Nuevos tiempos, aires de esperanza
PARALAJELiébano Sáenz
2013-03-16 •
Una de las preocupaciones recientes en ciertos círculos de opinión y de la oposición es el fortalecimiento de la Presidencia de la República como resultado de los acuerdos del Pacto por México y de lo que éste ha generado en materia de reformas. En algún sentido, la inquietud se explica pero no se justifica. Se explica porque desde hace tiempo el país se acostumbró a un Presidente mermado en su poder y en su actuar, no tanto por la opinión crítica, sino por la falta de capacidad política para generar, en democracia, la colaboración de las oposiciones, de la mayoría en el Congreso y, también, de los factores de poder que, durante estos 12 años, fueron beneficiarios de una Presidencia débil y usufructuarios del desacuerdo de los políticos.
Una Presidencia mermada llegó a entenderse, erróneamente, como una expresión democrática, de equilibrio de poderes y de rendición de cuentas. La disminución de la Presidencia no solo se hizo presente en términos institucionales, también en su actuación. Un hecho simbólico fue la incapacidad para realizar obras públicas en virtud de la protesta social. Acontecimiento emblemático resultó el desaguisado en la construcción del segundo aeropuerto de la Ciudad de México. La tolerancia se volvió complacencia y la aplicación de la ley se percibió como autoritarismo. La mayoría silenciosa y expectante fue la gran perdedora de este juego de poder.
La Presidencia disminuida no fue imparcial; de manera irónica y contra lo que supuestamente se buscaba, la intención de borrar al viejo PRI inauguró una Presidencia militante, partidista y sometida a los poderes facticos. Como consecuencia, la Presidencia no solo perdió capacidad de interlocución y mediación política, también se le impusieron, de manera indirecta, obstáculos para construir acuerdos con la oposición y colaboración con los otros poderes y órdenes de gobierno. Explicable que frente a este escenario cobraran fuerza las fórmulas fácticas de ejercicio del poder, así fueran las manifestaciones de macheteros, profesores faltistas o los excesos de dirigentes políticos y sociales, así como poderosas empresas que incursionaban como apostadores en la política, un terreno ajeno a su responsabilidad, y que después, en algunos casos, se convirtiera en un circo en la arena de la Presidencia de la República.
Hoy, ante los ojos de la sociedad, la debilidad de la Presidencia se ha resuelto por la vía de la legalidad y de la democracia, así como del diálogo y del acuerdo con la pluralidad. Las reformas que se han podido emprender no nacen de la voluntad política de un hombre o de una sola institución, sino del entendimiento y el acuerdo entre las diversas fuerzas políticas. El consenso no es imposición de uno sobre otros, sino la expresión del sentimiento compartido por prácticamente toda la clase política sobre la necesidad de rescatar al Estado mexicano de su postración. Los hechos muestran que la vía para el fortalecimiento de la institución presidencial es la democracia, el equilibrio de poderes y el escrutinio formal e informal al poder público.
Los críticos preocupados por el fortalecimiento de la Presidencia de la República no alcanzan a diferenciar a la persona de la institución y del partido gobernante.
Circunstancia que se explica por las tres dimensiones del Presidente de la República: la del jefe de Estado, es decir, representante de todos y del conjunto institucional; la del jefe de gobierno, fundamentalmente responsable personal de la administración pública del país; y la de jefe del partido o de la coalición gobernante. Dimensiones distintas, pero que no parecen haber sido comprendidas siempre por quienes nos gobernaron.
Por lo que entrañan las reformas constitucionales y buena parte del contenido del Pacto por México es tarea del jefe de Estado. Como se dijo, se trata de transformar, de mover al país hacia un cambio positivo, no solo de administrar. Esta consideración reviste al Pacto por México de una importancia fundamental. El compromiso es posible, porque atiende a las necesidades elementales del país y no a una visión de parcialidades o intereses de unos cuantos. Frenar el deterioro y rescatar al Estado no es un asunto de posturas ideológicas o partidarias, sino que nace del imperativo de que la política, el sistema representativo y el gobierno puedan cumplir su cometido.
El acuerdo sobre lo fundamental no debe anular las diferencias sobre muchos otros aspectos de la política y del gobierno. El debate no es interrumpido por los acuerdos, simplemente adquiere un cauce más racional porque define el ámbito de las diferencias y determina un espacio de interés común para todas las fuerzas políticas. La oposición no debe declinar su tarea de escrutinio crítico al gobernante; por lo tanto es tan pueril como mezquino desacreditarse entre opositores por la celebración de acuerdos con el Presidente en favor de una agenda de cambios elementales. Por el bien del país es importante que ni la dinámica ni los intereses personales o de grupo al interior de los partidos anulen el acuerdo.
Hoy la política vive uno de sus periodos más lúcidos y productivos. Lo que se ha logrado en los pocos meses de esta legislatura ha sido trascendental. La voluntad política de los líderes de los partidos y de la mayoría de los legisladores ha sido esencial para ello. Pese a la inercia de algunos, hoy en el país se respira un aire de nuevos tiempos; una etapa de fundada esperanza y convicción de que se ha reemprendido el camino para hacer realidad el México anhelado.
Todo esto no significa que los problemas ya hayan cedido su espacio. No. Lo relevante es que el país empieza a reencontrarse a sí mismo, con sus fortalezas y con la convicción compartida de que todo puede ser alcanzado, incluso lo impensable.
Los acontecimientos actuales representan una forma de reconciliación que trasciende el ámbito de los políticos para adquirir proporciones nacionales. Ello plantea una oportunidad singular y proyecta una significativa energía social para hacer realidad las grandes transformaciones; aquellos cambios que, a su vez, debieran permitir atender desde su raíz las causas de problemas nacionales elementales, como la pobreza, la corrupción, la inseguridad y el rezago del empoderamiento ciudadano. En la democracia, en el México real, el fortalecimiento de la institución presidencial, más que un objetivo, es un medio vital para construir un país más libre, justo y democrático.
http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9175148
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