y tenme presente en tus pensamientos.
Que el mundo diga lo que quiera.
Habla de mí tal como tú me ves”.
Poema escrito por Diane Downs (1983)
Diane Elizabeth Downs nació con el apellido Frederickson en el Hospital del Buen Samaritano, en Phoenix (Arizona), el domingo 7 de agosto de 1955, a las 19:35 horas. Era hija de Wes y Willadene Frederickson, la cual tenía diecisiete años al nacer Diane. Wes tenía veinticinco años y trabajaba para el Servicio Postal de Estados Unidos. Él y su esposa además formaban parte de la Iglesia Baptista del Sur. Sus hermanos menores fueron John, Kathy, James y Paul Frederickson. Diane siempre obtuvo excelente calificaciones en el colegio y obtuvo 125 en la escala de coeficiente intelectual de Wechsler; era casi un genio. Pero no era popular en la escuela, se llevaba mal con sus compañeros y tenía serios problemas para socializar.
La joven Diane Downs
A los doce años, ocurrió un evento que marcó a Diane. Su padre, Wes Frederickson, comenzó a abusar sexualmente de ella. Este acoso duró alrededor de un año. Entraba en su cuarto por las noches y la llevaba a “dar paseos”, durante los cuáles la tocaba. Según Diane, no hubo penetración, pero sí “palabras, tocamientos, caricias”. Ella se acostaba vestida, con terror a que su padre llegase del trabajo y fuera a buscarla. Pese a todo, aparte de repugnancia Diane experimentaba un placer culposo. Desde entonces, aprendió a relacionar el sexo con el poder. Durante uno de esos paseos en automóvil, su padre le dijo que se quitara la blusa; cuando ella lo hizo, él le pidió que se despojara del sujetador. Diane comenzó a gritar, histérica. No se habían dado cuenta de que un patrullero iba detrás del coche. El policía los detuvo, interrogó a Diane a solas pero ella negó que algo sucediera; años después, declararía que había pensado que, si encarcelaban a su padre, su familia no tendría casa ni comida. Luego el oficial habló aparte con su padre. A partir de ese momento, el acoso sexual cesó. Diane nunca supo de qué hablaron.
A los trece años, trató de suicidarse cortándose las muñecas, pero sólo se hizo algunos cortes superficiales. Un año después, tomó un curso de arreglo personal. Padecía un marcado prognatismo y su rostro mostraba una extraña proporción, pero aún así era una chica muy atractiva. Fue a los quince años cuando Diane conoció al que sería su esposo: Steve Downs, quien le llevaba solamente un año de edad. Ambos estudiaban en la Escuela Superior de Moon Valley, en Phoenix. Poco después se hicieron amantes; pero esto no cambió que Diane siguiera siendo una alumna brillante, que siempre figuraba en el Cuadro de Honor.
Steve Downs
La muerte tocó repetidas veces a Diane durante un corto periodo: a los diecisiete años, murieron sus dos abuelos paternos en un accidente automovilístico, un choque frontal a causa de un conductor alcoholizado que viajaba a exceso de velocidad. Poco después, Steve Downs conducía un tractor cuando Wes, el padre de Diane, llamó a “Eric”, el perro cocker spaniel de Diane. El animal se atravesó y el tractor lo aplastó; mientras aún agonizaba, Wes Frederickson lo remató de un escopetazo ante los gritos de Diane. También fue Wes quien mató a escopetazos a varios gatos enfermos. Diane declararía sobre ese incidente:
“Perdí la noción de todo. Recuerdo el sonido de la escopeta y lo siguiente que supe fue que estaba en mi cuarto poniéndome una blusa limpia. Supongo que eché a correr cuando oí la escopeta. Me encontraron más tarde caminando por la carretera. Tenía el pie ensangrentado, como si le hubiera dado una patada a algo. Permanecí una hora en estado de amnesia completa (…) Mi padre me sermoneaba durante horas. Me acorralaba en un rincón y decía: ‘Mírame. No mires hacia la mesa. No mires al techo’. La presión a la que me sometía me hacía arañarme la cara. Me había estado rebelando desde los doce años y todo lo que podía hacer era arañarme la cara”.
Tras graduarse, Steve Downs se fue un tiempo a la marina y Diane ingresó a la Universidad Bíblica Baptista de la Cosa del Pacífico. Después de dos semestres, la expulsaron. Algunos dicen que a causa de la multitud de parejas sexuales que Diane tuvo; otros, que a causa de la profanación del altar de la iglesia, cuando Diane y un compañero suyo tuvieron sexo allí, lo cual es bastante inverosímil. A los dieciocho años, Diane se fue a vivir con Steve Downs. Se casaron el 13 de noviembre de 1973. Pero a Steve le encantaban los autos… y las mujeres. Durante su matrimonio, tuvo varias amantes. La primera de ellas, al mes de su matrimonio. Incluso, le pidió a Diane que le planchara los pantalones para ir a su cita de amor. Tampoco quería hijos, pero Diane estaba obsesionada con la idea de la maternidad. Se embarazó sin consultar a su esposo: él tenía dieciocho años y ella, diecisiete. Su primera hija fue Christie Ann Downs. Steve siguió con su ritmo de vida, pero además se volvió violento: golpeaba a Diane. Ella misma declararía:
“Me agarraba del cuello, me zarandeaba, me tiraba al suelo, me golpeaba casi todos los días”.
