Molinar Horcasitas (ahora excalderonista), Roberto Gil (vinculado a Josefina) han comenzado a operar en alianza con Madero. La propia Josefina Vázquez Mota y otras corrientes disidentes como las de Javier Corral y Manuel Clouthier (formalmente no está en el PAN, pero influye) podrían hace un bloque común para oponerse a El Yunque. No son alianzas imposibles, pero tiene mucho de fragilidad. Podrían quedar emparedados entre calderonistas y yunquistas, quienes poseen mucho mayor peso entre las bases internas dentro del partido.
A este grupo tutifruti le quedan once meses para derrotar al calderonismo y preparar la batalla frente al yunquismo. En el camino habrá muertos y heridos, deserciones y traiciones. Un desenlace de pronóstico reservado. Pero algo me dice que los operadores de Peña Nieto podrían ser decisivos para el triunfo de una u otra corriente. ¿Madero, Josefina, Calderón o El Yunque?
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