viernes, 3 de mayo de 2013

En peligro- Juan Villoro


Hace un año fue asesinada Regina Martínez, corresponsal de la revista Proceso en el estado de Veracruz. El crimen permanece impune a pesar de la detención de José Antonio Hernández Silva, a quien se le dictó una sentencia de 38 años de prisión. Todo indica que se trata de un culpable fabricado para resolver el caso. La única prueba en su contra es su propia declaración, recitada en el tono de quien lee un texto que no comprende del todo y posiblemente obtenida bajo tortura. Las huellas encontradas en la casa de Martínez no condujeron a otras pesquisas.

Más allá de la opacidad judicial, llama la atención que no se haya establecido la causa real del crimen. Cuando un periodista muere se busca silenciar su trabajo. Es posible, desde luego, que sea víctima de un delito del orden común, pero eso debe ser probado.



"No hay que cuidarse de los malos sino de los que parecen buenos", afirma el novelista sinaloense Élmer Mendoza. La frase es decisiva para entender la zona de peligro en la que se mueve el periodismo. Los capos del narcotráfico no se desvelan por lo que un reportero publique de ellos. En cambio, eso puede ser dañino para quienes les sirven de enlace y fachada. El éxito del comercio ilícito depende de su apariencia de legalidad. Los periodistas se vuelven especialmente incómodos en la frontera donde se lava el dinero y donde los mandos oficiales encubren el delito. En ese ámbito, pueden mostrar que la normalidad es impostada.

Felipe Calderón lanzó una estrategia marcadamente militar y desatendió otras claves del problema, como la investigación de las finanzas y de las complicidades gubernamentales. Esto aumentó el riesgo que enfrentan los medios. Detener capos y decomisar armas o drogas no brinda mayor seguridad a los periodistas. La amenaza fundamental proviene de quienes desean seguir operando con una conducta que parece legítima. Mientras no se combata el trasvase de lo ilegal en "legal", continuará el problema.

De acuerdo con Reporteros sin Fronteras somos el país más peligroso del continente para ejercer el oficio. Esta condición crítica ha sido ampliamente expuesta y no escapa a las autoridades. En julio de 2012, Laura Angelina Borbolla, titular de la Fiscalía Especializada en Delitos contra la Libertad de Expresión, dijo que, de diciembre de 2006 a esa fecha, 67 periodistas habían sido asesinados y al menos 14 estaban desaparecidos.

Buena parte de los crímenes se ha concentrado en el estado de Veracruz, donde también se promulgó la llamada Ley Duarte, que castiga hasta con cuatro años de cárcel y multas de 500 a mil días de salario mínimo a quien propague rumores no comprobados sobre hechos violentos. Esta ley contraviene no sólo la libertad de expresión sino el principio de supervivencia. Si hay una balacera, la única protección de la que dispone la población son los datos que circulan en la red.

En su texto "La resistencia cibernética", incluido en el libro Entre las cenizas, Vanessa Job muestra el tejido solidario con el que la comunidad digital se ha organizado para tener información sobre las víctimas o ponerse a salvo de hechos violentos. El escándalo suscitado por la Ley Duarte limitó su aplicación. Sin embargo, este despropósito jurídico que criminaliza a los informadores no se ha derogado.

El compromiso primordial del periodismo es la búsqueda de la verdad. El pasado domingo 28 marchamos en Xalapa para exigir una auténtica investigación del caso de Regina Martínez y defender la libertad de expresión en México y especialmente en Veracruz, donde se encuentra más amenazada.

En los meses que Peña Nieto lleva en el poder, el periodismo no ha dejado de ser un oficio de alto riesgo. Baste mencionar los atentados contra las oficinas del periódico El Siglo en Torreón, El Diario de Juárez, el Canal 44 en Chihuahua y Mural de Guadalajara.

En mi regreso a la Ciudad de México me detuve en Puebla a ver la espléndida exposición de caricaturas y crónicas sobre la intervención francesa curada por Rafael Barajas El Fisgón. La muestra lleva por título una frase de la carta que Victor Hugo escribió a favor de los republicanos de México y contra el imperio francés: ¡Valientes hombres de Puebla, resistan! Los materiales provienen de las colecciones de Carlos Monsiváis y parecen haber sido adquiridos con el guión que cristaliza en la museografía de El Fisgón. El caricaturista más representado es Constantino Escalante, excepcional precursor del cartón político en México, que padeció la cárcel y atestiguó la clausura de La Orquesta, publicación en la que, entre muchos otros, también colaboró Guillermo Prieto, autor de la única frase que ha salvado la vida a un presidente ("los valientes no asesinan") y de estribillos de la resistencia nacional como "somos independientes, viva la libertad".

Mientras los periodistas liberales que lucharon contra la opresión hace 150 años son apropiadamente expuestos en un museo, sus colegas de hoy se exponen a perder la vida.


Fuente: Reforma

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, sean civilizados.