Ser o parecer ha sido el dilema histórico del PRI en el ejercicio del poder. Especialistas en la simulación, los priístas desarrollaron un discurso demagógico, sin congruencia entre el decir y el hacer, donde la forma es fondo, que dio origen al gatopardismo mexicano donde se cambiaba para que todo siguiera igual.
Hoy, en el inicio del gobierno del "nuevo PRI", hemos visto la parafernalia de un extraordinario manejo mediático pero muy poco de la verdadera esencia de lo que se plantea ser como Gobierno Federal. El único mensaje que se ha dejado claro es: el poder se ejerce, no se comparte.
El 17 de diciembre fuimos testigos de cómo los medios de comunicación hicieron eco de un corte de caja en el tema de la inseguridad y la impunidad a través de las cifras que difundieron el secretario de Gobernación, y el procurador de Justicia de la nación en el marco de la segunda sesión extraordinaria del Consejo Nacional de Seguridad Pública.
Convencido de que para implementar las estrategias correctas es necesario el diagnóstico correcto, sorprende que no se haya dicho en el evento que el aumento de la criminalidad tiene nombre y apellido; la mayoría de los delitos son del fuero común, que son en estados gobernados por Fulano y Mengano de determinado partido político y que por lo tanto el crimen tiene una presencia territorial cada vez mayor bajo el criterio de que la arrogancia de los criminales es directamente proporcional a la omisión de las autoridades.
Tampoco se menciona que el crimen organizado en el país ha crecido exponencialmente con la complacencia, y en muchos casos con la complicidad, de autoridades federales, estatales y militares.
El pasado mes de diciembre vimos la firma del Pacto por México entre las principales fuerzas políticas del país, se presentó una propuesta de reforma educativa y se difundió una campaña publicitaria del Gobierno Federal que busca renovar esperanza a los mexicanos diciéndonos que los mueve el amor a México, un nuevo impulso, que son distintos y que saben cómo hacerlo. Que su compromiso es mover a México y su firme convicción que sí se puede.
Incluso en la firma del Pacto por México el presidente Enrique Peña Nieto nos dijo: "Cuando se trata de trabajar por México, no hay colores partidistas que nos dividan".
El mexicano comienza un nuevo sexenio deshojando una margarita diciéndose: te creo, no te creo… en relación con el "nuevo PRI". Fueron estos priístas que hoy lideran el país los que se opusieron a todo lo que ahora pregonan. Son ellos los que se vistieron de colores partidistas en lugar de trabajar por México. Fueron ellos los que se han negado a educar al pueblo para seguir manipulándolo electoral y políticamente. Son estos priístas los que desarrollaron toda una red de corrupción organizada que se entendió fácilmente y se alió con el crimen organizado.
Efectivamente, no se puede reconstruir una nación sin esperanza, pero no se puede reconstruir la esperanza de un pueblo, sin credibilidad en sus líderes.
El nombre del juego de este gobierno en lo político se debe llamar credibilidad, en lo económico, ya lo hemos dicho, se llama inversión, y en lo social se debe llamar emancipación.
Nos dice Mariano Grondona, politólogo y periodista argentino, que la diferencia esencial entre los países subdesarrollados y los desarrollados, es que los primeros quisieron fincar su desarrollo en la explotación de recursos, mientras que los desarrollados entendieron que había un recurso que no admite ser explotado, ese recurso es el ser humano, que para dar lo mejor de sí necesita explotarse a sí mismo, que no es otra cosa que darle su libertad.
¿Qué entenderá ahora el PRI por desarrollo, explotación o liberación? ¿Estará dispuesto a ganarse la credibilidad que se necesita para liderar esta gran nación y así promover la inversión económica que el país requiere e impulsar con educación la liberación del pueblo de México? O ¿seguirá atado a su anacrónico modelo de control y manipulación, autoritario y corrupto?
Se atreverá a ser, o bastara para ellos parecer. Ser o parecer, ese es el dilema.
@ClouthierManuel
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