Renato Sales tiene fama de ser un abogado que resuelve todo, aunque llegar al final de las cosas le genere problemas. Pero desde hace tiempo enfrenta un misterio que, dicho por él, ha sido incapaz de resolver. Se topó con él cuando era procurador en Campeche y notó que ese pequeño estado costero y amigable, tenía la tasa más alta de suicidio del país. En sí, para una comunidad que no enfrenta problemas económicos o sociales graves, era muy poco entendible. Pero cuando descubrió que la mayoría de los suicidios se cometían con hamacas, simplemente se rindió.
Uno puede imaginarlo recordando ese tiempo de Campeche y sus hamacas malditas, con sus gesticulaciones, su voz casi de tenor, sin estar engolada, su risa franca y sus ojos prendidos. Muy lejos la imagen que mostró esta semana ante la opinión pública cuando fue presentado como el zar antisecuestros mexicano, serio y muy formal, para recibir uno de los grandes tareas de su vida: reducir la histórica tasa de secuestro en México de más de cinco por día, que tiene volteado de cabeza al país y acorralado al gobierno.
Pero para Sales, la excepcionalidad de la encomienda, por la gravedad del fenómeno, no representará un esfuerzo extraordinario. A lo largo de su vida, sus encomiendas las ha hecho con una pasión que sorprende. Un abogado que lo conoció desde que era secretario de juzgado para procesos penales, recuerda cuando le llevó la declaración de un cliente donde alegaba su inocencia. “La leyó en voz alta”, dice aún con asombro. “Lo hizo con la voz fuerte, con vehemencia poética”.
Sales está educado en ello. Un hombre sensible que toca piano y recita de memoria las 34 estrofas de “La Suave Patria” de Ramón López Velarde, que declama las tragedias de William Shakespeare, es amante del trabajo de Giorgio Agamben, que ha dedicado su trabajo al estudio de la biopolítica –el poder político y social sobre la vida misma- y el concepto de los estados de excepción, maestro en palíndromos y autor de tres libros de poesía, que es capaz de leer en sus momentos climáticos existenciales, no podía actuar de otra manera.
Hijo de abogado –su padre fue el último procurador del Distrito Federal en la administración de Miguel de la Madrid-, estudió Derecho en la Universidad Iberoamericana al mismo tiempo que cursaba Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México. Sus dos grandes pasiones siempre se han entreverado, pero nunca como en uno de los casos más controvertidos de su carrera, que lo define de cuerpo entero, el de la muerte de la abogada Digna Ochoa en 2001.
Él era entonces subprocurador del Distrito Federal, que entonces encabezaba Bernardo Bátiz. Cuando llegó a la escena del crimen notó un libro tirado frente al librero. Era el único fuera de lugar. Lo recogió y vio que era un libro de poesía. Estaba abierto en una página marcada; era un poema sobre el suicidio. Sales se obsesionó con el caso. Durante la investigación, su esposa, que es una reconocida jueza, bromeaba un poco en frustración que ella sabía que quien había matado a Digna Ochoa, quería echar a perder su matrimonio.
Eso no sucedió, pero sus investigaciones mostraron una de las cualidades por las que hoy, al ser nombrado zar, recibió el aplauso unánime.
Sales encontró que la abogada Ochoa se había suicidado.
El jefe de gobierno del Distrito Federal en aquél momento era Andrés Manuel López Obrador, a quien en la coyuntura política no le convenía que la investigación concluyera en suicidio. Presionaron a Sales para que cambiara el veredicto, pero el subprocurador respondió que antes de modificarlo, renunciaba. Bátiz le dijo a López Obrador que si se iba Sales, se iría con él. El jefe de gobierno evitó un conflicto mayor y nombró a otro fiscal para el caso Ochoa, Margarita Guerra, cuya investigación llegó a la misma conclusión.
