PRIMER TIEMPO: Y cuando todo parecía tan bonito. La semana cerraba de manera espectacular. Como cada año, la revistaTime, uno de los múltiples productos de Time Warner, uno de los siete conglomerados de la comunicación en el planeta, publicó su lista de las 100 personas más influyentes del mundo, donde, como es su costumbre, pidió a personalidades escribir sus perfiles. El mexicano-norteamericano Bill Richardson, ex diputado, ex gobernador de Nuevo México, ex secretario de Energía y ex embajador, hizo el trazo de uno de esos personajes, Enrique Peña Nieto, presidente de México. Richardson dijo que Peña Nieto tenía el carisma de Ronald Reagan —el mejor comunicador de los presidentes estadounidenses—, el intelecto de Barack Obama —el primer negro en haber dirigido la prestigiosa publicación Harvard Law Review—, y la habilidad de Bill Clinton —a quien Aristóteles bien pudo haber escogido como el mejor exponente de su animal político—. Para Richardson, Peña Nieto, el querubín en turno del mundo, era la síntesis de todo lo que un líder podía ser. El perfil en Time cerraba el círculo que inició otra revista, la inglesa The Economist, cuando el año pasado bautizó, ante las expectativas del primer presidente graduado del Grupo Atlacomulco, que se vivía el Mexmo, el acrónimo para definir “el momento mexicano”. La zalamería de Richardson no podía haber llegado en el peor momento. Tanta miel, si no empalaga, aturde. O, en otros casos, engaña a quien con tanta devoción se refieren. Qué pasó por la cabeza y el corazón del presidente Peña Nieto, lo podrá decir sólo él. Pero si por lo que su entorno transpira significa algo, se lo ha creído por completo. Perder piso es perder el enfoque de la realidad. ¿Sería eso lo que lo llevó hace dos viernes a salir a rescatar a su secretaria de Desarrollo Social Rosario Robles, de las fauces de los lobos, con un discurso tan excluyente que provocó que sus aliados se levantaran de la mesa del Pacto por México y se generara la primera crisis política de su naciente administración? Uno quisiera pensar que ojalá y sea eso, un descuido frívolo, y no que la falta de concentración mostró la verdadera piel del lobo que tanto le han achacado sus críticos desde que regresó el PRI al poder, el de ser un joven que huele a viejo.
SEGUNDO TIEMPO: Cuando las palabras sí tienen significado. Decir que las denuncias de utilización de recursos públicos con fines electorales, eran meramente críticas, por lo que la secretaría de Desarrollo Social, Rosario Robles, destinataria principal de tales señalamientos, no debería preocuparse en absoluto, provocó que el presidente Enrique Peña Nieto se quedara, de la noche a la mañana, sin socios en la mesa del Pacto por México. El pánico debe haber cundido en Los Pinos, a decir por la hora en la que la Presidencia emitió un comunicado para informar que como los dirigentes de oposición no irían a la presentación de la reforma financiera, y que mejor se suspendía el evento. El comunicado fue divulgado a las tres de la mañana, lo que sugiere que durante las horas de la noche previa se hicieron las evaluaciones y reflexiones sobre qué hacer. Si iban a la presentación de la reforma, que es parte del Pacto por México, pero sin los partidos que son indispensables en ese mecanismo de negociación, sería el equivalente, en el lenguaje de los símbolos, a decir que ese gran acuerdo marco había muerto. El Presidente había sido descuidado en sus palabras y ligero en su reflexión. La instrucción obligada a Robles era que sí se preocupara y que atendiera las denuncias presentadas. Lo contrario evocó a Carlos Salinas, cuando en su último informe de gobierno, ante las demandas del PRD para esclarecer los asesinatos de más de 500 de sus militantes durante su sexenio, declaró: “Ni los veo, ni los oigo”. Eso se entendía, aunque nunca se justifica, en el régimen cerrado y semiautoritario que existía en 1994. Pero 20 años después, en el arranque de la segunda transición democrática, el discurso de Peña Nieto con sabor salinista, tuvo otro tipo de consecuencias inmediatas. El pacto que se negoció con el cuidado de un cirujano desde septiembre, tres meses antes de asumir el poder, estuvo a punto de romperse, en la primera gran crisis política de su gobierno. Demasiado pronto para que se cimbrara el andamiaje. Peor aún, que quien lo sacudiera fuera quien había dispuesto su construcción. El Presidente corrigió su discurso y proceder durante la semana, pero las cosas no volvieron a ser igual. La primera batalla política real, iniciada por su propio error, la perdió.
TERCER TIEMPO: Cuidado, siempre les hacen lo mismo.Hacía tiempo, pero no tanto como muchos mexicanos creen, que un presidente no era tan alabado en el mundo. Enrique Peña Nieto es ahora quien le ha reinyectado ánimo a un país en busca de esperanza, a través de las miles de palabras e imágenes en el mundo sobre el nuevo líder mexicano. Pero sería bueno, por prudencia, no caer en ese canto de la sirena que de cuando en cuando regresa a México. DeCarlos Salinas, con quien tanto gustan los críticos comparar a Peña Nieto, la revista Time, que se vuelca en elogios para el mexiquense, le dedicó una portada: “El asesino de gigantes”. El semanario The Economist, que habla del momento mexicano, llamó al gabinete de Salinas “el más sofisticado en el mundo”. Vicente Fox fue el hombre que llevaría a México a la democracia, y Andrés Manuel López Obrador, la esperanza a la que millones de mexicanos se aferraban. Todos despertaban la expectativa porque todos ellos esperaba el mundo que bailaran al ritmo que imaginaban. Cuando no se dio, vino su debacle mediática. A Salinas lo ridiculizaron; a Fox lo despreciaron; López Obrador se convirtió en un demagogo populista. Ahora el turno es de Peña Nieto, a quien tratan con la dulzura de quienes lo antecedieron, pero a quien quizás no le tengan paciencia como a sus mayores. Esta semana, cuando se suspendió el anuncio de la reforma financiera por la crisis política que puso en riesgo el Pacto por México, la calificadora Standar&Poors fue directa. “Estamos decepcionados”, dijo. Para qué más, si es suficiente. Del pasado se aprende. La experiencia es resultado de los malos momentos y los recuerdos. No de la ingenuidad que, en política, es pecado capital.
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Twitter: @rivapa
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