Christie Downs
Poco tiempo después, Diane se embarazó de nuevo; su segunda hija fue Cheryl Lynn Downs, quien nació el 10 de enero de 1976. Después de ello, Steve Downs se hizo la vasectomía; pero se la practicaron mal y Diane volvió a embarazarse. Esta vez, decidió abortar. Tenía seis semanas de embarazo cuando lo hizo. Llamó “Carrie” al aborto y durante muchos años, esta imagen la obsesionó. Diane comenzó a experimentar rechazo hacia el placer sexual. Pese a ello, buscaba incesantemente tener amantes. Parecía una manera de autoafirmarse, dada la mala relación que sostenía con su esposo. En su trabajo en una fábrica de remolques, tuvo tres aventuras con compañeros de trabajo. Uno de ellos era Russ Phillips, un chico de diecinueve años. Diane salía a la cinco de la mañana de su casa, iba a la casa de Russ y tenían relaciones sexuales. A las siete entraban a trabajar. Uno de esos días, Steve Downs siguió a su esposa y la encontró en la cama, desnuda, haciendo el amor con el chico. Hubo una escena terrible, pero el daño estaba hecho: Diane quedó embarazada de su amante. Fue su tercer hijo: Steve Daniel Downs nació el 29 de diciembre de 1979. Pese a saber que no era hijo suyo, Steve Downs lo adoptó.
La familia Downs
Diane y Steve se mudaron después a Chandler, Arizona. Diane comenzó a trabajar repartiendo correo. Para 1980, Diane vio un programa de televisión: Donahue Show, que hablaba acerca de las madres de alquiler. El programa la impactó tanto, que de inmediato escribió a Kentucky, a la clínica encargada del programa, para ofrecerse como madre de alquiler. Tras pruebas y entrevistas, fue aceptada en el programa, aunque dos de los entrevistadores mostraron sus dudas y mencionaron que padecía de Trastorno Histriónico de la Personalidad. Pero como genéticamente estaba bien, no hubo mayor problema.
La casa de los Downs
Poco después, Steve y Diane se divorciaron. Ella comenzó de inmediato a tener amantes. Para septiembre de 1981, fue inseminada en la Clínica de Madres Sustitutas y quedó embarazada. Siguió trabajando como repartidora de correo hasta que dio a luz en mayo de 1982. Entregó a su nueva hija y recibió $10,000.00 dólares como compensación. Con ello pagó una vieja deuda y además se compró un bungalow en Chandler. Tiempo después, la misma Diane pondría su propia agencia de madres sustitutas.
Para julio de 1982, se hizo amante del hombre que la obsesionaría toda su vida: Robert Knickerbocker, un cartero casado. A Robert se le conocía como “Nick” (en la novela Pequeños sacrificios de Ann Rule, se cambió el nombre de Knickerbocker a “Lew Lewinston”, para no dañar su intimidad). Con el tiempo, Diane y Nick se hicieron un tatuaje igual: una rosa roja en el hombro derecho, con el nombre del otro. Su relación con Nick se vio reflejada en los Diarios que Diane escribía de manera compulsiva. Muchos de ellos estaban redactados en forma de cartas dirigidas a Nick. Más allá de frases ardientes y sueños utópicos sobre una vida en común, no hay en aquellos diarios nada que indique que Diane planeara cometer un acto sangriento.
Robert “Nick” Knickerbocker, el obsesivo amor de Diane Downs
El 9 de octubre, el bungalow de Diane se incendió. La agencia de seguros revisó todo completamente y su dictamen fue contundente: incendio accidental causado por un corto circuito. Diane cobró $7,000.00 dólares del seguro. Con el tiempo, la fiscalía también diría en el juicio de Diane (sin fundamentos) que el incendio del bungalow había sido provocado, sin tomar en cuenta el dictamen de la compañía aseguradora.
Diane se mudó a Springfield, Arizona. Allí, le caía mal a las personas, sobre todo a las mujeres. Contribuían a ello su necesidad casi patológica de ser el centro de atención; el que fuera una mujer joven y guapa; que su sexualidad fuera franca y abierta; que le gustaran los hombres casados y tuviera varios amantes; que hablara sin cesar y que inventara historias todo el tiempo. Pero si las mujeres la detestaban por celos, los hombres querían estar cerca de ella.
Mapa de Springfield
Era muy atractiva sexualmente, bebía con ellos y no exigía mayores compromisos a la hora de acostarse con alguien. En la cama era muy agresiva, le gustaba el sexo duro, otra cosa que a muchos los atraía. Además, era independiente económicamente. Si era prognata, mitómana y mentía compulsivamente no era relevante a la hora del sexo. Diane Downs se había convertido en fan del grupo de rock Duran Duran; llevaba siempre en cassette el álbum Río y escuchaba insistentemente el tema “Hungry like the wolf”. Hasta eso sería utilizado en su contra en el juicio, al alegar que se trataba de una canción sexualmente agresiva.
