domingo, 30 de diciembre de 2012

Jorge Zepeda Patterson - Un exilio en series de televisión


Hace una semana en este mismo espacio sugerí algunos libros para pasar estos días en un reparador exilio vacacional de la política. Por fortuna nos queda otra semana antes de tener que regresar a la realidad de la nota diaria, los ejecutados de la jornada y las promesas de los políticos.
Para contribuir a esta sana negación de la cruda realidad, propongo enzarzarnos en otra modalidad de ficción, distinta a la de los libros pero igualmente interesante: las series de televisión. Y para no apartarme demasiado de los temas que usualmente ocupan estas líneas, me limito a cuatro obras que bordan asuntos políticos. Salvo que en este caso son para divertirnos y ocasionalmente ilustrarnos, no para preocuparnos (o fastidiarnos como a veces sucede con la política real).




El clásico en la materia es la serie West Wing, del talentoso Aaron Sorking. Sé que María Marván, la ahora comisionada del IFE mostraba a sus alumnos algunos capítulos de esta producción cuando daba clases de ciencia política. Y no se equivocaba. Está centrada en la Casa Blanca (la oficina Oval se encuentra en el ala occidental o, como es conocida, West Wing) y constituye una verdadera sumersión en las maneras de hacer del equipo que rodea al presidente de los Estados Unidos, interpretado en este caso por Martin Sheen.
West Wing, que se transmitió de 1909 a 2006, a lo largo de siete temporadas, fue ampliamente aclamada por exfuncionarios de la Casa Blanca y por académicos. La capacidad para reflejar las tripas del entramado político de Washington, la enorme calidad de los diálogos y la habilidad para convertir en suspenso complicadas negociaciones y crisis internacionales, convirtieron a la serie en una de las más premiadas en la historia de la televisión. Vea la primera temporada al menos, le aseguro que aprenderá más que leyendo las columnas políticas de los diarios durante esta semana.
Si prefiere series más dramáticas, Homeland no lo va a decepcionar. También está ambientada en Washington pero enfocada en la CIA y sus infructuosos intentos para descubrir y detener un atentado de proporciones mayúsculas. Hasta aquí la trama podría parecer una versión más de las innumerables películas de presupuesto B que ya existen. No es así; en 2012, su primera temporada, ganó un Amy y el Globo de Oro como mejor serie del año. Las actuaciones son soberbias y el guión nos sorprende una y otra vez, sin necesidad de recurrir a las trampas y obviedades a las que nos sometía Jack Bauer en 24. Los personajes están dibujados acuciosamente a partir de una paleta de grises; ni los presuntos terroristas carecen de razones, ni los agentes policíacos son alteregos de la libertad y la democracia. Los dos personajes centrales, Carrie Mathison y Nicholas Brody son almas atormentadas. La primera es analista de la CIA y padece un desorden bipolar; el segundo es un exprisionero de la guerra de Irak convertido al Islam. Lo demás, tienen que verlo.
Treme no es propiamente una serie política y no tiene mucho que ver con Washington. Aparentemente. Está ambientada en Nueva Orleáns en los siguientes meses de la destrucción de la ciudad por Katrina. A través de una docena de personajes, cuyas vidas se entrelazan, la serie es una fascinante visión antropológica de las distintas especies que habitan esta peculiar ciudad y la manera en que intentan reconstruir sus vidas: los músicos de la calle que tratan de revivir los ritmos musicales que parecen anacrónicos en el nuevo orden; la chef que se resiste a cerrar su restaurante en ruinas; el intelectual que se indigna por el desprecio de los bárbaros llegados del norte; la abogada que lucha contra una burocracia que trata a Nueva Orleáns como territorio ocupado; los habitantes todos que buscan acomodarse a las decisiones absurdas e ignorantes de un proyecto de reconstrucción enviado desde Washington y plagado de corrupción. Treme es una serie profundamente humana y absolutamente corrosiva sobre el supuesto encanto del American Way of Life. 
Si nada de esto le convence, vaya a la segura. Hágase aficionado a The Wire, por mucho la mejor serie policiaca en la historia de la televisión (creación de David Simon, como la anterior). Una sola temporada (son cinco) le permitirá a usted entender el fenómeno del narcomenudeo con mucho mayor claridad que los cientos de discursos que Calderón nos endilgó a lo largo de un sexenio. Y ya enrrachados procure las primeras temporadas de Breaking Bad, sobre un profesor de química con cáncer que decide meterse a hacer metanfetaminas. Entre ambas series al final usted sabrá más sobre el tema que el propio Genaro García Luna. 
@jorgezepedap
www.jorge.zepeda.net

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