El turismo del Juicio Final ha abarrotado los hoteles para el 21 de diciembre. Los sibaritas de la catástrofe desean presenciar en primera fila la destrucción de todas las cosas y quienes creen en la vida eterna asumen el apocalipsis como una oportunidad de cargarse de energía para un mejor futuro.
¿Qué visos de realidad tiene el fin del mundo? Durante junio recorrí la zona maya y entrevisté a arqueólogos y epigrafistas para el programa de televisión Piedras que hablan. Ningún especialista aceptó la fantasía del cataclismo.
Rodeados de un ecosistema inestable, que atribuían a deidades de caprichosa exigencia, los mayas trataron de pacificar el cosmos a través de sacrificios. Los dioses habían creado al hombre para que él los preservara: la sangre derramada alimentaba a seres sagrados que controlaban el decurso de los astros. La ciencia era una con la religión; los conocimientos astronómicos del pueblo que inventó el 0 reforzaban una concepción divina del universo, ordenado en ruedas calendáricas y enfrentado a furias atmosféricas. A los mayas debemos la palabra "huracán", y la última página del Códice de Dresde muestra los excesos a los que es proclive la naturaleza. Pero su visión del mundo no admite un punto final: lo que se desintegra reaparece de otro modo. La idea de un desenlace absoluto es cristiana y tiene por máxima expresión el Apocalipsis de Juan. El anhelado reino del Señor requiere de tabula rasa, un Juicio Final.
La idea del "apocalipsis maya" se basa en que el 21 de diciembre de 2012 concluye el B'aktun 13, ciclo iniciado 144 mil días antes. El Monumento 6, de Tortuguero, Tabasco, señala esto pero no dice que el B'aktun 14 sea imposible (concepción ajena a la mente maya).
Por desgracia, las evidencias débiles despiertan fantasías fuertes.
Interpretado en clave esotérica, el mundo antiguo asusta. El B'aktun que comenzó el 13 de agosto del año 3114 a. C. ha cobrado actualidad y los días que faltan para el 21 fatal se presentan como un conteo regresivo.
La "cosmofobia" como placer le debe mucho a Hollywood, cuyos efectos especiales acaban con todo sin alterar la realidad. Obviamente, los espectadores que comen palomitas no piensan que la destrucción pueda ocurrir en su barrio. Para eso está Yucatán, donde se encuentra la huella de un inmenso aerolito que cambió el clima antediluviano y contribuyó a exterminar a los dinosaurios. Un destino perfecto para el turismo terminal, el último de los lujos.
Pero los dioses mayas se han negado a apoyar la causa. Chac sigue a cargo de la lluvia, Yum Kax lucha por que el maíz no sea transgénico y los Bacabes recorren el cielo sin hallar señas ominosas. Además, Felipe Calderón, Señor de la Destrucción, ya se fue del país.
A falta de pruebas, los amigos del terror buscan ayuda en otras cosmogonías y hablan de Nibiru, planeta vagabundo que supuestamente chocará con la Tierra. De nuevo el peligro se prestigia con un toque arcaico (Nibiru es un dios mesopotámico, lo cual lleva a suponer que en algunos milenios la gente se espantará con un planeta bautizado como una deidad mediática del arcaico siglo XXI: Rihanna o Cristiano Ronaldo).
La conmoción ha afectado a los dos países que disputaron la supremacía del espacio exterior. Uno pensaría que las potencias que pusieron en órbita a cosmonautas y astronautas son menos supersticiosas sobre lo que pasa allá afuera. Sin embargo, Rusia ha sido presa del pánico y un "kit de emergencia" se vende como pan caliente (incluye vodka, cerillos y una libreta para describir el fin del mundo). Por su parte, Estados Unidos sucumbió a tal incertidumbre que la NASA ha tenido que informar que el universo es el mismo de siempre (ninguna inscripción maya ha dicho: "Houston, tenemos un problema").
Todo indica que el 21 de diciembre el mundo no se acabará más de lo que se está acabando. El verdadero apocalipsis es el que padecen los herederos de quienes construyeron las pirámides. José Huchín, uno de los pocos arqueólogos de origen maya, que trabaja en Chichén Itzá, me dijo en junio pasado: "Estas piedras sólo se entenderán cuando las interpreten los mayas".
En 1994, el EZLN llamó a incluir a los indígenas en el desarrollo. Esa causa no ha obtenido respuesta. Dentro de dos años se cumplirá otra cuenta calendárica, un katún, veinte años de lucha contra la exclusión y la injusticia.
A propuesta del subcomandante Marcos, las discusiones entre el gobierno y el EZLN ocurrieron en una cancha de basquetbol. Aunque el escenario parecía inocuo, era una representación contemporánea del juego de pelota, deporte ritual que sintetiza la dualidad del universo. Firmados en 1996, los Acuerdos de San Andrés no se convirtieron en ley ni entraron en vigor.
El auténtico desafío no es el fin de la Tierra sino de una cultura. Quienes aún hablan maya viven un apocalipsis cotidiano. Venerados como piezas de museo, carecen de presente.
Los mayas del periodo clásico son historia. Los mayas actuales no tienen historia.
El apocalipsis no es lo que puede ocurrir, sino lo que debe terminar.
Leído en http://www.educacioncontracorriente.org/index.php?option=com_content&view=article&id=66918:apocalipsis-juan-villoro&catid=14:maestros
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