jueves, 27 de junio de 2013

La calle - Lorenzo Meyer


AGENDA CIUDADANA
27 Jun. 13

EXPLICACIÓN

Las protestas masivas en las calles, como las que han ocurrido en Turquía y Brasil, son parte del amplio repertorio del que dispone el reclamo popular. La protesta callejera cuenta con antecedentes históricos muy añejos, de la Roma imperial al París monárquico o burgués, aunque esa presencia de la masa descontenta se relacionó más con el motín que con las protestas actuales. Como sea, la toma de la calle como instrumento político se ha acentuado en los últimos tiempos por al menos dos razones: porque las sociedades urbanas han sustituido a las agrarias y la democratización ha avanzado.

Desde hace tiempo, México, especialmente su capital, ha entrado de lleno en "la política de la calle". Las marchas masivas de protesta de 1968 y 1971 significaron una sacudida mayúscula para el sistema presidencial y autoritario imperante. En ambas ocasiones los inconformes se manifestaron en paz pero fueron brutalmente reprimidos por quienes consideraron el reclamo como un desafío incompatible con la continuidad del sistema. Aquella "política de las calles" terminó en dolorosa derrota. Sin embargo, vistas a la distancia, esas protestas pueden calificarse como el dramático principio del fin de un autoritarismo que intentó negar a sangre y fuego un memorial de agravios políticos porque su naturaleza le incapacitaba para procesarlo de forma democrática.




Medio siglo más tarde la democracia genuina sigue sin poder arraigar en nuestro país, pero el autoritarismo "a la Díaz Ordaz" o Echeverría ya no opera. En buena medida fue la política de la calle la que obligó a Carlos Salinas a no seguir con la represión de los rebeldes neo zapatistas y también la que forzó a Vicente Fox a dar marcha atrás en la expropiación de un ejido para construir un aeropuerto o en su intento por hacer efectivo un desafuero irrazonable para bloquear la candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador en el 2006. Por otro lado, la "fuerza de la calle" no pudo impedir la toma de posesión de Felipe Calderón o revertir la posterior decisión de éste de desaparecer a la LyFC en 2009.



BRASIL Y TURQUÍA

Hoy, los medios noticiosos nos han traído las crónicas e imágenes de marchas multitudinarias de protesta en Estambul, Ankara, Río de Janeiro, Sao Paulo y otras ciudades de Turquía y Brasil. En ambos casos, los observadores han puesto el acento en dos factores: primero, en lo inesperado de los movimientos y, segundo, en que éstos tienen lugar en dos países que fueron abiertamente autoritarios pero que hoy son básicamente democráticos y cuyas economías, hasta hace poco y en lo general, habían funcionado bien. Y como lo que sucede en países que comparten características con el nuestro -grado de desarrollo económico y posición en la jerarquía del sistema internacional, entre otras- no debe sernos ajeno, hay que sacar conclusiones y lecciones de sus experiencias.

La primera es que, por democrática que sea una estructura de poder, su sistema de representación -los partidos políticos- rara vez es lo suficientemente sensible como para poder representar y trasmitir a los órganos de gobierno las inquietudes y los agravios principales de una sociedad. Por razones altruistas y egoístas, los líderes formales del sistema -presidente o primer ministro, gobernadores, miembros del gabinete, etcétera- y los otros actores relevantes -dueños de periódicos, radios y televisoras, dirigentes religiosos y sindicales, grandes empresarios- deberían mantener el oído pegado al suelo social. Sin embargo, lo más común es que las élites del poder se dediquen básicamente a atender sus intereses personales y de grupo y a disfrutar de sus privilegios y se muevan en una atmósfera enrarecida. Por esas y otras razones, incluso un sistema que es de esencia democrática, puede caer, por mera inercia, en un peligroso distanciamiento entre dirigentes y dirigidos.



MASA CRÍTICA Y DETONADOR

Otra lección a tener en cuenta de Turquía y Brasil es que los agravios -las demandas no satisfechas y quejas consideradas justas por la ciudadanía- pueden no ser en lo particular causa suficiente para que la sociedad rompa su rutina y lleve a las calles a miles o cientos de miles a manifestar su descontento. Sin embargo, una acumulación de agravios puede llegar a constituir un todo diferente a la suma de las partes y formar una "masa crítica" que, si encuentra un detonador, podría dar pie a lo que podríamos llamar una "reacción en cadena" de la protesta social.

El detonador puede ser casi cualquier cosa, un hecho que por sí mismo no pasaría de provocar disgusto pero no una movilización. En Turquía, el detonador fue la decisión del gobierno de convertir el parque de Taksim Gezi de Estambul en un centro comercial estilo otomano, combinado con la decisión de un puñado de ecologistas de protestar por lo que consideró un atentado contra la vida urbana. Una represión desproporcionada de los malcontentos despertó la indignación y el deseo de muchos de vocear los reclamos acumulados contra el estilo autoritario y conservador de Recep Tayyip Erdogan, primer ministro desde 2003.

En Brasil, el detonador fue un aumento a las tarifas de transporte en medio de una desaceleración económica, de escándalos de corrupción de la clase política y de un gran gasto público para los juegos de futbol y olímpicos que contrasta con deficiencias en la educación, la salud y la infraestructura. Ahí, el blanco del descontento no fue sólo el PT -partido de izquierda-, en el poder también desde 2003, cuando ganó la elección presidencial Luiz Inácio Lula da Silva, sino toda la clase política.

Erdogan en Turquía optó desde el inicio por la mano dura, pero, en Brasil, la presidenta Dilma Rousseff eligió la conciliación e inició el diálogo con un movimiento sin líderes pero con reclamos muy identificables y ofreció mayor gasto social y una reforma política. Es de interés mundial observar el resultado de estrategias tan contrastantes.



LA LECCIÓN

En México la acumulación de agravios pudiera ser mayor que en Brasil o Turquía. Nuestra economía no funciona bien desde hace 30 años, la corrupción va en aumento de manera descarada y desde 2006 la democracia se vuelve a jugar con dados cargados. La frustración de muchos la resume bien esta cita de un mensaje reciente de una estudiante de posgrado en la UNAM: "No puedo evitar compartir el diagnóstico pesimista que todos tienen, pues me doy cuenta de que ciertamente vamos hacia una sociedad más injusta en todos los ámbitos: económico, político, cultural; ciertamente pienso que vamos en una dirección francamente oscura hacia un futuro indigno para las grandes mayorías". Pese a todo, encuentra un elemento positivo, no en la clase dirigente sino en los efectos de largo plazo de las resistencias desde abajo, esas que provienen lo mismo de las comunidades indígenas que de los que ponen "changarros", hacen cultura callejera o simplemente piden limosna. "Para mí es muy importante notar cómo en un mundo adverso la gente resiste y sale adelante".

La política de la calle es resistencia masiva. Y en México ese tipo de política desde la base podría reactivarse si el gobierno le acerca la chispa adecuada: una mala reforma petrolera, por ejemplo.

Fuente: Reforma

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