Una extravagante lógica nos impulsa a creer que las naciones se hallan destinadas al progreso, que la línea de la historia conduce de un pasado de barbarie a un porvenir civilizado, que poco a poco los individuos ganan nuevos derechos y que muy pronto el orbe se acercará a una utopía de libertad y justicia. Por más que guerras y genocidios nos desmientan, nos resistimos a dejar atrás esta ilusión. Quizá por ello sorprenda tanto que un País que en tiempo récord dejó atrás una tiranía, tramó una admirable negociación entre sus facciones, se encaramó en un vertiginoso ascenso económico y se abrió como pocos a la tolerancia y la diversidad, hoy sea capaz de retroceder en todos estos rubros a una velocidad mucho mayor.
A la muerte de Franco, España acarreaba un sinfín de patrones autoritarios, sus regiones parecían volcadas a una fuga paralela a la de Yugoslavia; la Iglesia y el Ejército continuaban como poderes dominantes y la democracia se abría paso con timidez en el anacrónico sistema dinástico heredado por el caudillo. Y, sin embargo, las fuerzas cívicas desatadas en la transición lograron imponerse para generar una de las sociedades más dinámicas y ejemplares de los últimos decenios.
Entre 1983 y 2009, los diversos grupos políticos parecían haberse puesto de acuerdo sobre el modo de conducir a España hacia los más altos niveles de vida, no sólo de la Unión Europea -el motor que la impulsaba-, sino del planeta. En lo que hoy luce como un parpadeo, la monarquía recobró su prestigio como garante de la estabilidad institucional, el sistema autonómico logró conservar la unidad territorial -pese a las amenazas del terrorismo vasco-, los sectores clericales fueron arrinconados y una inesperada riqueza alentó un crecimiento sin precedentes.
En medio de esta euforia, España se atrevió a presentarse de nuevo como potencia global -algo inédito desde el Siglo XVII-, fuese como líder de una pujante comunidad de 400 millones de hispanohablantes, fuese a través de los exabruptos de Aznar en los 90’s. Como fuere, los signos del progreso fueron acompañados por un gran salto adelante en materia de derechos y, tras una primera norma de 1985, en 2010 una importante mayoría secundó las leyes que permitían el aborto (en un avanzado sistema de plazos) y el matrimonio homosexual.
Por desgracia, en ese mismo año las marejadas del crash estadounidense arribaron a las costas de la península y estas ilusiones se decantaron en pesadilla. El endeudamiento de la banca, sumado a la burbuja hipotecaria, barrió millones de empleos (y esperanzas). Ahogada por la inmovilidad del euro y la austeridad decretada en Berlín, en estos cuatro años España se convirtió en un zombi: un muerto viviente que hoy no hace sino lamentarse de sus pérdidas. Pero lo más desasosegante es que la crisis puso en evidencia que los acuerdos de la transición no resistieron el fin de la bonanza. La monarquía, celosamente blindada, exhibió su honda corrupción; el sistema autonómico hizo aguas, de modo que hoy la península se halla tan cerca de desmembrarse como a fines del Siglo XVIII; la clase política ha alcanzado el culmen de su desprestigio; y, como si se tratara de la más ominosa metáfora del deterioro general de una Nación, las reformas sociales de los últimos años están a punto de ser echadas por la borda.
Cuando los electores le dieron la mayoría absoluta al PP para castigar el pésimo desempeño económico de los socialistas, no calcularon que sus miembros la aprovecharían para cumplir su anhelo de devolver a España al pasado en términos de moral pública. Así es como el PP no dudó en presentar una iniciativa para penalizar el aborto que no sólo retrotrae los derechos de las mujeres a antes de 1985, sino que las coloca bajo una tutela externa sin parangón en casi toda Europa (peor, incluso, que en México).
La retórica de la propuesta hace pensar que atravesamos el túnel del tiempo para situarnos en pleno franquismo. No sólo bloquea del todo la posibilidad de que una mujer aborte voluntariamente, sino que se elimina el supuesto de malformación del feto y sólo admite la interrupción del embarazo si se pone en riesgo la salud física o mental de la mujer, previo dictamen de dos facultativos (en un sistema disciplinario de raigambre medieval). Si valiéndose de su mayoría absoluta el PP sanciona esta norma, será el mayor símbolo de que una sociedad puede retroceder en el tiempo, dejando atrás no sólo sus conquistas sino su memoria.
@jvolpi
Leído en http://www.am.com.mx/opinion/leon/el-tunel-del-tiempo-6118.html
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