jueves, 9 de mayo de 2013

Una relación que se reproduce - Lorenzo Meyer

LA PERSISTENCIA DE LOS MECANISMOS DEL PASADO

Acaba de pasar otro 1o. de mayo, el declarado "día internacional de los trabajadores" por la Internacional Socialista en 1889, y es ocasión en propicia para una reflexión sobre la relación entre los trabajadores organizados y el sistema político mexicano.

Sabiendo lo que decía, Ryszard Kapuscinski señaló en 1982: "Cuando se habla de la caída de la dictadura... no se puede tener la ilusión de que junto a ella se acabe todo el sistema, desapareciendo como un mal sueño" (El Sha o la desmesura del poder. Barcelona: Anagrama, 1987, p. 77).

El periodista, historiador y profesor polaco se refería a la naturaleza del proceso político iraní tras la revolución de 1979 que derrocó la dictadura del shah Reza Pahlevi. El tiempo le dio la razón: la cúpula iraní cambió pero el sistema no mucho. A la dictadura de "Su Majestad Imperial" le siguió la del ayatolá Jomeini como "Líder Supremo"; uno impulsó la occidentalización forzosa del país y el otro su islamización. Pero la observación de Kapuscinski también se puede aplicar a muchos otros casos, incluido el mexicano.



Al examinar los procesos de control político de la dictadura porfirista y de los que siguieron en la muy larga "dictadura perfecta" priista, e incluso los actuales, los de la supuesta democracia, se puede comprobar que debajo de las innegables transformaciones que siguieron a los cambios de régimen, las corrientes profundas que determinan las formas en que se ejerce el poder en México siguen corriendo por los viejos cauces o casi.

Un indicador que prueba la validez de la afirmación anterior es la naturaleza de la relación entre las organizaciones de los trabajadores mexicanos y el sistema de poder en las dos etapas que ya son historia -Porfiriato y post revolución- y en la actual, cuya naturaleza aún no está bien definida pero donde ya se perciben rasgos de similitud con las anteriores.

Se han publicado ya muchas y buenas historias del movimiento de los trabajadores en México, algunas locales y otras generales -un buen ejemplo son los varios volúmenes que aparecieron hace 30 años bajo el título genérico de La clase obrera en la historia de México, coordinados por Pablo González Casanova-, pero hay un artículo breve y particularmente interesante de un mexicanólogo norteamericano, David W. Walker, ya fallecido, que apareció más o menos en la fecha en que Kapuscinski publicó su trabajo sobre Irán, y que sostiene que el tipo de relaciones entre las organizaciones de trabajadores en el porfiriato y el régimen que le siguió no fueron, en esencia, muy diferentes ("Porfirian labor politics: working class organizations in Mexico City and Porfirio Díaz, 1876-1902", The Americas, enero 1981, No. 3, pp. 257-289). Usando este artículo, se pueden hacer las siguientes generalizaciones.



DON PORFIRIO Y LOS TRABAJADORES ORGANIZADOS

La experiencia colonial era la única disponible para los gremios mexicanos en el siglo XIX. Esos gremios de artesanos, aunque abolidos formalmente, siguieron funcionando y la relación que buscaron con la autoridad era la tradicional: la paternalista. Por su parte, el débil Estado mexicano de la época encontró conveniente ese tipo de arreglo. Si bien el Gran Círculo de Obreros (GCO) fue originalmente lerdista, no tuvo empacho en volverse porfirista cuando las circunstancias lo aconsejaron y su relación con el poder fue de mutua conveniencia, en particular para líderes como Pedro Ordóñez, que como dirigente del GCO llegaría a ser diputado suplente e incluso propietario de una pequeña fábrica de cola.

Ese tipo de liderazgo y de organización -de corte mutualista- sirvió al régimen para neutralizar a las corrientes obreras radicales y poner, por ejemplo, énfasis en las celebraciones de corte patriótico y no internacional. En 1891, por ejemplo, el GCO se opuso a conmemorar el 1o. de mayo pero en cambio obtuvo subsidios del gobierno para celebrar a Cuauhtémoc, a Juárez, el 5 de mayo o el 16 de septiembre o para desfilar en respaldo de las reelecciones de Díaz. La otra cara de la moneda es que este tipo de organización recibía a cambio apoyo del erario para sostener sus escuelas nocturnas e incluso para alguna cooperativa agrícola que ocupó a trabajadores despedidos.

Pedro Ordóñez -que prefiguró a Fidel Velázquez-, como presidente del Congreso Obrero, sirvió varias veces de mediador entre obreros huelguistas y sus patrones, pero también el propio Díaz pudo jugar ese papel, por ejemplo, a petición de los trabajadores ferrocarrileros. Finalmente, frente a las huelgas, el gobierno porfirista no echaba mano de la fuerza como primera instancia o la minimizaba, incluso si los patrones exigían mano dura, como ocurrió con la huelga de La Tlaxcalteca, de 1884, que llegó a involucrar hasta 6000 trabajadores.

Según Walker, fue al final del porfiriato, cuando se combinan una baja en el poder adquisitivo del salario debido a la inflación, con un cambio en la naturaleza de los trabajadores mismos -los artesanos fueron superados por los obreros-, con la desaparición de los viejos líderes laboristas -Pedro Ordóñez y similares- y con el surgimiento de movimientos y líderes más radicales, como el Partido Liberal Mexicano y los hermanos Flores Magón. El régimen no se adaptó y el viejo modus operandi se vino abajo. Pero además, sostiene Walker, los nuevos capitalistas, en buena medida extranjeros, también se radicalizaron y ante las amenazas de huelga amenazaron con el cierre de sus fábricas si no se les apoyaba. Los conflictos desembocaron entonces en tragedias como las de Cananea (al menos 18 muertos) o Río Blanco (200 muertos y 400 heridos), que marcan el fin del "obrerismo" de Díaz y el fin de la relación de apoyo mutuo entre el régimen y los trabajadores.



EL NUEVO RÉGIMEN

Con la Revolución el ciclo se repetiría. Los carrancistas acabaron con la Casa del Obrero Mundial pero organizaron a los "batallones rojos" para combatir a otros revolucionarios y luego a la CROM. El cardenismo y la CTM serían el punto culminante de la buena relación entre el sistema de poder y los trabajadores. Con el tiempo, Fidel Velázquez desempeñaría el papel que Pedro Ordóñez tuvo en el porfiriato, aunque de manera más institucional y estudiada.

Cuando el régimen priista llegó a su aparente fin, en el 2000, el poder adquisitivo de los salarios llevaba ya 24 años a la baja (cálculos de Manuel Aguirre Botello, http://www.mexicomaxico.org). El modelo económico neoliberal adoptado en los 1980 equivalió a la ruptura que tuvo el porfiriato en su etapa final con su movimiento obrero.



DEL PAN A HOY

Hasta el 2012 los gobiernos panistas adoptaron el viejo tipo de relación con ciertos sindicatos -SNTE o SNTPRM- pero a otros los combatieron con ferocidad digna del final del porfiriato -SME. Con el retorno del PRI se ha castigado ejemplarmente a líderes insubordinados -Elba Esther Gordillo- pero no a la estructura sindical. La tentación de volver al "modelo clásico" ha de ser enorme para líderes y gobierno, pero está por verse si los otros factores de la ecuación pueden y quieren: los trabajadores, los empresarios, la economía y la propia sociedad mexicana, que quizá haya cambiado más que sus políticos.


www.lorenzomeyer.com.mx

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Fuente. Reforma

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