A partir del siglo IX, cada iglesia, cada monasterio, cada abadía fue adquiriendo poco a poco el hábito de anunciar al mundo circundante las horas canónicas gracias a sus campanas. La campana dicta el nuevo Tiempo de Dios. Desaparecen poco a poco las referencias al sistema del horario romano, para no dejar subsistir sino a las horas canónicas, precisas, regulares, cómodas.
La influencia de las campanas sobre el ritmo urbano y rural es enorme. La etimología que propone Jean de Garlande a principios del siglo XIII, por otra parte, muestra bien la importancia de las campanas en la vida diaria de las poblaciones medievales: “las campanas (campane), escribe, se llaman así por causa de los campesinos que habitan el campo (campo) y que no saben estimar las horas sino por el sonido de las campanas”.
Fuente: Jacques Attali, Historias del tiempo (trad. José Barrales Valladares), Fondo de Cultura Económica, México, 1985, 1ª reimpresión, 2001.
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