PRIMER TIEMPO: Quirúrgicamente impecable. Comunicación política 101: ¿Cómo evitar que una sociedad amante de los rumores y químicamente escéptica frente a la realidad, procese una información que podría ser un bocatto di cardinali para la especulación? Veamos lo que hicieron en Los Pinos durante una semana. Primero, el 24 de julio, en medio del ensordecedor ruido de Michoacán y las cifras sobre la paralización de la economía, se informó sobriamente que el presidente Enrique Peña Nieto sería operado una semana después para retirarle un nódulo tiroideo, en una intervención de alrededor de 90 minutos en el Hospital Militar, y cuya convalecencia sería de cuatro días. Al día siguiente, a pregunta de la prensa, Peña Nieto dijo que seguiría trabajando, que sería como irse a dormir pero que, para que no se preocuparan de más, Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación estaría “muy pendiente”. El 31, como lo anticiparon, lo operaron. Minutos después de salir del quirófano, el jefe de la Oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño, encabezó una conferencia de prensa junto con el doctor que lo intervino para explicar, por un lado, el proceso médico —exactamente a lo dicho la semana anterior—, y para señalar que estaba con su familia y atento a las funciones.
En los medios se impuso el spin de utilizar con mayor frecuencia “Jefe del Ejecutivo” que “Presidente”, y para los más mal pensados, se arregló una entrevista radiofónica con el comentarista de las élites, Joaquín López Dóriga. Por si no creían los malquerientes que Peña Nieto podría hablar, ahí lo pudieron escuchar. La voz, no el contenido, era lo importante. La estrategia de comunicación no se limitó a los medios convencionales. La esposa del Presidente, Angélica Rivera, envió mensajes por Twitter la mañana de la operación, lo mismo que hizo el secretario de Hacienda, Luis Videgaray. El propio Peña Nieto envió un mensaje vespertino por las redes sociales, y al día siguiente se coló en las columnas políticas que tenía un teléfono rojo en el hospital —que es como se llama a la red de comunicación presidencial—, y que las reuniones de evaluación diarias que tenía con Osorio Chong, Videgaray y Nuño en Los Pinos, las realizaba en el hospital. Ningún rumor sobre su salud prendió. Ningún hueco dejado a la especulación. Abarcaron todo y para todos. Ni modo, Los Pinos ganó la partida a los propagandistas.
SEGUNDO TIEMPO: Pero no todo lo que brilla es oro. Ante lo puntual y eficiente del manejo informativo en torno a la operación del presidente Enrique Peña Nieto, sobresalió por las razones contrarias el desaseo comunicacional en torno al asesinato del jefe de la Octava Zona Naval, el vicealmirante Carlos Miguel Salazar y uno de sus escoltas. El crimen sucedió en una carretera secundaria en Michoacán el domingo pasado, y la Marina informó sobre lo que sucedido. Dijo que había sido una emboscada, con lo cual planteaba los elementos de premeditación, alevosía y ventaja, y sugería que no había sido un delito del fuero común sino una afrenta al Estado Mexicano, al desafiar abiertamente a las Fuerzas Armadas con el asesinato del oficial de mayor alto rango en activo que haya muerto en tiempos de paz en México. En eso estábamos cuando el procurador general, Jesús Murillo Karam, salió a desmentir todo lo que había dicho, por voz de su comunicado, el secretario de la Marina, almirante Vidal Soberón. Para nada que fue una emboscada, abofeteó el procurador. Por tanto, ni premeditación ni locuras de esa naturaleza. El vehículo del vicealmirante dejó la autopista hacia Morelia-Guadalajara porque había un bloqueo, y se metió al camino secundario de manera imprudente, a decir del procurador, porque ni siquiera llevaba a ningún lado. Suavecito Murillo Karam, insinuó que si lo mataron fue por irresponsable, él o sus escoltas, al meterse en lugares que desconocían. Las cosas no quedaron ahí. En la ceremonia luctuosa, el almirante Soberón dijo que “este hecho no nos detendrá”, que siguen “dispuestos a velar por la vida, la seguridad y el patrimonio de cada uno de los mexicanos”, y que trabajarán con mayor profesionalismo, audacia y entrega a fin de que “la muerte de nuestros compañeros no sea en vano”. En lenguaje decodificado, dice que murieron como consecuencia de lo que hacen, no porque se perdieron y los mataron unos delincuentes comunes, como espetó Murillo Karam. Nada de que se perdió el vicealmirante y que no fue una emboscada, porque, anticipó el secretario, “trabajarán para que la muerte no sea en vano”. Las contradicciones de los dos altos funcionarios y su choque retórico pasaron muy desapercibidos. Pero la fractura en la comunicación gubernamental, ahí quedó.
TERCER TIEMPO: El patinaje también llega al Zócalo. La semana arrancó de una manera espectacular, en algunos medios. Un tema que había sido publicado hace más de 10 días en la prensa del Distrito Federal, lo retomó El Universal, cortesía del director del Metro,Joel Ortega. A ocho columnas “reveló” toda la red de abuso de poder y conflictos de interés del líder del sindicato del Metro, Fernando Espino, para asestarle un golpe en la boca y ponerlo de rodillas. No era un tema nuevo, pero Ortega utilizó los favores del medio para introducir ese nuevo spin informativo y anunciar que la tarifa del Metro aumentaría dos pesos. Con el jefe de gobierno Miguel Ángel Mancera tomando el avión para irse de vacaciones, Ortega aprovechó el espacio político para saldar cuentas con su viejo enemigo, el diputado local del PRI Espino, y meter en la opinión pública el inevitable aumento en el transporte colectivo. No calculó que habría un fuerte revire, donde Espino, objetivo de su ataque, ni siquiera tuvo que meter las manos. Notificado de la gasolina que prendió Ortega en la pradera, Mancera instruyó al secretario de Gobierno, Héctor Serrano, a que le diera unos cuantos manotazos sobre la mesa. Serrano desmintió públicamente a Ortega. Que no mintiera, porque si bien ha planteado el aumento, dijo, no sólo falta la decisión, sino ni siquiera se ha revisado y valorado. Así que, mejor que se calle, porque las estrellas capitalinas no están alineadas a favor del director del Metro. Ortega se volvió a encerrar en el Metro, pues las cosas no le han salido bien. Quería hasta meter a la cárcel a quienes han abusado comercialmente del Metro, y no lo dejaron. Quiso arrinconar a Espino y aumentar la tarifa del transporte, y le dijeron que no hable lo que no tiene autorizado. Ir por la vía institucional no le funcionó. Y ahora, por la vía no institucional, tampoco. Ortega tendrá que revisar su estrategia y su comunicación con Mancera que parece, a la luz de los hechos, rota.
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Twitter: @rivapa
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