Río, el álbum de Duran Duran
El 19 de mayo de 1983, a las 21:40 horas, Diane Downs salió de casa de su amiga Heather Plourd. Sus tres hijos habían estado mirando un caballo que Ploud poseía. Diane le había llevado un recorte de periódico con una información que su amiga necesitaba, ya que no tenía teléfono. Había permanecido allí quince o veinte minutos. Luego Diane y sus hijos subieron a su automóvil y se marcharon. Los niños se quedaron dormidos en el camino de regreso.
Esa misma noche, de las 19:00 a las 21:30 horas, la Junta Directiva del Club de Campo de Springfield había estado sesionando. La edificación y el terreno del Club de Golf se hallaban cerca de la carretera de Marcola y Sunderman. Basil Wilson, uno de los miembros, se hallaba sentado frente a un monitor en las instalaciones del club cuando vio a un hombre desaliñado que entró en las instalaciones. Llevaba una bolsa de punto, color verde o azul, colgada al hombre, y el cabello largo. Parecía estar extraviado, aturdido o drogado. Wilson incluso le dio un codazo al guardia en son de broma y le dijo:
—Ahí está tu relevo, ya puedes irte a casa.
El tipo no era socio del club, ni conocido de nadie. Salió del club y Wilson lo vio subirse a una bicicleta.
Diane con sus tres hijos
La versión que Diane Downs dio inicialmente a la policía, y que fue modificándose a medida que los eventos transcurrían, fue que mientras ella manejaba por la carretera de Old Mohawk, había visto un automóvil amarillo estacionado. Más adelante sobre el mismo camino, un desconocido de cabello largo le había hecho señas para que se detuviera; según su descripción, tenía “alrededor de treinta años, blanco, de 1.75 de estatura, setenta u ochenta kilos. Tenía pelo oscuro, muy abundante y revuelto, barba de uno o dos días, pantalones Levis y una camiseta sucia y descolorida”. Diane pensó que había ocurrido un accidente. Se detuvo y se apeó. El tipo le había pedido entonces las llaves del auto, amenazándola con una pistola. Ella se había negado a dárselas, motivo por el cual el tipo la había empujado contra la parte trasera del auto y después había introducido la mano por la ventanilla del conductor, disparando contra los tres hijos de Diane. Según Diane, ella había fingido arrojar lejos las llaves del auto, lo cual causó enojo en el individuo, quien disparó dos veces contra ella, atinándole uno de los disparos en el brazo izquierdo, fracturándoselo. Ella empujó y pateó al tipo, subió al auto y huyó.
El interior del Nissan Pulsar rojo de Diane tras el ataque
Mientras Diane conducía, según su propio testimonio, tomó una toalla y se la enrolló en el brazo, disminuyendo la velocidad a la que manejaba. Un hombre llamado Joseph P. Inman conducía por aquella carretera y pronto llegó a estar detrás de un auto rojo, con matrícula de Arizona, nuevo, de fabricación extranjera (un Nissan o un Toyota, diría después). El auto rojo iba a diez kilómetros por hora. Durante dos minutos, Inman siguió detrás del auto, sin rebasarlo, hasta que finalmente lo hizo. Sin embargo, afirmó que no había notado nada extraño, ni gritos ni llantos, y que ni siquiera había visto al conductor. Pese a ello, su testimonio fue utilizado por la policía para aseverar que Diane Downs había conducido despacio para dejar que sus hijos murieran. Otro testimonio sobreseído por la policía fue el de John Hulce quien, cuatro días después del atentado, vio un coche amarillo en una pista forestal. El conductor lucía una barba de varios días y se ajustaba a la descripción del sospechoso y al retrato robot. Incluso le comentó a su esposa que el tipo era igual al sospechoso. Pero la policía de Springfield le dijo que aquello no era “nada importante”.
A las 22:30, el Nissan Pulsar rojo de Diane llegó al hospital McKenzie-Willamete. Se estacionó afuera y comenzó a tocar la bocina y solicitar ayuda a gritos. El doctor John McKey, médico de guardia, y las enfermeras Rosei Martin, Shelby Day y Judy Patterson salieron con un aparato para ventilación mecánica y una mascarilla de oxigeno. Rosie Martin vio a Diane de pie junto al coche.
—¿Qué ocurre?— le preguntó
—¡Alguien ha disparado contra mis hijos!— respondió Diane.
Diane vestía pantalones vaqueros y una camisa a cuadros. Según testimonios del personal del hospital, “no lloraba y parecía estar histérica. Imploró desesperadamente que hiciéramos algo”. Dentro del auto estaban Christie, Danny y Cheryl Downs. El personal de urgencias los sacó del coche y los introdujo al hospital. Los llevaron directamente a Traumatología. Solicitaron que el doctor Steve Wilhite, cirujano de tórax, regresara, pues acababa de salir. Así lo hizo.
Cheryl Downs presentaba dos orificios de bala en su espalda, uno sobre el omoplato derecho y otro debajo del omoplato izquierdo. Ya no respiraba; pese a los esfuerzos de los médicos, no pudieron reanimarla: su garganta estaba llena de sangre coagulada. Estaba muerta desde antes de llegar al hospital. Así que se concentraron en Christie y Danny.
