viernes, 19 de julio de 2013

Conclusión: (Continuación de: México La Campaña Presidencial de 2012 Part. VII).

México
La Campaña Presidencial de 2012


Conclusión
El peor enemigo de AMLO, sin embargo, fue la fase final de su propia campaña. Una campaña caída ya sin remedio en una total deriva estratégica. Un vacío que se llenó con las peores ideas que habían sido desechadas meses antes. La campaña de AMLO pasó de ser una gran campaña electoral POLÍTICA, a ser una pobre y mala campaña publicitaria. El spot de los miedos, miedos que nadie tenía por qué invocar, es un ejemplo claro de lo que hay que hacer para ahuyentar el electorado masivo, despolitizado y desinformado, que decide su voto en las últimas semanas de la campaña. La truculencia, los elementos sombríos y terroríficos son el mejor llamado para votar por otro candidato. La campaña de  tinieblas, que le había dado mala fama y malos resultados a la campaña de Josefina Vázquez Mota, volvió a aparecer, de manera incomprensible, en la campaña de López Obrador.




El criterio, bastante sencillo de comprender, con el que se manejan los tiempos de las campañas electorales, es que la gente politizada e informada toma su decisión de votolejos de la elección. Esa etapa, para nosotros, había terminado en abril. Para ellos habíamos hecho el spot de AMLO de reconciliación, entre otros. Los electores politizados que no hubiéramos ganado en abril, ya no los ganaríamos en junio.
En junio, en las últimas semanas antes de la elección, teníamos que ganar los electores poco informados y poco politizados, que recién entonces comenzaban a tomar su decisión de voto. Este tipo de electores es sensible a imágenes atractivas y seductoras, a emociones, a la idea de acompañar lo que la mayoría de la gente acompañe. Lo seduce el candidato. Este electorado no vota por ideas políticas ni por argumentos políticos, vota por personas y por los sentimientos y la confianza que un candidato puede generar, especialmente por vías afectivas.
Este spot introducía tinieblas, miedos, máscaras. Todo lo que podía alejar al tipo de elector que necesitábamos ganar. La gente sencilla del México profundo que iba a decidir por quién iba a votar, no tenía la menor idea de qué significaban esas máscaras desagradables y amenazantes. Nadie sabía quién era Fox, ni quien Salinas, ni quien Josefina, ni quién era Peña Nieto. Este spot pretendía convencer con torcidos argumentos políticos a quienes eran ajenos a la política. Este spot no solamente le hizo perder tiempo a la campaña de López Obrador, sino muchos. muchos votos.




Y por último, aparece, finalmente, el salvavidas de plomo. El presunto amigo que se había negado a participar en la campaña cuando realmente se lo necesitaba. Marcelo Ebrard. Aparece, ahora sí, en un spot, cuando ya el electorado que había que ganar no es politizado, que no sabe en su mayoría siquiera quién es Marcelo Ebrard. En el fondo de los últimos rincones de México aparece un chilango hablando a intelectuales y no al México profundo, para quien era vital el contacto afectivo y personal de López Obrador.

Contrariamente a lo que sucede en aritmética, el orden de los factores, en una campaña electoral, altera completamente el producto. No es lo mismo poner a un dirigente político hablando frente a cámara, para apoyar al candidato, en una fase temprana de la campaña, cuando se busca el apoyo de dirigentes y líderes de opinión, que cuando se necesita la seducción del candidato, el afecto, el contacto personal emotivo, el conocimiento y la confianza, para ganar el apoyo de las inmensas masas de electores poco informados y muy poco interesados en la política, que se activan y deciden su voto en los últimos días de la campaña.

Marcelo Ebrard se negó a participar en la campaña de AMLO cuando era importantísima su presencia. Participó en ella cuando no sólo no traía ningún voto, sino que los alejaba. La ayuda del Jefe de Gobierno del DF hubiera sido muy relevante para el triunfo de López Obrador, pero la primacía del cálculo político, un cálculo político, por lo demás, equivocado, privó a la izquierda mexicana de un triunfo que podía haber sido seguro.





A pesar de que el crecimiento de AMLO se había detenido, que su intención de voto había comenzado a descender, y que su campaña estaba en una deriva conceptual, el PRI no estaba seguro de los resultados de la elección. Los dieciocho puntos de ventaja que le daba Consulta Mitofsky a Peña Nieto sobre López Obrador, eran una muy fuerte y eficaz propaganda, pero los primeros que sabían que esos datos no eran verdaderos, eran los dirigentes del PRI.

Al final de la campaña, con la infinita cantidad de dinero que habían invertido para poner a Peña Nieto en la Presidencia, decidieron ir directamente a la compra masiva de votos. Más allá de los regalos y trueques que las tradiciones clientelistas del PRI acostumbraban a usar, se modernizó la compra de voluntades mediante la distribución de tarjetas de tiendas como Soriana, con crédito incorporado. Probablemente no haya habido nunca, en ninguna parte, una compra masiva de votos de tal dimensión. El lunes siguiente a la elección, las tiendas Soriana colapsarían por un alud incontenible de personas que iban a cobrar su voto en mercadería y electrodomésticos. Una multitud de votantes-consumidores que agotaría el gigantesco stock de esas tiendas en poquísimo tiempo.

