Es indiscutible que cuando menos en el corto plazo la segregación de la izquierda la hará cada vez menos competitiva y privará a la democracia de los contrapesos necesarios y de una agenda plural en materia económica y social...
Tiempos difíciles vienen para la izquierda mexicana. Enfrenta un dilema de muy difícil resolución: la unidad a toda costa puede resultar regresiva, pero la división asegura la derrota electoral.
Por una parte, asiste la razón a Jesús Ortega que ayer argumentaba en estas mismas páginas (“La Unidad, pero no a toda costa”) que la unidad no es una fórmula mágica; que hay expresiones que buscan regresar a la izquierda a la uniformidad por consigna, al pensamiento único, a la intolerancia y todo ello … desde el pedestal de un comité de salud pública; que es necesario avanzar hacia la consolidación de una fuerza de izquierda que sea democrática y progresista.
Por la otra, es indiscutible que cuando menos en el corto plazo la segregación de la izquierda la hará cada vez menos competitiva y privará a la democracia de los contrapesos necesarios y de una agenda plural en materia económica y social. No puede imaginarse un México con políticas redistributivas del poder político y económico, con libertad de manifestación, con legalización de la mariguana, con matrimonios gay, con un Consejo Nacional contra la Discriminación o con el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, sin el empuje de una izquierda moderna.
A la competencia externa del PRI y del PAN se le suma ahora la competencia interna. No se trata solamente de las tradicionales divisiones al interior de un mismo partido —las llamadas tribus—, sino de formaciones políticas distintas que reclaman para sí la etiqueta de izquierda sin importar si ello daña sus posibilidades de convertirse en alternativa de gobierno. Con el registro del Morena, México tendrá cuatro partidos compitiendo básicamente por el mismo electorado en unas elecciones intermedias en las que el desempeño en las urnas depende mucho más de la estructura territorial de los partidos que de una figura carismática y reconocida a nivel nacional capaz de arrastrar el voto para el Congreso.
Antes el reto era únicamente la reunificación de las tribus, ahora el desafío es mayor. Para que la izquierda aumente o al menos mantenga su fuerza se requerirá un frente entre los partidos que la representan y por ahora eso no parece viable o quizá, como dice Jesús Ortega, ni siquiera deseable.
Más allá de la formalidad de que el Morena está impedido de aliarse con cualquier partido por ser su primera elección, está claro que su apuesta no es por la unidad orgánica, electoral, programática o estratégica. El Morena está haciendo una apuesta arriesgada: desfondar al PRD y desaparecer o fusionar bajo sus siglas al PT y Movimiento Ciudadano, cuyos representantes en el Congreso se han alineado al lopezobradorismo. Tanto López Obrador como Batres consideran que el PRD se ha extraviado y han dicho con claridad que “¡con las bases del PRD sí, con los dirigentes no!”. Morena ha expresado una y otra vez su desconfianza ante la conducta del partido amarillo: “No sabemos qué estrategias vayan a llevar a cabo los dirigentes, pero nosotros estamos en nuestro derecho de trazar nuestra estrategia que consideremos adecuada, independiente del gobierno y sin negociaciones”.
¿Pero cuál es esa estrategia y cuál el proyecto? La reaparición de López Obrador en el Consejo Nacional del Morena el pasado 6 de enero estuvo lleno de retórica antigobiernista, pero ayuno de un proyecto alternativo; de una agenda de cambio; de un programa de transformaciones. Niega además la esencia de la política: no vamos a entrar en negociaciones.
Ni el ideario ni el programa de un partido pueden articularse únicamente alrededor de la “abolición de las reformas estructurales, revertir las privatizaciones y recuperar los recursos naturales y los bienes de la nación”. Augurar “más crisis y decadencia”, el fracaso del crecimiento, el aumento del desempleo y el incremento de la inseguridad y la violencia no acarrea votos. Esperar a que al gobierno de Peña Nieto y a México les vaya mal no es una buena idea para ganar elecciones. No sólo porque los augurios pueden resultar falsos sino porque no ofrecen formas alternativas para crecer, para aumentar el empleo, para parar la violencia y para brindar seguridad.
Si el país comienza a crecer como anuncian los organismos internacionales y el propio gobierno, la bandera de revertir la Reforma Energética y las acusaciones de neoporfirismo no alcanzarán para que el Morena gane el Congreso, pero sí para disminuir la fuerza parlamentaria del PRD. El escenario podría ser uno en el que el PRI reeditara una hazaña similar a la del ’91, cuando gracias al desempeño de la economía, el partido en el gobierno saltó de 52% de la Cámara de Diputados a 64 por ciento.
El porfiriato fue muchas cosas. Unas buenas y otras malas. De entre las malas figuran el control absoluto del poder político, la falta de libertades, de democracia y de contrapesos. Si la izquierda se sigue fraccionando. Si el Morena persiste en su estrategia, quizá su profecía de neoporfirismo se materialice y no precisamente en lo económico sino en lo político: volveremos a tener un partido dominante.
*Investigador del CIDE
amparo.casar@cide.edu
Twitter: @amparocasar
Leído en http://www.excelsior.com.mx/opinion/maria-amparo-casar/2014/01/08/937152
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