jueves, 16 de mayo de 2013

Rafael Loret de Mola - Los antireformistas

Los mexicanos no nacimos escépticos, nos hicieron; cuando alumbramos la luz primera, por ejemplo, la fe en loa Guadalupana, Reina de América y advocación que no es sólo estatuilla, como las tantas vírgenes españolas, sino consecuencia de varias apariciones acreditadas como tales por los llamados “abogados del diablo”, nutrió nuestra tendencia hacia la resignación, un arma bien templada en el río de la fe con todos sus misterios si bien aprovechada, una y otra vez, por quienes han explotado la generosidad, incluso la ingenuidad, de la mayor parte de nuestros coterráneos. Por eso, acaso, quienes se dijeron conquistadores –de los pueblos de Mesoamérica que no de México-, aprovecharon los iconos religiosos propios para sustituir el politeísmo de los autóctonos. Y por supuesto, al final de cuentas, la victoria, en los inescrutables senderos del espíritu, fue de una contundencia abrumadora. 




Cuando niño, como ya he contado alguna vez, era casi una doctrina para quienes pretendíamos ser periodistas una especie de regla de oro para sobrevivir: “no te metas con el Presidente, ni con el Ejército, ni con la Virgen de Guadalupe”. Al paso del tiempo me quedé, y para siempre, con la tercera porque creo en ella y además, me enorgullece encontrarme sus capillas por todo el mundo occidental –lo mismo en Notre Dame en París que al lado de la Macarena, que no fue aparición sino tallado espléndido, en su Basílica de Sevilla o en Viena en donde, según reza un letrerillo, el “emperador” Maximiliano, el enajenado de Miramar para mí, condujo la imagen como signo de su dominio; menos mal que no se llevó la tilma original de Juan Diego como sí hizo con el Penacho de Moctezuma; al escribir esta línea me entró cierta inquietud, con la bandera tricolor arropando a la imagen salvadora que fue signo y pendón, además, de nuestra insurgencia en las manos del Cura de Dolores.

México tiene una historia rebosante de contrastes. Mencionamos al marido de la “loca” Carlota y no podemos reprimir cierta náusea interior al visualizar a los reaccionarios que inclinaron la cerviz ante las cortes francesa y austriaca para signar un pacto inmundo e imponer un gobernante extranjero que reemplazara “al indio” Juárez, el mayor de los mexicanos. Quienes combatieron y combaten al Benemérito inmortal escupen contra cuanto es mexicano, sus raíces y su destino, sin el menor recato. No lo olvidemos: si requerimos un símbolo, allí está el del humilde pastorcillo de San Pablo Guelatao quien, a diferencia de sus adversarios, defendió su tierra, la nuestra, con mil vicisitudes, y no la puso en jaque bajo las ínfulas del ejército francés y la altanería de un aristócrata europeo. Pensemos siempre en ello y tendremos presente siempre las diferencias entre un bando y otro, entre conservadores y liberales, que perviven hasta nuestros días. Y que no se me tome el anterior como mensaje electoral: es simplemente historia.

Los claroscuros son intensos, tanto la luz como las noches tenebrosas de la gran crónica nacional. ¿Más largas las segundas que la claridad de los días gloriosos? Es posible, pero no por eso debemos enterrar las esperanzas y sacar a relucir cuanto de ataduras tiene nuestra alma republicana, confundida por las versiones encontradas y las leyendas que nos agobian. Porque, es cierto, del conformismo pasamos al entreguismo y contra éste no hay defensa ni soberanía posibles. Esto es: no existiríamos como nación y daríamos paso a la teoría sobre el “estado fallido” que es como la espada de Damocles sobre nuestras cabezas. 

¿Cuántas veces nos hemos sentido avasallados por los meros complejos de inferioridad? ¡Si en las escuelas nos hubieran enseñado a ser vencedores y no sumisos, acaso otra sería nuestra ruta! 

En fin, todo lo anterior viene a colación cuando me entero que se está formando ya, con visos de izquierdista, una especie de frente para combatir todas las reformas que proponga la administración de Peña Nieto y lleguen al Congreso para su discusión y, en su caso, aprobación. Desde ahora, la negatividad pretende ser superior a cualquier debate en el que no estén involucrados los partidismos inútiles, el sectarismo que sobaja y, en fin, los usos facciosos que, quiérase o no, tienden hacia el abismo del fascismo bajo la guía de una suprema voluntad. 