Cheryl Downs
Danny Downs tenía una herida de bala a unos milímetros de la columna vertebral. El proyectil estaba incrustado en la espalda, cerca de las vértebras sexta y séptima. El disparo le había afectado la médula espinal. Danny Downs no volvería a caminar.
Danny Downs
Por su parte, Christie Downs tenía dos heridas de bala de calibre pequeño en el hemitórax izquierdo. Uno de los proyectiles había entrado cerca del pezón izquierdo y había salido por el omoplato. La segunda también había dado en el pecho, pero no había orificio de salida. Tenía una tercera herida con orificio de entrada y salida junto a la base del pulgar de la mano izquierda. Agonizaba. Mientras estaba en la plancha, tuvo un paro cardíaco. Lograron reanimarla. Pero tenía un pulmón colapsado y con el otro respiraba su propia sangre. La hemorragia interna volvía inútiles las transfusiones. La metieron a quirófano. Le practicaron una toracotomía.
Eran las 22:40 cuando el Departamento de Policía de Springfield recibió una llamada: “Empleada del hospital McKenzie-Willamete informa del ingreso de víctimas de disparos. Enviados agentes. Llegados a las 22:48”. Más tarde llegaron al hospital los padres de Diane, así como los policías. Diane los acompañó al lugar de los hechos, para que determinasen el sitio exacto y comenzara la búsqueda del desconocido que, según la versión de ella, les había disparado. No hallaron a nadie. Tras regresar al hospital, a Diane se le practicaron tres pruebas para determinar si había disparado un arma esa noche: buscaban antimonio, hierro y cobre. Las tres pruebas arrojaron resultados negativos. Los niños se quedaron internados durante semanas, tras las cuáles fueron enviados a un refugio.
Resultado de las pruebas realizadas a Diane
A Christie se le administró Dilantin durante su estancia en el hospital y su posterior recuperación, un fármaco que causa confusión mental y pérdida de memoria. Paula Krogdahl, ayudante de la fiscalía, pasaba mucho tiempo con la niña, pese a que Diane se oponía a ello. En un momento, delante de varios testigos (Paula Krogdahl entre ellos), Christie le preguntó a su madre qué les había sucedido a todos ellos, a lo que Diane respondió: “Hemos sufrido una tragedia”. Danny seguía intubado, pero iba mejorando. Pese a ello, no podía volver a caminar.
El 25 de mayo fue el sepelio de Cheryl Lynn Downs. Asistió mucha gente desconocida a mostrarle su solidaridad a Diane. Ella depositó una rosa roja sobre la tapa del ataúd. Desde ese momento, Diane dedicó varias semanas a buscar datos sobre el hombre que supuestamente había disparado contra sus hijos y contra ella. Al mismo tiempo, la policía se dedicaba a buscar pruebas de que Diane Downs era la verdadera autora de los disparos. Habían descartado en los primeros días el testimonio de Diane y se enfocaban únicamente en seguirle la pista a ella.
Pero todo era inútil: Diane había superado la prueba del detector de mentiras, había dado negativo en las tres pruebas para detectar residuos metálicos en las manos (lo que demostraba que ella no había disparado ningún arma de fuego), no habían encontrado el arma homicida (de hecho, el arma jamás apareció) y además, las balas utilizadas no correspondían con las armas que Diane tenía en su poder. Tampoco existía un móvil, aunque el fiscal insistía en que se trataba de un asunto pasional, que Diane quería matar a sus hijos para que su ex amante volviera con ella.
Primer retrato robot del sospechoso, diferente a la descripción dada por Diane
Pero la explicación de la policía estaba llena de lagunas. ¿Por qué Diane había llevado a sus hijos al hospital, en vez de rematarlos o esperar a que muriesen? ¿Cómo se había deshecho tan rápida y eficazmente del arma? ¿Por qué no había rastros de pólvora en sus manos ni en su ropa? ¿Cómo había superado el detector de mentiras? Y sobre todo, ¿qué había ganado con todo aquello? Su amante se alejó más, pues nunca le gustaron los problemas. Diane estaba herida y el disparo no podía habérselo hecho ella misma, dado el ángulo de entrada del proyectil.
Segundo retrato robot, basado en la descripción
Muchas personas llamaron en los días siguientes a la policía para indicarles que habían visto un sospechoso igual al que aparecía en el segundo retrato robot elaborado con base en la descripción que Diane Downs había hecho de su atacante. Pero el fiscal Fred Hugi parecía empeñado en demostrar que Diane era la culpable. Lo apoyaban en su cruzada Doug Welch, Paul Alton y un detective con nombre de historieta: Dick Tracy. Todos ellos, en vez de buscar al autor de los disparos y seguir las pistas dadas por otras personas, se dedicaron a buscar alguna prueba, por endeble que fuera, para señalar a Diane Downs.
