Durante su campaña presidencial en el año 2000, Felipe Calderón hizo muchas promesas que no cumplió. Una de ellas se refería a la honestidad que, según él, caracterizaría a su gobierno en caso de que resultara electo en las elecciones del 2 de julio de ese año.
Recuerdo un anuncio de televisión en donde, mostrándonos las palmas de sus manos, nos dijo: “Yo creo en los valores. Creo en el valor de la ética. El principio de la honestidad. La obligación que tenemos con México, de no dejarlo naufragar, que caiga en manos del hampa, en manos de los corruptos. Que quien está en un cargo de diputado o de presidente de la república tenga las manos limpias”.
Y otro, también mostrándonos las palmas de sus manos que después de seis años de gobierno quedarían manchadas de sangre, en donde nos aseguraba: “Yo también tengo las manos limpias. Limpias de corrupción como la mayoría de los mexicanos. Porque sólo en manos limpias debe quedar el futuro de México”.
El tiempo se ha encargado de demostrar que desde antes de su campaña Calderón ya no tenía las manos limpias o que permitió que otros se las ensuciaran en su nombre y representación. Aún, no hizo nada para evitar que muchos se las mancharan, como es el caso de varios de quienes fueron sus más cercanos colaboradores y miembros de su gabinete presidencial.
Abundan los ejemplos de la corrupción que imperó en el sexenio pasado, siendo el de Oceanografía el que durante las últimas semanas acaparó la atención pública antes de ser desplazado por otro escandaloso asunto, éste originado por la defectuosa construcción de la Línea 12 de Metro de la Ciudad de México, realizada durante el gobierno del perredista Marcelo Ebrard.
Ahora bien, y para ser justos, los negocios poco transparentes, los contratos multimillonarios concedidos por Pemex a la empresa, los montos de dinero que supuestamente se obtuvieron o defraudaron ilícitamente y los nombres de los prominentes panistas involucrados en el caso de Oceanografía durante los gobiernos de Vicente Fox y Calderón hacen que lo ocurrido en la Línea 12 parezca un juego de niños.
¿Hasta dónde podrían estar involucrados muchos miembros del PAN o familiares de estos en el caso de Oceanografía? No lo sabemos ahora y tal vez nunca lo llegaremos a saber en vista de que los legisladores del PAN aparentemente decidieron presionar al presidente Enrique Peña Nieto para que no lleguen a ser muy profundas las investigaciones que realizan la Procuraduría General de la República (PGR), el Servicio de Administración Tributaria (SAT) y otras entidades gubernamentales.
Para defender el buen nombre de estos probables corruptos y el de su partido político los legisladores del PAN decidieron presionar al gobierno federal por dónde más le puede doler a Peña: las leyes secundarias de la reforma energética.
Primero los senadores que obedecen las órdenes de Felipe Calderón y luego los demás legisladores panistas del Congreso federal anunciaron que dejarían de negociar con el gobierno federal dichas leyes secundarias mientras no se aclaren y deslinden responsabilidades en el caso de Oceanografía. Todavía ayer en la tarde, la presidenta provisional del PAN y excolaboradora de Calderón, Cecilia Romero, reiteró que hasta cuando se aclaren los puntos básicos del caso de Oceanografía podrá “continuar el análisis de la reforma energética, solucionándose esta cuestión conflictiva”.
Personalmente no veo qué tiene que ver la investigación de Oceanografía con la discusión de las leyes secundarias de una reforma que el PAN promovió y apoyó desde años, como es la energética. Lo único que se me ocurre pensar es que la jerarquía de este partido busca defender a aquellos de sus compañeros que podrían estar involucrados en el asunto condicionando sus votos a favor de las mencionadas leyes secundarias. También se me ocurre que detrás de toda esta maniobra política cuyo fin es entorpecer la acción de la justicia está el mismo Felipe Calderón, ya que no es coincidencia que los primeros opositores a seguir el diálogo de las secundarias con el PRI fueron los senadores que siguen obedeciendo sus órdenes.
Si mis ocurrencias probaran ser ciertas, quedaría demostrado que Calderón busca fastidiar al gobierno de su sucesor sin importarle en los más mínimo el futuro de la reforma energética y del país. A fin de cuentas, para él es más importante rescatar lo poco que le queda de prestigio que a las maltrechas finanzas públicas.
Claro está que podría yo estar equivocado. Igual que los millones de mexicanos que se equivocaron al creerle a Calderón cuando aseguró tener las manos limpias.
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