El subprocurador capitalino se convirtió en una pieza clave del gobierno. Tuvo en sus manos uno de los casos más controvertidos de aquellos años, el Caso Havre, un quebranto por 45 millones de dólares mediante la creación de empresas fantasmas, que produjo la sentencia de cárcel de Julio Mariscal en 2005, quien con su padre, habían sido responsable del delito, y resolvió en 2006 otro caso muy público, el de “La Mataviejitas”, que llevó a la sentencia de Juana Barraza de 759 años de prisión por asesinar a 11 mujeres de la tercera edad.
Tuvo a su cargo la investigación sobre la presunta corrupción del mecenas del PRD, Carlos Ahumada, por el cual cayeron en la cárcel el empresario, el ex secretario particular de López Obrador, René Bejarano, y perdió el poder la entonces líder del partido y hoy secretaria de Desarrollo Social del gobierno federal, Rosario Robles.
Pero mientras resolvía los casos de alto impacto, libraba batallas interna con el subsecretario de Seguridad Pública, Gabriel Regino. Uno de los puntos más álgidos se dio cuando en la marcha conmemorativa del 2 de octubre en 2003, donde detuvo a cerca de 80 personas por vandalismo. Regino, cuyo jefe directo era Marcelo Ebrard, exigía que la Procuraduría arrestara a los jóvenes por su mera apariencia, pero Sales lo enfrentó. “En una ciudad democrática gobernada por la izquierda –le dijo-, no se detiene a nadie por su apariencia”. No fue sorpresa cuando Ebrard llegó a gobernar la ciudad, Sales saliera.
El abogado gozaba de buena fama, por lo que cuando se formó una comisión para revisar el proceso electoral por la presidencia del PRD en 2008 en la que se enfrentaron Jesús Ortega y Alejandro Encinas, él fue uno de ellos. Eran tres comisionados. Uno lo puso Ortega, otro Encinas, y él, único independiente. Volaban acusaciones de fraude de todos lados y la decisión en la comisión llegó a una disyuntiva: se decantaban por la legalidad o por los grupos. Bejarano, que estaba con Encinas, lo presionó para que apoyara a cualquiera de los grupos, pero que no actuara dentro de la legalidad, porque eso no favorecería la imagen pública del PRD. Sales, como siempre, actuó dentro de la legalidad y ese proceso se anuló.
Los resultados no tardaron en llegar. Sales se quedó sin trabajo y se fue a la vida privada, combinando su trabajo de abogado con sus clases en el ITAM de Derecho Procesal Penal, hasta que a la llegada de una nueva administración en Campeche, el gobernador Fernando Ortega, lo invitó a ser su procurador. Durante su gestión en el estado, Sales andaba sin escoltas, en una camioneta Ford Escape que tampoco tenía blindaje. Regresó al Distrito Federal en junio pasado, cuando el procurador general, Jesús Murillo Karam, lo invitó a ser subprocurador de Control Regional y Procedimientos Penales, en sustitución de Alfredo Castillo.
Sales le empezó a dar resultados rápidos. El más sonado, haber encontrado la pista que llevó a los cuerpos de los jóvenes que desaparecieron del bar “Heaven After”, uno de los más controvertidos en el gobierno de Mancera. Pese a esos logros, nadie en la opinión pública lo tenía en mente como el nuevo zar antisecuestros, que lo llevó a encontrarse con Isabel Miranda de Wallace, una de los cuatro miembros ciudadanos que coadyuvarán con el nuevo órgano desconcentrado, en un nuevo cierre de círculo caprichoso.
La señora Wallace, una de las activistas más importantes contra el secuestro, tiene como su principal asesor a Samuel González, jefe de la Unidad Especializada para el Combate de la Delincuencia Organizada en el gobierno de Ernesto Zedillo. González era dueño de “Tomo XVII”, una librería donde Sales iba con frecuencia y alguna vez forcejeó por un libro de Noam Chomsky, el lingüista y anarquista estadounidense, un científico profundamente realista pero, sobretodo, un pensador congruente y consistente. Una más de las proyecciones del nuevo zar antisecuestros.
twitter: @rivapa
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