Una y otra vez, sus esfuerzos no fructificaron. Entrevistaron a docenas de personas sólo para hallarse con que Diane era promiscua y mitómana, lo cual no la convertía en infanticida. Rastrearon incluso las balas que ella había disparado años atrás en el campo, pero ninguna correspondía. Incluso fueron a México a buscar más casquillos disparados con un arma sospechosa… sólo para encontrarse con que ninguno correspondía.
Dibujo de una de las balas realizado por un experto
Finalmente, Wes Frederickson insistió en que Diane se buscara un abogado. Se contrató a Jim Jagger, quien elaboró un documento para que las autoridades dejaran de acosar a los hijos de Diane, que aún seguían en el hospital. La noticia llegó a la prensa: el Register Guard del 3 de junio publicó lo ocurrido y la opinión pública se volcó a favor de Diane, por la falta de sensibilidad demostrada por las autoridades. Pocos días después, Diane fue operada del brazo herido: le extrajeron astillas de hueso y fragmentos del proyectil. Mientras convalecía, se enteró de que le habían quitado la custodia de sus hijos: el fiscal Fred Hugi había movido cielo y tierra para que juez firmara una “orden de protección”, que impedía que Diane tuviera contacto cercano con sus hijos. La fiscalía seguía sin tener una sola prueba en contra de Diane, pero la campaña de desacreditación en su contra estaba rindiendo buenos resultados.
En un diálogo real retomado por la escritora Ann Rule para su novela Pequeños sacrificios, una enfermera habla con Danny Downs mientras está en el hospital. Danny se vuelve hacia ella y le pregunta:
—¿Quién me disparó?
—No lo sé, Danny. ¿Quién?
—Aquel hombre.
-—¿Qué hombre? ¿Estaba fuera o en un coche?
—Aquel hombre.
—¿Lo conocías de antes?
—Aquel hombre fue malo conmigo.
—¿Qué hombre?
—Aquel hombre. Jack…
—¿Quién te disparó, Danny?
—Jack; como Jack el de la Habichuelas Mágicas.
Dibujo de Christie Downs describiendo a su atacante
La policía desestimó de inmediato el testimonio de Danny, alegando que “se confundían en su mente la realidad y la fantasía, como les ocurre a la mayoría de los niños”. El sentido era claro: si un testimonio no acusaba a Diane, entonces no era aceptado. Otro fragmento de la novela de Rule es revelador: el fiscal Fred Hugi le dice a su equipo, que ha dedicado meses a buscar pruebas en contra de Diane de manera infructuosa:
—Miren —recordó Fred Hugi al enfurruñado grupo de policías e investigadores—, no estamos luchando contra un ejército organizado, sino contra una sola mujer joven. Sólo una mujer contra todos nosotros. Necesariamente, acabará cometiendo algún error.
Portada de la novela de Ann Rule
Pero el supuesto error nunca ocurrió. Los medios de comunicación, especialmente la televisión, tomaron el caso de Diane Downs. La mayoría la defendieron. La cámara amaba a Diane y ella le correspondía. Le fascinaba aparecer en televisión.
Downs aseguró en una entrevista:
“Todo esto comenzó porque el detective molestaba a mis hijos. No permitiré que los traten así. ¡Dejen que Christie se cure! Tal vez ella sea la única persona que pueda exculparme. Si yo hubiese disparado contra mis propios hijos, lo habría hecho mejor. Habría esperado a que muriesen y luego habría derramado lágrimas de cocodrilo. No confesaré una cosa que no he hecho. No hay ninguna prueba. Yo no lo hice y no puede haber ninguna prueba si no has hecho algo (…) En estos momentos no hay futuro. La policía tendría que estar buscando al hombre que me hirió y que podría volver a atacarme… ¡pero le está ayudando! ¿Por qué alguien disparó contra nosotros? No lo sé. ¿Por qué alguien disparó contra un empleado del 7-Eleven por treinta dólares? Yo no sé por qué hace la gente las cosas. ¿Por qué mata alguien a otro? Es absurdo (...) El sistema judicial está podrido, falseado, pervertido. Sacrificarán a cualquiera por mantener las apariencias. No han perdido un caso de asesinato en diez años. Y en este se han equivocado. No buscaron a quien lo hizo, que probablemente está ya fuera del estado, y ahora tienen que colgarle el muerto a alguien o habrán perdido un caso de asesinato, un caso al que se le ha dado mucha publicidad…”
Paula Krogdahl, de la Fiscalía, se dedicó a interrogar a Christie Downs en repetidas ocasiones. Pero la niña nunca dijo que Diane fuera responsable de los disparos, incluso ante preguntas dirigidas como “¿Has visto a mamá llevar la pistola? ¿Disparaba mamá la pistola?”. Y ante la pregunta “¿Sabes quién disparaba, Christie?”, la respuesta siempre era: “No sé”.