Por eso, desde ahora mismo debemos insistir en que la reelección presidencial en México está desterrada para siempre aun cuando se saque a relucir a la momia de don Porfirio, causante de dos millones de muertos como consecuencia de “la bola”, para insistir en que la prolongación del poder puede resultar útil si se deja infraestructura como herencia; de allí, las vías de ferrocarril que, en un alto porcentaje, pertenecen a una sola familia: la de Germán Larrea Mota-Velasco a quien debiera enjuiciarse por las condiciones infrahumanas en las que laboran los obreros del Grupo México, muchos de ellos con expectativas de vida de no más de treinta años. ¿Lo sabían nuestros amables lectores?

Cientos de veces he insistido en que la única manera de finiquitar al presidencialismo autoritario y a las monarquías inútiles –digamos como la de los Borbones, una dinastía chaplinesca-, es consolidando un parlamentarismo que no reconozca más autoridad que la propia en la línea de mayor corrección sobre la soberanía; porque, en términos reales, nuestras entidades no son soberanas sino autónomas considerando que, sobre ellas, rigen las normativas federales y que incluso la tendencia de la administración federal actual es, precisamente, la de reducir el campo de influencia jurídica de los estados, en los campos del derecho penal y del procesal, en aras de vencer a las organizaciones criminales con visos multinacionales. Pero para ello, cuando menos se requiere del consenso de una ciudadanía a la que sólo se toma en cuenta cuando llega la hora de votar... siempre y cuando no se salga del carril de los monederos electrónicos. 

Las ofertas comerciales coinciden mucho con las propuestas electorales; y no sé a bien si tal circunstancia puede considerarse democrática; dicen que sí porque podemos escoger entre diversas marcas de pan...Bimbo, la empresa “altruista” de los Servitje. ¡Figúrense!¡Ya no pueden repartir su producto en Michoacán! La hambruna está cerca, ¿no creen?

En fin, a través de los tiempos, la izquierda se ha inclinado siempre por ser vanguardia en cuanto a las reformas, a no dejar las cosas como están. Sólo que si quienes la forman no son los promotores, éstas se vuelven retardatarias per se, anacrónicas y hasta contrarias a la pureza del nacionalismo. Por ello, claro, se explican los bandos que subrayan el imperativo de oponerse a cuantas iniciativas devengan del Ejecutivo hasta llegar al absurdo de condenarse a ellos mismos como ya sucedió el año pasado. Lo explicamos:

De haberse aprobado la reforma política de calderón -siempre en minúscula aun cuando le reconozcamos esta virtud-, los dos punteros de la justa comicial, Peña y Andrés Manuel López Obrador, hubiesen disputado la Presidencia en una segunda vuelta; y con ello, uno de los dos habría amarrado la mayoría de votantes para restar cualquier sospecha de legitimidad sobre su mandato. Si bien es cierto que los lopezobradoristas no le reconocieron la victoria a Peña, también lo es que no le afrentaron, como a calderón acaso porque el número de sufragios de ventaja –más de tres millones- resultaba lógicamente irremontable... salvo si se hubiese dado la salida de una segunda vuelta. 

Esto es, por oponerse a cuanto devino del régimen anterior, la democracia se redujo y la conflictiva se extendió posibilitando, ahora, el recrudecimiento de las protestas públicas –ya hasta quiere “resucitar” el #Yo Soy 132 para promocionar a la Ibero de los jesuitas, ahora que está tan de moda el argentino Bergoglio-, y el comienzo de una oleada que reclama al presidente Peña su propia legitimidad, radicalizando posiciones y anunciando que se opondrán “a todas las reformas” que provengan de él y sus consejeros. Una negatividad absurda... 

porque alguna podría ser beneficiosa para la causa de los mismos opositores insidiosos. ¿Tiene esto algún sentido? No, salvo la ausencia de política... con todo y el “Pacto por México” con visos de ser moneda de cambio.

rfloret@yahoo.com.mx

Leído en http://www.zocalo.com.mx/seccion/opinion-articulo/los-antirreformistas-1368691609

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