La Ciudad de México está siendo víctima de un doble fuego. Uno tiene que ver con la violencia, otro con la política.
Por una parte, el círculo del crimen organizado poco a poco se va cerrando sobre la capital. A la metrópoli convergen distintos cárteles desde todos los puntos cardinales para disputarse la joya de la corona; el mercado de consumo más rentable del país. Y no podía ser de otra manera: desde hace años los Beltrán Leyva habían penetrado en Cuernavaca, apenas a unos cuantos kilómetros de la capital. “La Familia Michoacana” está en el Estado de México desde hace un buen rato. Y desde el norte las huestes del cártel de Sinaloa vienen bajando. Por su parte, “Los Zetas” hace mucho que suministran drogas a las distintos intermediarios que tradicionalmente han abastecido al narcomenudeo en el Distrito Federal. Pandillas y mafias han habido siempre, desde luego. Lo nuevo es que ahora los cuadros de los cárteles, directamente, están decididos a entrar a operar en la comercialización de la zona.
En este misma revista digital, en el reportaje “DF: La ciudad de los siete cárteles”, Humberto Padgett cita estadísticas del diario Reforma: durante los primeros 100 días de gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto, el Distrito Federal fue escenario de 73 ejecuciones entre el 1 de diciembre de 2012 y el 11 de marzo de 2013. En ese periodo ocurrieron más asesinatos mafiosos que en Tamaulipas con 68 –asiento de los cárteles de El Golfo y de “Los Zetas”–; Morelos, 50 –de los Beltrán Leyva–; Michoacán, 41 –de “La Familia Michoacana” y “Los Caballeros Templarios”–, y Baja California, con 33 muertos –territorio del aún vivo Cártel de Tijuana.
Por supuesto que el coeficiente de muertos violentos por 100 mil habitantes sigue siendo bajo, considerando la enorme población del DF; pero el hecho es que la disputa sangrienta por el territorio capitalino ya ha comenzado.
La disputa política no es menos cruenta. Luego de tres sexenios y medio que el gobierno habrá estado en manos del PRD (hasta 2018), el PRI está desesperado por recuperar la plaza. Ningún regreso al poder será completo mientras el asiento de los poderes federales siga en posesión de la izquierda. Desde Los Pinos y los altos mandos del partido se ha diseñado una estrategia que aborda varios frentes. El más importante, sin duda, el trabajo con las organizaciones de base que perdieron hace décadas.
Se dice, con razón, que el PRI comenzó a perder a la capital desde el sismo del 85, cuando la estructura clientelar del aparato quedó rebasada por su esclerosis y su corrupción. Surgieron multitud de organizaciones espontáneas, independientes y algunas radicales, que con el tiempo fueron absorbidas por la izquierda (y por los disidentes del PRI, relacionados con Manuel Camacho, ex Regente, y su brazo derecho, Marcelo Ebrard). Hoy, con Rosario Robles a la cabeza, ella misma ex Jefe de Gobierno interina, el PRI intenta desde la Sedesol recuperar su presencia con las organizaciones de base.
El resto del trabajo político tiene que ver con la posibilidad de aprovechar las divisiones de la izquierda en la capital y, en lo posible, acentuarlas. Para nadie es un secreto el acercamiento de Peña Nieto a Miguel Ángel Mancera (y viceversa). El propio Mancera es el alcalde menos militante que ha tenido el PRD desde que arribó al poder. A diferencia de sus antecesores Cuauhtémoc Cárdenas, Andrés López Obrador o Marcelo Ebrard, el abogado no ha sido capaz de convertirse en el líder efectivo de los perredistas de la capital. La fragmentación que padece el partido se ha convertido en su peor debilidad.
Una parte de la izquierda siente a Mancera navegando en la tibieza y la indecisión. Otros encuentran que el especialista en asuntos de seguridad, arropado siempre en la Procuraduría del DF, carece del oficio para gobernar una metrópoli tan compleja y politizada como la capitalina. Algunos temen que al final el PRI termine cooptándolo o peor aún, que se convierta en un tercero en discordia en la disputa por la candidatura de la izquierda para la presencia en el 2018 (a la cual aspirarán, con toda seguridad, López Obrador y Marcelo Ebrard). Por lo pronto, AMLO no ha escatimado elogios a Mancera en un intento evidente de darle un poco de calor para que no termine refugiándose en brazos del PRI.
En suma, la capital está a dos fuegos y los dos se entrecruzan. La creciente ola de inseguridad, que ciertamente no es culpa de Mancera aunque el manejo de la crisis ha dejado mucho que desear, se utilizará políticamente para golpearlo. La pobreza de su oficina de comunicación social está a la vista.
El desenlace de esta historia tendrá que ver con la sustancia de la que esté hecho el propio Mansera, por un lado, y la madurez de la izquierda por otro. El Jefe de Gobierno será sometido a enormes presiones que pueden hundirlo o convertirlo en un sobreviviente fortalecido si es capaz de sortearlas. Y la izquierda tendrá que entender que debe cerrar filas y hacer treguas en su interminable guerra civil, o perderá el último bastión que le queda. Mientras, la capital está bajo el fuego cruzado del PRI y los cárteles, y no es poca cosa.
@jorgezepedap
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