Otro dibujo de Christie Downs plasmando el instante del crimen
El 22 de junio de 1983, Christie Downs fue dada de alta. Susan Staffel fue a quien se le otorgó la custodia temporal de los hijos de Diane Downs. Ella y su esposo tenían una amplia experiencia cuidando niños que habían sido víctimas de violencia. Durante el tiempo que los chicos estuvieron a su cargo, más de cuatro meses, fueron visitados constantemente por el fiscal Fred Hugi, por Paula Krogdahl, por el detective Dick Tracy y por otros oficiales de policía y psicólogos de la fiscalía, como Carl Peterson. En cambio, se habían suprimido los derechos de visita de Diane Downs. Esta situación era totalmente irregular: los dos niños escucharon, durante meses, lo que la fiscalía creía y opinaba. No es extraño que, al final, Christie Downs terminara por declarar lo que el fiscal deseaba. Susan Staffel hizo también su parte; entre ella y Paula Krogdahl, construyeron los recuerdos de Christie Downs.
También comenzaron a filtrarse a los medios fragmentos de los diarios de Diane, incautados por la policía; sobre todo, aquellas partes explícitamente sexuales. Como era obvio, la pacata opinión pública de Springfield empezó a crucificarla a causa de su vida sexual. No importaba que no hubiera una sola prueba en su contra en un caso de homicidio, lo que importaba era su promiscuidad. El 27 de febrero de 1984, sin que aún hubiera prueba alguna contra Diane Downs, ella tuvo una fuerte disputa con su padre. Vivía de nuevo con sus padres, pero se sentía muy presionada por toda la situación. Al terminar el pleito, Diane le confesó a su madre el episodio de incesto y abuso sexual ocurrido en su adolescencia. Wes Frederickson lo negó. Ese mismo día, la familia tuvo que rendir declaración ante un Gran Jurado, encargado de determinar si se debía acusar a Diane del homicidio de su hija. Al volver a casa, su padre la corrió. Diane casi no tenía dinero, ni un lugar al que ir. Se fue al Foo’s, un bar cercano, junto al estadio de la Universidad de Oregon. Se sentó en un rincón mientras bebía un whisky y escribía en su diario. No sabía que el Gran Jurado había dictaminado, en secreto, que se le acusara de varios cargos: uno de asesinato, dos de asesinato frustrado y dos de agresión en primer grado. La acusación decía:
“La imputada, el día 19 de mayo de 1983, en el condado precitado, causó ilícita e intencionalmente la muerte de Cheryl Lynn Downs, un ser humano, disparando contra ella con un arma de fuego; con infracción de la ley y violando la paz y la dignidad del estado de Oregon”.
El 28 de febrero en la madrugada, Diane, sentada en el bar Foo’s, seguía sin saber que la policía iba a por ella. Estaba embarazada nuevamente; ya tenía cinco meses de gestación. El padre era Matt Jensen, un nuevo amante. Diane escuchaba en el bar canciones de Michael Jackson: “Beat it” y “Billie Jean”. Escribió diecisiete páginas en sus diarios. “No puedo continuar así todas las noches. Acabaré exhausta”. Esa fue su última anotación. A las 02:00, el bar cerró. Diane salió: estaba lloviendo a cántaros. Condujo su Ford Fiesta color blanco y regresó a casa de sus padres. Entró a escondidas para poder dormir. A las 05:30, despertó, se duchó y se vistió. Era la hora de ir a trabajar.
El Diario de Diane Downs
A las 06:58, puntual como toda su vida, Diane Downs llegó a la Oficina de Correos, donde trabajaba. Estacionó su auto. De inmediato, todo un equipo policial rodeó el vehículo. El oficial Doug Welch le dijo burlonamente: “Hoy es el día, Diane”. Una mujer policía, llamada Chris Rosage, le leyó sus derechos. La condujeron sin esposar a una patrulla. Varios periodistas fotografiaron y filmaron el momento. Diane Downs sonreía. A partir de ese momento, su sonrisa sería su peor enemigo. Siempre que había tenido problemas, que se había sentido presionada, que era agredida, Diane sonreía. Era un gesto automático. Pero esa sonrisa incontrolable le provocaría la animadversión del jurado en el juicio por venir.
El arresto de Diane Downs
La policía registró la casa de sus padres y el automóvil. No encontraron nada comprometedor. A Diane la llevaron a la cárcel del condado de Lane, donde la ficharon. También sonrió en esas fotos. Para el 29 de febrero de 1984, los periódicos hablaban del asunto: Diane Downs había sido acusada y arrestada. La opinión pública, que empezaba a serle cada vez más adversa, la bautizó como “Lady Die” (“Lady Muerte”), en un juego de palabra con el nombre de la princesa Lady Di, a quien Diane Downs se parecía mucho físicamente. En la cárcel cometió otro error: se convirtió en la cachonda amiga por correspondencia de Randall Woodfield, conocido como “El Asesino de la I-5”, un terrible asesino en serie acusado de matar a docenas de mujeres. Él y Diane Downs se escribían ardientes cartas explícitamente sexuales.
Randall Woodfield
El juicio fue un espectáculo mediático. Diane no podía contener la sonrisa que afloraba cada vez que estaba bajo presión. El testimonio de Cheryl Downs fue devastador:
Fred Hugi: ¿Qué hacía tu mamá mientras acariciabais al caballo y le dabais comida?
Cheryl Downs: Hablaba con su amiga.
FH: ¿Recuerdas el nombre de su amiga?
CD: Sí, Heather.
FH: Cuando se separaron de Heather, ¿recuerdas si estaba claro u oscuro?
