Así, hoy tenemos las cumbres del G8 y del G20, en las cuales se reúnen los líderes de 8 de las economías más fuertes del mundo (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino Unido y Rusia) o de las 20 economías más grandes (las ocho antes anotadas más Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, China, Cora del Sur, India, Indonesia, México, Sudáfrica, Turquía y la Unión Europea).
Y no para ahí el asunto. Ahora hay cumbres multilaterales de los países que pertenecen al Consejo Europeo, a la OTAN, a la Unión Europea, a la APEC, a la Alianza del Pacífico, al Mercosur, al ALBA, al SICA, al CARICOM, a Iberoamérica, a la Liga Árabe, a la Unión Africana y muchas más. Y luego vienen las cumbres entre organizaciones, como pueden ser la Unión Europea y la Africana en donde se reúnen los gobernantes de los diversos países que las integran. O de la UE y los países del Caribe. Y así, al infinito…
Hoy vemos cumbres de ministros de economía y finanzas, de banqueros centrales, de líderes del futuro, de legisladores de diversos países, de dirigentes de ventas, de presidentes de bancos. Piensa en alguna actividad humana y seguramente encontrarás una cumbre de quienes a ella se dedican.
Si Churchill viviera se espantaría al ver como se ha vulgarizado el término que acuñó.
Reynolds nos explica que “cuando Churchill habló por primera vez de una reunión diplomática en la cumbre” estaba de alguna manera refiriéndose “a un encuentro peligroso entre dos adversarios. Un dramático acto de voluntad… Un momento en que un líder arriesga todo ante la mirada de las multitudes. La oportunidad de hacer o deshacer su reputación. Un viaje del cual, una vez iniciado, es dolorosamente difícil regresar”.
Para el historiador, en el siglo 20 se dieron seis cumbres que transformaron al mundo y en donde se la jugaron sus participantes: Múnich, en 1938, entre Neville Chamberlain y Yosef Stalin; Yalta, en 1945, entre Winston Churchill, Franklin D. Roosevelt y Stalin; Viena, en 1961, entre John F. Kennedy y Nikita Jrushchov; Moscú, en 1972, entre Leonid Brézhnev y Nixon; Campo David, entre Menájem Begin, Jimmy Carter y Anwar Sadat; y Ginebra, en 1985, entre Mijaíl Gorbachov y Ronald Reagan.
Muchos dirán que hubo muchas otras y tienen razón. Por ejemplo, la cumbre entre Richard Nixon y Mao Zedong, en Pekín, en 1972, modificó al mundo y marcó el inicio de la fuerte interdependencia económica entre sus naciones.
Por todo lo anterior, la cumbre realizada ayer en Toluca entre los gobernante de México, Estados Unidos y Canadá no fue, a mi juicio, una cumbre, entendiendo el término como lo define Reynolds.
Fue una reunión de gobernantes, como son la mayoría de las que hoy se llevan a cabo alrededor del mundo y casi cotidianamente.
Hoy, las avanzadas tecnologías de comunicación permiten que los líderes del mundo puedan conversar en cualquier momento, viéndose a los ojos. No necesitan subirse a un avión para dialogar, negociar, intercambiar ideas o hasta pelearse.
La era de las cumbres pasó.
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