No hay duda que Felipe Calderón se equivocó en dos ocasiones: la primera fue cuando aceptó la permuta de la reforma fiscal (simple y llana miscelánea) contra la electoral (contrarreforma, en realidad)
Es momento de jalar al gobierno federal en la dirección de las reformas necesarias, que no pudieron concretar Fox ni Calderón por la oposición del viejo nacionalismo-revolucionario
El hubiera, como mucho se repite, no existe. Pero no hay duda de que entre 2000 y 2012 se perdió una serie de oportunidades históricas.
Vicente Fox equivocó el arranque de su gobierno. Durante cuatro meses se fijó, como objetivo central, la firma de la paz con el EZLN. Todo terminó en un callejón sin salida. La popularidad con que inició su sexenio se quemó en infiernillos.
Luego vino una suerte de rectificación. Emprendió un acercamiento con Elba Esther Gordillo para avanzar en las reformas energética y fiscal. Pero la maestra fue defenestrada. Roberto Madrazo le ganó la partida. Las reformas no pasaron.
A partir de 2007, una vez en la Presidencia de la República, Felipe Calderón impulsó las reformas fiscal y energética. La primera le fue escatimada por Manlio Fabio Beltrones que la condicionó a que se aprobará previamente una reforma electoral.
La segunda fue acotada, de nuevo, por Beltrones: no a las modificaciones de la Constitución y no a los contratos de riesgo. El resultado fue una reforma pírrica que no solucionó ninguno de los problemas de Pemex ni de producción de petróleo.
No sobra recordar que el entonces gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, tomó distancia frente a la estrategia del senador priista y se pronunció por reformas profundas en materia fiscal y energética, amén que criticó partes centrales de la reforma electoral.
A la distancia, no hay duda que Felipe Calderón se equivocó en dos ocasiones: la primera fue cuando aceptó la permuta de la reforma fiscal (simple y llana miscelánea) contra la electoral (contrarreforma, en realidad).
La segunda fue cuando aceptó los términos propuestos por los priistas y, en lugar de dar la batalla, festinó la reforma de Pemex, en cadena nacional, como si hubiera sido un avance sustantivo.
El PAN está ahora siguiendo la misma estrategia de Beltrones. Gustavo Madero ha insistido en que la reforma político-electoral debe aprobarse antes que la reforma energética. Sus diferencias en este punto con Ernesto Cordero son más bien de matiz.
Los panistas se están equivocando. No parecen haber aprendido de su paso por la Presidencia de la República ni de la forma en que les bloquearon las reformas entre 2000 y 2012.
Pero además, existe un problema de jerarquización: lo que al país le urge no es una nueva reforma electoral, sino las reformas fiscal y energética que están por discutirse.
En consecuencia, el Partido Acción Nacional debería retomar la agenda reformista que planteó entre 2000 y 2012, concentrarse en su impulso y ser consistente con su historia reciente.
Sobre todo, cuando en el gobierno federal reina la confusión. ¿Qué pasó con las ideas y las tesis del entonces gobernador del Estado de México? ¿Dónde quedó el programa esbozado en la campaña por la Presidencia de la República?
A la luz de lo que está ocurriendo, no se puede dejar de evocar la famosa frase de Groucho Marx: estos son mis principios, pero si no le gustan, los cambio.
La reforma fiscal, propuesta por el gobierno federal, es un traje a la medida o, si se prefiere, cortado con el patrón del programa perredista. Pero los electores no se confundieron el 1o. de julio: votaron por Peña Nieto y no por AMLO.
Nadie puede descartar, en consecuencia, que en materia energética, en aras de no enfrentarse a la oposición de izquierda, el gobierno federal opte por la salida fácil o de plano rinda la plaza.
La salida fácil sería asumir la propuesta de los perredistas de realizar un referéndum en 2014 y mandar la reforma a las calendas griegas.
Rendir la plaza sería aún más fácil: bastaría rasurar la iniciativa, eliminando las enmiendas constitucionales y los contratos de utilidad, para concentrarse en una reforma administrativa, como la que se realizó en 2008.
Nada está decidido por el momento. Pero a la luz de que está pasando con la reforma fiscal y a la luz de la iniciativa presidencial, que se amparó en el general Lázaro Cárdenas para tener legitimidad, no se puede descartar que el gobierno federal opte por la puerta falsa.
La geometría política en México es cada vez más confusa: PAN y PRD se alían con el único objetivo de contener al PRI. El PRI presenta una miscelánea fiscal calcada del PRD. En materia energética PAN y PRD son antitéticos, y el PRI... deshoja la margarita.
Pero a pesar de ello, no es cierto que las ideologías ya no existan. La izquierda tiene fe ciega en el Estado. Los liberales no. De ahí que una reforma fiscal estatista sea opuesta a una que aliente la productividad, el crecimiento y reduzca las trabas y los trámites a la inversión.
El final del siglo XX y lo que va del siglo XXI deben ser leídos en México como lo que fueron: un debate y una lucha entre la visión modernizadora, que puso el énfasis en la contracción del Estado y la apertura comercial, y la visión estatista, que se ancló en los principios del nacionalismo-revolucionario.
De ahí la oportunidad histórica que se le presenta al PAN. Es el momento de jalar al gobierno federal en la dirección de las reformas necesarias, que no pudieron concretar Vicente Fox ni Felipe Calderón por la oposición del viejo nacionalismo-revolucionario.
Los dividendos que así obtendrían serían considerables en cualquiera de los escenarios: si las reformas fructifican, porque se colgarían la medalla de haberlas impulsado; si fracasan, porque consolidarían su imagen como un partido que defiende la agenda del cambio que México necesita.
Nada de esto es difícil de entender. Pero el PAN está atrapado en su laberinto y es muy poco probable que sus dirigentes sean capaces de levantar la mira.
Por eso no hay lugar para el optimismo.
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