jueves, 25 de julio de 2013

Giovanni Papini - La fortaleza en el mar

Giovanni Papini
1881 - 1956

La fortaleza en el mar

El Peñon de Alhucemas
New Parthenon, 6 octubre

El mundo, desde hace algunos años, es cada vez más espantoso y peligroso y he tenido que pensar en prepararme un refugio inexpugnable. Tenemos todavía para rato guerras, invasiones y sublevaciones, y nadie puede considerarse seguro. Quien reflexiona y no tiene la intención de dejarse morir de hambre o de dejarse degollar, se prepara con tiempo.

He encontrado, en la costa norte del Brasil, no muy lejos de la ría del Paranahyba, una pequeña península muy apropiada para lo que deseo. Los obreros, para hacerla habitable y defendible, están trabajando en ella. Se halla unida al continente por una especie de istmo en el que he hecho disponer tres filas de minas: en caso de peligro mi península se convierte, en tres minutos, en una isla.



He hecho construir, en la cima más alta, un castillo revestido de piedra, pero acorazado interiormente con planchas de acero, lo mismo que bajo el techo y bajo las terrazas. Más lejos, entre los árboles, dos casas para la gente de servicio. El castillo tiene un profundo subterráneo, dividido en numerosas estancias y en donde se podrá habitar cómodamente en caso de necesidad. Hay, además, un sótano vastísimo para las provisiones y las municiones.

He hecho construir instalaciones que me aseguren la absoluta independencia del resto de los hombres: tres cisternas para agua, una central eléctrica, una estación de radio, una cámara frigorífica y un gigantesco depósito de carbón (ya lleno). Dentro del castillo ya se halla colocada una biblioteca de cerca de veinte mil volúmenes, que contiene las obras maestras de todas las literaturas, las mejores enciclopedias y los manuales de todas las ciencias. Tengo después tres gramófonos con millares de discos y una galería de representaciones en colores de las obras maestras del arte de todos los tiempos y países.

En la terraza más alta hay un telescopio con una lente de veintiséis pulgadas que puede servir para las noches de insomnio, pero hay también una batería de cañones antiaéreos para el caso de que algún aeroplano indiscreto quisiese informarse de mis actos.

En mi península hay por fortuna un puerto natural donde tendré siempre, cuando habite el refugio, un yate, dos balleneros y dos motonaves. Creo haber pensado en todo.

Apenas se produzcan cambios indeseables o movimientos amenazadores en el país que habito, podré correr a mi fortaleza eremítica, donde no falta nada para vivir cómodamente, y allí esperar, sin peligro, el fin de la crisis. El lugar está muy bien elegido, porque me hallo cercano al golfo de México y mi yate puede llegar en pocos días a Nueva Orleáns. No tengo ciudades cercanas, por fortuna, pero las tierras vecinas son ricas y pueden proporcionarme muchas de las cosas que se necesitan para un largo apartamiento. Llevaré conmigo unas treinta personas, entre ellas un médico, un bibliotecario, un ingeniero, tres buenos mecánicos y dieciséis atletas negros. He comprado ya un centenar de fusiles, seis ametralladoras y he encargado veinte cañones de costa: la defensa, dada la configuración de la península, es fácil por la parte del final.

Un vapor cargado de alimentos en conserva de toda especie ha zarpado ya para el Brasil y pienso hacer construir un establo capaz para un centenar de vacas. Podré resistir así, aun sin recibir nada de fuera. lo menos un año. Con las precauciones que he tomado no me espanta la soledad. Con los libros, la música y la astronomía, el tiempo pasa pronto.

Me extraña mucho que los grandes señores del mundo, que poseen tanto o más que yo, no piensen en habilitar refugios semejantes contra la mala fortuna y las convulsiones guerreras y revolucionarias. La ceguera de los hombres es inverosímil, espantosa. Nadie prevé y nadie se previene contra desastres que son, en la Humanidad alocada de nuestros días, no sólo probables, sino seguros y tal vez inminentes. El ejemplo de Rusia no ha abierto, sin embargo, los ojos a esos jefes de la plutocracia que se hallan más expuestos al peligro de ser fusilados y despojados. Yo soy tal vez el único en todo el mundo que haya pensado en prepararse un «buen retiro» para los días de tempestad: buen retiro que tiene algo de castillo feudal, de convento fortificado o de cueva de piratas, pero que es mucho más útil que esas suntuosas villas que los ricos poseen en el campo, al alcance de cualquier mano, como si quisiesen cultivar la envidia de los pobres y tentar falazmente ese instinto de saqueo que se halla en cada uno de nosotros.

Y además de eso, mi refugio peninsular me servirá también en tiempo de paz. De cuando en cuando, experimento un violento deseo de huir de la ciudad y hasta de los campos demasiado poblados. Haré de anacoreta solitario con todas las comodidades de la civilización. Y no hay mejor placer, en opinión mía, que sentirse en todo y por todo separado de la insoportable raza de los demasiado semejantes, en todo y por todo independiente de ellos y en un refugio bien protegido donde no puedan molestar ni ofender.

Tomado de Gog




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