domingo, 9 de marzo de 2014

Hector de Mauleon - Los profetas del crimen

Nexos: Hector de Mauleon 

Semana Santa de 1997. En la cabina de radio del programa Para empezar, el periodista Pedro Ferriz de Con recibe un aviso de su equipo de producción: en el teléfono está un hombre que dice ser Amado Carrillo, “El Señor de los Cielos”, líder del Cártel de Juárez. “Que si no te pasamos el teléfono ya sabe quiénes somos y nos va a matar”.
Esto lo declara Ferriz de Con a una agencia del ministerio público a la que acude voluntariamente. Su declaración es parte del volumen en el que el cuarto y último fiscal del caso Colosio, Luis Raúl González Pérez, despeja versiones y testimonios desaforados que nadie ha investigado con seriedad hasta aquel momento.


Según su propia versión, Ferriz toma el teléfono del estudio donde transmite aprovechando que el noticiario ha entrado en una pausa comercial. Dice escuchar del otro lado de la línea la voz de un hombre “muy impositivo, muy amenazante, muy seguro de sí mismo”, que habla como si estuviera tomado:
—Soy Amado Carrillo Fuentes. Me conoces, estoy seguro de que me conoces, soy El Señor de los Cielos.
—Perdóname —responde Ferriz de Con—, no puedo perder el tiempo. Ni siquiera sé si de verdad eres Amado Carrillo o no.
—¡Ah!, ¿quieres que te demuestre que soy Amado Carrillo?
—Pues yo creo que de entrada, ¿no?
—Tu esposa se llama More.
Ferriz guarda silencio. El otro continúa:
—No te hagas pendejo, bien sabes que tu esposa se llama Dore, no More. La que es More es tu secretaria. Tu esposa Dore está en Houston en el Hotel Marriot con tus hijas Dore y Niña. Tienes un Crown Victoria azul, blindado tipo cinco, y sólo quiero recordarte que en algún momento te bajarás de él, lo que te hace vulnerable. Y te advierto desde este momento que si me grabas esta conversación te mato.
 Siguieron, según Ferriz, 50 minutos muy extraños. El periodista dejaba la bocina de vez en cuando para leer o comentar noticias (eran las 19:15, se desarrollaba la tercera emisión dePara empezar). Cuando eso ocurría, el presunto Amado Carrillo le “gritaba desesperado que tomara la bocina y atendiera lo que tenía que decir”.
Lo que tenía que decir es que estaba borracho y que desde hacía tiempo permanecía en ese estado desde la comida hasta el día siguiente. Lo que tenía que decir era que ya habían dado la orden de detenerlo, porque él era el regalo que el gobierno de Zedillo le iba a dar al presidente Clinton durante su visita a México (mayo de 1997). Le estaban pisando los talones.
Según Ferriz el supuesto capo le habló de Salinas como el visionario más grande que hemos tenido en México, del general Gutiérrez Rebollo, su empleado, como sólo uno de los muchos generales que tenía su cadena operativa.
Ferriz de Con le dijo que siempre había querido saber, como periodista, quién era el asesino intelectual de Luis Donaldo Colosio.
—Hubo un ingrediente del narcotráfico —afirma el periodista que respondió Carrillo—, pero también debes estar consciente y no perder de vista el nombre del político al que en México le debes tener más miedo. Se llama Luis Echeverría y su grupo sigue teniendo mucha injerencia en lo que pasa en este país. No lo mataron porque quisieran evitar con esto que él llegara a la presidencia de la República, más bien lo hicieron por un ajuste de cuentas. Él afectó muchos intereses de Echeverría, que desvió a su favor, y se la cobraron: más que un crimen político, fue una venganza política.
—Diga —pregunta el agente del ministerio público a Ferriz— si el que dijo ser Amado Carrillo le refirió aspectos específicos sobre la planeación del asesinato del licenciado Colosio.
—Me hizo sentir que él era ajeno —respondió Ferriz—. Pero no desconocía quién había sido… Yo le traté de sacar nombres, él no caía. Más que receptor de preguntas era emisor de afirmaciones.
En los días en que Ferriz de Con relató al ministerio público lo que había escuchado, el expediente de Luis Donaldo Colosio era ya uno de los más abultados, tortuosos, fantásticos en la historia del sistema judicial mexicano: unas mil 200 declaraciones, 27 líneas de investigación, más de 300 sospechas, miles y miles de fojas producidas diariamente por un equipo de alrededor de cien peritos, policías judiciales y agentes del Ministerio Público. Cientos de personas se habían acercado a la subprocuraduría encargada del caso para proporcionar nombres, pistas, datos, fragmentos de conversaciones que, según ellas, podrían ayudar en el esclarecimiento del magnicidio ocurrido el 23 de marzo de 1994 en la colonia Lomas Taurinas de Tijuana, la tarde en que Mario Aburto acribilló a Colosio. Prácticamente desde que la fiscalía fue constituida, llegaron a sus oficinas toda suerte de anónimos y documentos. De este tipo:
“Aquien Corresponda:
