Las Comisiones de Derechos Humanos tienen una enorme importancia. Son el instrumento que el Estado ha diseñado para vigilar el comportamiento de las otras instituciones públicas en la materia. No es una tarea sencilla. Incomoda a muchos funcionarios. Pero es necesaria (imprescindible) para que la sociedad, sus integrantes, sepan que cuentan con una institución a la que pueden recurrir cuando sean agredidos o maltratados por cualquier funcionario o dependencia públicos. E incluso -bien vistas- son un auxiliar inmejorable de los titulares del Ejecutivo que pueden y deben ver en ellas una alerta, un visor, con relación a lo que sus colaboradores hacen o dejan de hacer en una materia tan sensible como la de los derechos humanos.
En particular la Comisión del Distrito Federal se ha convertido en un instrumento eficaz para la defensa de los derechos humanos... Para ello han sido necesarias varias cualidades que los titulares de la Comisión han sabido potenciar. En primer lugar, la autonomía. Se trata de la capacidad para actuar conforme a la ley por supuesto, pero tomando las decisiones sin la interferencia de los poderes que deben ser "vigilados" por la Comisión. Mientras en no pocas entidades de la República las Comisiones han sido succionadas por los respectivos gobernadores, la del DF ha sido capaz de actuar de manera independiente, entendiendo que si esa cualidad se erosiona, toda la labor del ombudsman se desfigura. Por supuesto, eso conlleva en no pocas ocasiones roces, tensiones y hasta distanciamientos con los titulares de las dependencias aludidas; pero habría que entender que esos choques se derivan del código genético de las propias Comisiones.
Una segunda cualidad es la de tender y fortalecer lazos de colaboración con las agrupaciones de la sociedad civil. No se trata solamente de una operación de mutua conveniencia, sino de la necesidad de no convertir a la Comisión en una isla sin soportes sociales. Por el contrario, la Comisión encabezada ahora por Luis González Placencia ha reiterado que se trata de "empoderar a personas y colectivos", de "construir ciudadanía", de generar "sinergias para fortalecer la institucionalidad democrática". Porque en efecto, el horizonte utópico de la CDHDF sería el de su desvanecimiento paulatino por falta de materia de trabajo, mientras una ciudadanía cada vez más y mejor organizada se convierte en el sujeto central de la vida democrática y las instituciones estatales hacen suyo el código de los derechos humanos. (Por lo pronto se trata de un escenario ideal, así que hasta donde alcanzo a ver, la Comisión seguirá siendo necesaria).
Una tercera cualidad de la Comisión es que sabe y asume que en materia de derechos humanos existen grupos vulnerables que reclaman una atención prioritaria. Porque si bien todos podemos ser víctimas, existen unos que por su situación específica resultan más sensibles a la violación de sus derechos. Mujeres, jóvenes, niños, personas con discapacidad, integrantes del colectivo LGBT, poblaciones callejeras, migrantes, periodistas, defensores de derechos humanos, trabajadoras sexuales, como bien dice el propio informe de la CDHDF, requieren una atención especial. Y ello porque una enorme falla social tiñe nuestra convivencia. Seguimos siendo una sociedad profundamente desigual, polarizada y cargada de prejuicios, lo que es fuente primaria de un trato diferenciado e incluso discriminatorio para grupos sociales específicos.
La CDHDF también se ha esforzado en difundir una cultura, un cuadro valorativo, una forma de asumir las relaciones entre gobernantes y gobernados, que intenta crear una convivencia medianamente armónica y unas relaciones de poder donde la arbitrariedad, el despotismo, los maltratos queden desterrados. Es una tarea que no puede ni debe ser privativa de la Comisión. Por ello los lazos de colaboración con los medios de comunicación y el gobierno de la ciudad se han multiplicado. Habría quizá que buscar su fortalecimiento a través de las escuelas donde se lleva a cabo el proceso de socialización de la inmensa mayoría de los niños y jóvenes. Porque al final de cuentas, la tarea de arraigar una cultura de respeto a los derechos humanos es (debería ser) una tarea de todos.
Otra cualidad que me parece central. La capacidad para detectar algunos asuntos medulares que tienden a corroer el siempre frágil edificio de los derechos humanos. Se trata de temas que aparecen y reaparecen ante nuestros ojos y ante los cuales existe la posibilidad de que nos acostumbremos, que los veamos como parte natural de la vida. Como se dice en el informe de la Comisión, cuestiones como el arraigo, la presentación ante los medios de los presuntos responsables de algún delito, las detenciones arbitrarias, la práctica de la tortura, la desaparición de personas, los errores judiciales o las condenas injustificadas o las condiciones de los reclusos, son temas sobre los cuales la Comisión ha llamado la atención con denuncias, informes, estudios, seminarios.
Extracto del texto leído el 24 de junio durante el informe del ombudsman capitalino.
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