sábado, 10 de agosto de 2013

Manuel Espino - ¿Quién soy yo para juzgar?

En la que quizá ha sido la declaración más reproducida de su breve papado, el santo padre Francisco no hizo una afirmación dogmática, sino una pregunta cargada de humildad: “¿quién soy yo para juzgar a los homosexuales?”

Tras una larga entrevista en la que habló cara a cara con un grupo de periodistas, el Papa 266 tocó una serie de temas que seguramente sus asesores de prensa le habrían pedido evitar: los escándalos del banco del Vaticano; el papel de la mujer en la Iglesia; el arresto de un monseñor de la Curia; su relación con Benedicto XVI (situación inédita en la historia católica); la posible fecha para canonizar a Juan Pablo II y el robo de documentos de Benedicto XVI. Se trata, por donde se le vea, de una agenda de escándalos del más alto riesgo.



Demostrando que la honestidad es la mejor política, al ser cuestionado sobre su postura personal acerca de la homosexualidad respondió con contundencia, afirmando que la orientación sexual merece respeto.

Demostró así, con unas pocas palabras, un ánimo de no discriminar, de no dividir a la humanidad por sus preferencias sexuales, de erigirse no como un juez sino como un hermano solidario.

Aunque no hubo declaraciones significativas de parte de jerarcas católicos, dado el respeto que le deben al supremo pontífice, más de uno habrá arqueado las cejas al enterarse de estas declaraciones, sobre todo considerando que la postura de la Iglesia es ambigua respecto a los homosexuales.

Según el Catecismo de la Iglesia Católica, que podría considerarse la postura oficial de esta institución milenaria, los homosexuales “deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta”. No obstante, el catecismo también afirma que los actos homosexuales “no pueden recibir aprobación en ningún caso” y muchos grupos católicos en diversos países trabajan activamente para bloquear su acceso a prerrogativas que otros ciudadanos sí tienen, específicamente el de casarse, con todos los derechos a la seguridad social y patrimonial que implica.

Claro está que —como dijo el Cardenal de Milán, Carlo Maria Martini, en su diálogo epistolar con el filósofo Humberto Eco titulado ¿En qué creen los que no creen?— “la iglesia no satisface expectativas, celebra misterios”, por lo cual no se puede esperar que su postura institucional se transforme al vertiginoso ritmo de las sociedades contemporáneas.

Sin embargo, resulta positivo y esperanzador que el papa Francisco asuma una postura más abierta y más contemporánea, muy lejos de los papados intolerantes y persecutorios. Vemos un papa más carismático, más abierto, más Juan Pablo y menos Benedicto.

Bien haríamos los laicos en aplicar ese “¿quién soy yo para juzgarlos?” en todos los aspectos de nuestra vida, sobre todo en los cívicos: ¿quién soy yo para juzgar a quien es de un color de piel diferente al mío, a quien profesa una religión distinta, a quien es ateo, a quien se dice de izquierda o de derecha?

Ese es precisamente el ánimo de quienes nos asumimos como concertadores, pues sabemos que ahí, en la tolerancia a la diversidad, está la base de la pluralidad constructiva, de la unidad entre los diferentes que será la base para edificar un México pacífico, justo y próspero.

. www.Twitter.com/ManuelEspino
manuespino@hotmail.com

Leído en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=185444

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