25 Feb. 14
Para Federico Campbell, in memoriam.
Hay algo muy incongruente en la política mexicana. Por un lado vemos los fastos y el glamour de una reunión de los jefes de Estado de Canadá, Estados Unidos y México en la ciudad de Toluca, donde cada rincón fue rigurosamente controlado y donde no se filtraba el ruido de las zonas broncas del país. Allí todo fueron sonrisas y actos de acrobacia diplomática realizados sin riesgo alguno (y con pocos resultados). Pero en las zonas broncas se vive en otro mundo; en Michoacán, por ejemplo, hay un Estado fallido donde las reglas de la civilidad y del derecho se encuentran tan erosionadas que el gobierno federal ha tenido que intervenir masivamente. El folklore de grupos de narcotraficantes que adoptan poses religiosas medievaloides rivaliza con las actitudes vigilantistas de unos machos barbones o bigotudos que visten chalecos antibala, lucen sombreros rancheros, gorras estilo americano y llevan armas de grueso calibre. Las policías locales se han desvanecido y en su lugar han entrado el Ejército y la policía federal, que operan como un cuerpo extraño y rígido en un mundo raro. Todo esto va acompañado del envío de una nube de burócratas encorbatados encargados de apuntalar o sustituir las funciones que el gobierno local es incapaz de cumplir.
En los escenarios internacionales el gobierno infiltra imágenes de políticos reformistas y modernos encabezados por un superpresidente que ha llegado para salvar a la patria. En estos escenarios la violencia parece disminuir y las inversiones comienzan a fluir. Los políticos mexicanos viajan por el mundo anunciando la buena nueva. Pero atrás dejan, en Michoacán, una maraña casi ininteligible y sospechosa de hilos que envuelven a personajes con apodos curiosos, como El Abuelo, El Paisa, Papá Pitufo, El Americano y la Comandante Bonita, dirigentes de los grupos de autodefensas con los que pacta el gobierno. Está muy generalizada la sospecha de que estos grupos están infiltrados por narcotraficantes que pueden convertirse en un serio dolor de cabeza para la sociedad.
En todo caso, los movimientos del gobierno en Michoacán, encabezados con un "comisionado federal", no tienen el aspecto de ser una solución moderna y democrática al terrible problema de la violencia, el narcotráfico y los secuestros en Michoacán. Todo ello tiene un tufo más bien arcaico y primitivo. Además, se tiene la impresión de que, tras bambalinas, el gobierno está tratando de amarrar pactos con diferentes grupos delictivos para frenar la putrefacción de la política y la sociedad en vastas zonas de Michoacán.
Al mismo tiempo funcionarios y políticos, encabezados por el Presidente, se pasean con elegancia por el Foro Económico Mundial de Davos o por la cumbre de Estados latinoamericanos y del Caribe en La Habana, para lograr un cambio en la mala imagen de México. En Davos le doraron la píldora a la derecha empresarial, para vender la idea de que México es un país con oportunidades inmejorables para la inversión de capital. En La Habana, para buscar el apoyo de la izquierda autoritaria latinoamericana, el Presidente calificó al viejo dictador como "líder moral y político" y condonó el 70% de la deuda cubana con México.
En este contexto la espectacular captura de El Chapo Guzmán, el más buscado de todos los capos narcotraficantes, es un acontecimiento que tiene dos filos. En primer lugar es un éxito indudable del gobierno, logrado con habilidad y con el apoyo de agencias estadounidenses. Sin embargo, por otro lado, la noticia que se cuela en los medios masivos de comunicación a escala global le recuerda al mundo la presencia de un México bronco, corrupto, violento y atrasado. Esto nos recuerda a todos que México vive sumergido en la incongruencia política. La narrativa que tanto ha tratado de borrar y eliminar el gobierno priista vuelve en todo su esplendor. El viejo culebrón regresa a las primeras planas y a las pantallas de la televisión.
No hay remedios mágicos y rápidos para restañar los tejidos sociales dañados. El bisturí policiaco es una acción necesaria para extirpar brotes malignos, pero no crea tejidos sanos. Habrá que apoyarse menos en la propaganda y más en la política. Es muy posible que un viraje radical en la educación pública básica fuese de gran ayuda. Pero no es seguro que el gobierno tenga la capacidad de dar el audaz salto que se necesita
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