CD: Estaba oscuro.
FH: ¿Quién iba en el coche cuando salieron de casa de Heather?
CD: Mamá, Cheryl y Danny, y yo también.
FH: Cuando el coche se paró, ¿viste a alguna otra persona por allí?
CD: No.
FH: ¿Qué hizo tu mamá cuando se paró el coche?
CD: Salió y accionó la palanca que abría el maletero.
FH: ¿Pudiste ver qué hizo tu mamá después de accionar la palanca del maletero?
CD: No miré hacia atrás.
FH: Bien. ¿La viste volver a entrar en el coche?
CD: Sí.
FH: ¿Qué viste entonces?
CD: Se puso de rodillas y...
FH: ¿Qué viste? ¿Nos has dicho que se inclinó sobre el asiento?
CD: Sí.
FH: ¿Qué ocurrió luego?
CD: Disparó sobre Cheryl.
FH: ¿Y tú le viste hacerlo?
CD: Sí.
FH: ¿Seguía sonando la música?
(No hay respuesta).
FH: ¿Recuerdas qué sucedió después de que viste a Cheryl recibir el disparo?
CD: Sí.
FH: ¿Qué sucedió?
CD: Ella se inclinó hacia el asiento trasero y disparó contra Danny.
FH: ¿Qué ocurrió después? ¿Qué ocurrió después de recibir Danny su disparo?
CD: Ella se levantó y fue a la trasera del asiento en la...
FH: ¿Recuerdas cuándo recibiste tú el disparo?
CD: Sí.
FH: ¿Quién te disparó?
CD: Mi mamá.
FH: ¿Recuerdas qué pasó después de que recibiste el disparo?
CD: No.
FH: Christie, ¿amas todavía a tu mamá?
CD: Sí.
En el juicio se utilizó hasta la canción que Diane llevaba puesta en su auto, “Hungry like the wolf” de Duran Duran, como prueba en su contra. Se reprodujo la canción para demostrar, una vez más y con la típica necedad de los abogados, que una canción podía impulsar a alguien a matar. Aún una canción tan banal como esa. Luego salió a relucir que Diane tenía solamente cuatro cintas en su auto: los álbumes The Beat, Saga, Men at Work y Río. Una mujer afuera del tribunal declaró a los periódicos: “Ella es inocente. La están crucificando”. Alguien dentro de la sala pregunta: “¿Y si no es culpable? ¿Y si sólo deseamos que lo sea a causa de su depravada personalidad?”
Diane Downs durante el juicio
Diane Downs fue declarada culpable. Tras pronunciar el jurado su veredicto, el juez Greg Foote, que todo el tiempo favoreció la actuación de la Fiscalía, hizo una celebración en la parte alta del Tribunal: invitó a todo su equipo a festejar el veredicto con una botella de champagne y fresas, un acto inusitado que no tenía parangón. Semanas después, el mismo juez fijaría la sentencia: cadena perpetua más cincuenta años. “El Tribunal espera que la acusada no vuelva a estar jamás en libertad. He hecho todo lo posible porque así sea”, declaró. El 27 de junio nació Amy Elizabeth Downs, la última hija de Diane, quien había pasado sus meses de gestación entre la cárcel y el Tribunal. Pasó con ella un rato y luego se la quitaron para darla en adopción, ya que su padre biológico se desentendió de ella.
Diane Downs durante su último embarazo
La novela de Ann Rule, Pequeños sacrificios, contribuyó a crear la imagen de Diane Downs como una sociópata pura. Basada en esa obra, se filmó una miniserie para la televisión, protagonizada por Farrah Fawcett. Anne Rule escribió también otras biografías de asesinos: Jerome Brudos, Harvey Carignan, Randall Woodfield y Ted Bundy; este último fue amigo cercano de la escritora durante muchos años.
Farrah Fawcett en el papel de Diane Downs
Los prejuicios alimentados por las autoridades policiales, que habían desembocado en la condena de Diane Downs, resurgieron con la publicación de la novela, donde se presentaban los hechos de forma tendenciosa. Años después de los acontecimientos, la autora, Anne Rule, se presentó en el programa de Oprah Winfrey y declaró ante toda la audiencia, tras una pregunta concreta de la conductora, que lo que más había prevalecido en su novela era su imaginación:
“Yo imaginaba lo que Diane podría haber sentido, dicho o pensado. Mi caracterización de Diane fue imaginaria“.
Ann Rule
La misma escritora dijo en un párrafo de su obra algo que, según los defensores de Diane, podría adaptarse perfectamente al testimonio de su hija:
“Todo recuerdo queda deformado, influido y sesgado por la percepción individual. Lo que ha sucedido no importa tanto como lo que recordamos. Esa mente-espejo congela sus propias imágenes”.
En el libro, Rule se desvive en agradecimientos al Fiscal y a su equipo, así como a los miembros de la policía que intervinieron en el caso. También usa un sinnúmero de adjetivos para enjuiciar a Diane Downs y ensalzar a los miembros de la Fiscalía. En algún momento, compara textualmente a Diane con “una perra, una cerda”. Hace hincapié en que el Fiscal es un hombre tan preocupado por la suerte de los niños, que toda su vida se ve alterada. Afirma que ya los ama desde el momento en que los conoce, lo cual es una falacia. Su obra termina siendo una apología de esos supuestos adalides, encargados de encarcelar a las personas.