La noche de la elección, el Instituto Federal Electoral (IFE) adjudicó el triunfo al candidato Enrique Peña Nieto por una distancia de seis puntos porcentuales sobre Andrés Manuel López Obrador. La distancia que al inicio de la campaña era de unos cuarenta puntos entre ambos candidatos, y que, aún al final de la campaña, las principales empresas de opinión pública estimaban en casi veinte puntos, resultó ser de seis, bajó de dos cifras a una. Todo eso a pesar de lo que había hecho en su contra, en el último y decisivo mes, la propia campaña de AMLO. A pesar del robo de pauta en los horarios centrales, a pesar de la masiva compra de votos por parte del PRI.

Enrique Peña Nieto ganó la elección por seis puntos. Eso había dicho el IFE. Durante mucho tiempo no dudé de la veracidad de estos datos. Algún tiempo después, sin embargo, el IFE consideró sancionar la campaña de López Obrador por exceso de gastos de campaña, pero no así a la infinitamente millonaria campaña de Enrique Peña Nieto. Esta decisión fue, sin duda, el acto de cinismo más grande de la historia de México. Con esta actitud el IFE selló su rol de organismo electoral al servicio del PRI. El mismo IFE, que había cometido este atropello e insulto a la inteligencia colectiva de los mexicanos, fue el mismo organismo que contó los votos.







Muchos meses después de la elección, el IFE estableció que no había habido ningún delito ni ninguna falta electoral o de otro tipo en lo que los medios denominaron “El Charolazo”. Después que ya estaba Peña Nieto instalado en la Presidencia, después que López Obrador renunciara a su estratega, al eje de su equipo de campaña y, en última instancia, a la Presidencia de México, por esa operación de prensa.

Es claro que el PRI habría sorteado un tema como el del “charolazo” con toda comodidad, si le hubiera tocado en suerte a él. El PRI está acostumbrado a la lucha política y electoral y para él está primero el triunfo y después, con mucho menos importancia, las vicisitudes y golpes que puedan recibir en la campaña.

López Obrador, en cambio, es un luchador social, pero no político. Desconfía del poder, le teme, no quiere ser Presidente. Sólo le gustan las multitudes, los abrazos, los aplausos, los discursos. Es muy buen candidato, pero pésimo estratega. Es un conductor de masas, de multitudes. Su objetivo esencial es tratar de demostrar una superioridad moral absoluta en relación con todos los demás políticos de México. Esa pretensión de superioridad moral, para él es más importante que la Presidencia. Cuando el "Charolazo", prefirió quedarse con su pretensión de superioridad moral antes que quedarse con la Presidencia de México. Creo que le hubiera resultado imposible, por otra parte, acostumbrarse a trabajar con un gabinete a su mando y escuchar siempre las opiniones de sus secretarios. Él no tiene ni quiere asesores, ni colaboradores, ni ministros. Más que líder político es un líder social, y más que líder social, es un líder religioso. Su liderazgo es, esencialmente, un liderazgo místico. De ese misticismo toma sus mayores fuerzas como candidato. Y también sus  límites y debilidades más evidentes.

Quienes ganan o pierden las elecciones son los candidatos. Ni los partidos, ni los asesores, ni las campañas lo hacen. López Obrador contó con una maravillosa campaña que lo llevó a un lugar donde ni él pensaba llegar en la elección de 2012. Tuvo el triunfo asegurado, pero el mismo día que tuvo la victoria electoral en sus manos, renunció a ella. Rompió, terminó, destruyó el equipo que lo había hecho posible. Le regaló la Presidencia de México a su adversario.

López Obrador regaló dos elecciones imposibles de perder. La de 2006 y la de 2012. Tras de sí dejó una inmensa desilusión en millones de sus seguidores, quienes sólo querían el triunfo de la izquierda y una vida mejor para todos los mexicanos. Hoy, transformado Morena en un Partido completamente suyo, es momento de preguntarse si tiene derecho a pedirle nuevamente a sus seguidores esfuerzo, trabajo y esperanza, cuando es evidente que, aún llegando a un milagro de adhesiones en 2018, siempre encontrará la forma de perder la elección y de frustrar nuevamente a la ya sufrida y castigada izquierda mexicana.

Estas crónicas y reflexiones van mucho más allá de lo que puede o debe hacer un consultor político. He pensado, sobre todo, en los muy queridos amigos que hice en la campaña. Gente brillante, famosa, inmensos artistas, que dieron todo su tiempo, su esfuerzo y su talento para hacer una perfecta campaña. Todos comprometidos de manera absoluta, que trabajaron todo el tiempo y mucho más, sin feriados, sin fines de semana, sin cumpleaños, sin vacaciones. Juntos disfrutamos cada momento, cuando a cada paso de la campaña se iban cumpliendo, puntualmente, cada meta y cada objetivo marcado en la estrategia.

Todos estuvieron, y están, muy comprometidos políticamente y personalmente con Andrés Manuel López Obrador. Forman la parte de sus amigos personales que le han demostrado una infinita lealtad. Seguramente no les gustará, y les dolerá, esta crónica de campaña que escribo. Les pido perdón. Pero creo que sus inmensos esfuerzos, y toda la esperanza que vi y que sentí en esa campaña, hacen necesaria la verdad sobre todo lo bueno y todo lo malo que pasó. Espero que en la izquierda mexicana, y en todos los partidos de México, pueda percibirse con claridad lo que los líderes dicen y lo que los líderes hacen, para que cada persona que juega su participación a una opción política sepa cómo sus candidatos manejan sus esperanzas.


Dr. Luis Costa Bonino
9 de Julio de 2013 

http://www.costabonino.com/mexico7.htm

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