La moral y la seguridad nacional de un país están rotas cuando sus jóvenes deciden salir a las calles para defender y pedir la liberación de un narcotraficante.
Joaquín Guzmán Loera, alias el Chapo, tiene un expediente judicial integrado con más hojas y tomos que una enciclopedia.
Sin embargo, ni los múltiples asesinatos que él o su gente han ordenado o cometido, ni el ser cabeza de uno de los cárteles de droga más poderosos del planeta, impidió que, el miércoles pasado, un grupo de jóvenes aparecieran en las calles de Culiacán con pancartas exigiendo la liberación del delincuente.
Las imágenes arrojaron sombras sobre el éxito de las autoridades e instituciones mexicanas. ¿Por qué? Porque significa que la aprehensión deEl Chapo no es suficiente para acabar con la cultura de la ilegalidad que él, junto con otros, han logrado sembrar en la conciencia de la sociedad.
Para decirlo de otra manera: la gravedad estriba en que hoy una parte de la ciudadanía aparece como abogado defensor y cómplice inconsciente de uno de los criminales más buscados en el planeta.
El presidente del Comité de Seguridad Nacional en la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Michael McCaul, exigió la extradición del narcotraficante para que “nunca más salga a la calle”.
Lo que jamás imaginó nadie es que El Chapo, aun estando tras las rejas, iba a salir y seguir en la calle gracias a su seguidores.
Frente a este fenómeno debemos preguntarnos todos —y todos somos: gobierno, empresarios, partidos, maestros, medios de comunicación y padres de familia—: ¿qué hemos hecho o dejado de hacer para que una leyenda como El Chapo cabalgue triunfante sobre las anchas avenidas de la cultura nacional ganando batallas?
Hecho que nos remite a lo que refirió en alguna ocasión el exalcalde de Sicilia, Leoluca Orlando, al tratar de doblegar a la mafia: “Tenemos policías y jueces para derrotar a los capos, pero no tenemos ciudadanos”.
Si se hiciera una encuesta para conocer la opinión de los jóvenes sobre la detención de El Chapo, es obvio que nos llevaríamos una mala sorpresa.
Ver a mil 800 jóvenes recorrer las calles de Culiacán y Guamúchil con pancartas exigiendo la no extradición del narco porque “We love Chapo” y “Te queremos libre”, es un claro aviso, una alarma de color rojo, de que en el país no se está haciendo lo suficiente para combatir la cultura de la ilegalidad y, a la vez, reconstruir los valores.
En esta etapa de cambio, encabezada por el presidente de la república, hace falta una gran reforma. Tal vez la más importante de todas: la construcción de una nueva nación a partir de políticas públicas que promuevan desde todos los ámbitos los valores de la legalidad.
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