Diane Downs en el programa de Oprah, después de la presentación de Ann Rule
Pero la historia de Diane Downs no termina allí. Años después, James Clair Haynes confesó ser el autor de los atentados contra Diane Downs y sus hijos. Al otro día del ataque, Haynes llamó a un amigo íntimo y le dijo que él había cometido aquel acto. Físicamente, correspondía a la descripción que Downs había dado en un inicio, cuando se realizó el primer retrato hablado del agresor. Haynes tenía un largo historial delictivo y atacó además a muchas otras personas, además de a la familia Downs. Miembro de una banda criminal llamada “Almas Libres”, Haynes vagaba por diferentes estados, de ahí que tras el ataque no haya sido ubicado. Haynes traficaba con metanfetaminas y otras drogas.
James Clair Haynes, el asesino confeso
En la confesión de sus crímenes, admitió además haber ayudado a su tío y a su sobrino a matar y desmembrar a una mujer, tras lo cual él se dedicó a distribuir las partes del cadáver en los basureros cercanos a Springfield y a Eugene. También declaró haber asesinado a balazos a una mujer y a su hijo, porque ella iba a denunciar a otro miembro de su banda.
Documentos notariados que vinculan a Haynes con el crimen
El doctor Jamison, uno de los testigos llamados durante el juicio, declaró que el jamás había calificado a Diane Downs como “una sociópata”, como la fiscalía había afirmado.
Lo más sintomático fue el hecho de que el fiscal Fred Hugi y su esposa Joanne adoptaron a los hijos que el estado le quitó a Diane Downs. Tras hacerlo, Hugi prohibió que volvieran a tener contacto con nadie de su familia anterior, incluido su abuelo, Wes Frederickson, pese a las cartas que este envió pidiendo poder ver a sus nietos. El mismo Frederickson inició una campaña en Internet y otros medios electrónicos para limpiar el nombre de Diane y liberarla de prisión.
Carta donde el abogado de Fred Hugi le niega a Wes Frederickson el derecho de ver a sus nietos
En 1987, Diane escapó del Centro Correccional para Mujeres de Oregon. Fue recapturada y la transfirieron al Instituto Correccional Clinton, una prisión de máxima seguridad en Nueva Jersey. De allí la enviaron a la prisión para mujeres de Chowchilla, en California.
Cartel de búsqueda de Diane Downs tras su fuga
Años después, mucha gente siguió condenando a Downs. Incluso apareció en el programa Indice de maldad (Most evil), de Discovery Channel, conducido por el doctor Michael Stone, un famoso criminalista inglés, así como en Asesinas (Killing women). En ambos se daba por sentada su culpabilidad.
El programa televisivo Indice de maldad
Nunca hubo una sola prueba contra Diane, a excepción del testimonio manipulado de su hija. Ni una sola. Pese a que la policía y la fiscalía pusieron todo su empeño, nunca lograron encontrar nada.
Petición de libertad condicional
Años después, un hombre escribió a la fiscalía para decirles que él era el poseedor de la supuesta arma que habían boletinado como la que disparó contra los niños, pero nadie le respondió.
Carta del hombre que poseía el arma homicida
Diane Downs siempre sostuvo que era inocente. Nunca dejó de pelear desde la cárcel para demostrarlo. Condenada con pruebas circunstanciales, en su caso siempre existieron demasiadas dudas, demasiados vericuetos como para afirmar, con bases suficientes, que ella era la autora del crimen.
Filmación de la miniserie Pequeños sacrificios
La confesión de Haynes sólo terminó de demostrar que los medios de comunicación podían hacer aparecer como culpable a cualquiera; esos mismos medios que satanizaron a Lizzie Borden, Bruno Hauptmann, Leo Frank, William Wallace y O.J. Simpson, condenando a priori y mostrando los eventos de manera tangencial y cargada. Cuando Christie Downs ingresó a la Thurston High School en Springfield, sostuvo dos llamadas con Dena Reinhardt, una amiga suya que vivía en Las Vegas, Nevada. Dichas llamadas fueron grabadas por Reinhardt. En la segunda, mientras hablaban sobre el caso, Christie Downs dijo, textualmente:
“Yo no sé realmente quién me disparó. Yo solamente dije lo que ellos querían que dijera”.
Muchas personas comenzaron a luchar entonces por limpiar el nombre de Diane Downs. Pese a que existía un asesino confeso, el haber juzgado y condenado a Diane impedía que saliera de la prisión de Chowchilla, en California. Ella y su abogado interpusieron muchos recursos, algunos de los cuáles aún esperan respuesta. 2009 fue señalado como el año para que dicha respuesta se diera. Pero el linchamiento público fue demasiado fuerte como para permitir averiguar o aceptar la verdad: su petición fue denegada una vez más.
Diane Downs tras ser denegada su petición
FUENTE: ESCRITO CON SANGRE.
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