quiero decir que yo soy la persona que me contrataron para matar a Mario Aburto después de que el isiera su parte. a mi me ofrecieron 250 mil pesos la persona que tube contacto fue el Lic. Mario Cruz, y fue el que me dio un sobre con las indicaciones, y como me iban a pagar también me dio un rifle .30-06. con lente pero dadas las sircunstancias no lo pude hacer, todo fue tan rapido. Yo me tube que ir de california porque me querían matar. El Lic. Mario Cruz no se el segundo apellido, oia hablar de un profesor como 3 veses Javier Lechuga las 2 personas viven al parecer en San Luis Potosí. Necesito protección y estoy dispuesto a entregarme siempre y cuando tenga protección y declarar y probar lo que he dicho.
Una persona arrepentida”.
El archivo del caso contiene más historias que Las mil y una noches.
En el aeropuerto de Ensenada un hombre había escuchado, la mañana del atentado, que dos personas sentadas a su espalda, y a quienes no reconoció, habían comentado: “lo de Colosio ya está hecho, ya quedó arreglado, ahora sí se lo va a llevar la chingada”.
Un día antes del magnicidio, en la central telefónica de una estación de autobuses de Culiacán, se oyó decir a un hombre de aspecto patibulario: “Aquí se nos escapó el hijo de su chingada madre, pero allá sí lo vamos a matar” (Colosio había estado aquel día en Culiacán).
Una mujer informó que antes del mitin en Lomas Taurinas había visto a Mario Aburto con un grupo de sujetos, a quienes dijo: “Vamos a hacerlo de una vez, porque si no es ahora ya nunca lo haremos”.
Otra mujer sostuvo que en una de las giras oyó que un miembro del equipo de seguridad de Colosio —supuestamente Tranquilino Sánchez Venegas— le informaba a un joven de lentes oscuros: “Aquí no se va a poder, va a tener que ser más adelante”.
Unas señoras comentaron que en una ocasión, “estando en casa de Raúl Salinas, entró con mucha familiaridad el general Domiro García Reyes y dijo: ‘los zapatistas los teníamos controlados y se nos adelantaron, a Ruiz Massieu lo vamos a quitar de un momento a otro, y Luis Donaldo no llegará’ ”.
Un policía preventivo declaró que un compañero de preparatoria le había dicho a su cuñado, de 16 años de edad, que Manuel Camacho Solís acababa de estar en su casa, pues tenía relaciones con su mamá, y había anunciado: “Van a matar a Colosio”.
Una persona que vivía en Estados Unidos aseguró que se hallaba en poder de un audiocasete que tenía grabada una conversación entre Bill Clinton y Carlos Salinas: según el informante, en esa charla el presidente mexicano advertía que Colosio acostumbraba defender “tesis latinoamericanas” y Clinton le ordenaba “que entonces declinara a su candidato, ya que no permitiría que Colosio cumpliera su cometido”. (Para el envío del audiocasete, el informante solicitaba un depósito de 10 mil pesos. Cuando las autoridades lograron localizarlo, lo que exhibió fue “una cinta de música de la banda Santa Cruz, que contenía una canción sobre la muerte de Colosio”.)
Un hombre que dijo hacer labores de seguimiento de políticos sonorenses para un tal licenciado Luna de la Secretaría de Gobernación, relató que su jefe lo envió a una suite del Hotel Casablanca de la ciudad de México para que tomara el recado de unas llamadas telefónicas que esperaba, y que mientras hacía del baño habían entrado a la habitación un capitán, varios dirigentes del PARM y Carlos Hank González, quienes “se pusieron a platicar sobre la campaña del licenciado Colosio que estaba bastante agresiva en ese momento”. El informante aseguró que desde el baño había oído que Hank González decía: “Nos lo vamos a tronar… ya tengo todo, la gente que se va a ir a Tijuana” y ordenaba al capitán “que le consiguiera la agenda de giras del licenciado Colosio” (el declarante negó más tarde haber oído nada, y aseguró que se había enterado de la conversación “por unos compañeros”. No pudo dar el nombre del licenciado Luna, y terminó por aceptar que en realidad no lo había visto nunca).
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En una entrevista con el periódico Reforma, el fiscal González Pérez relató que el clima de escepticismo e incredulidad que desde 1994 existía alrededor de la investigación le había obligado a agotar todas y cada una de las versiones que le eran proporcionadas a la fiscalía. Se preguntaba el fiscal: “En cualquier procuraduría, ¿investigan las sospechas?, ¿investigan la especulación, lo que la gente pensaba, creía, las versiones que iban surgiendo? Aquí lo hemos hecho”, afirmó.
Una tarde se recibió la declaración de Daniel Sáenz Arocha, un hombre que dijo haberse unido en Mazatlán a la campaña de Colosio, como miembro del equipo de sonido. Sáenz Arocha aseguró que el Estado Mayor presidencial era quien había matado al candidato. De acuerdo con su versión, los encargados del sonido habían recibido unos audífonos por los que les enviaban instrucciones: “súbale al volumen”, “bájele al volumen”. Estos audífonos se los había entregado un capitán. A través de ese aparato, Sáenz Arocha oyó cuando alguien decía: “Después del mitin vamos a matar al candidato”. Afirmó que el capitán del Estado Mayor se había acercado a ellos para decirles: “ustedes no han visto ni oído nada, tienen familia y algo les puede pasar”. La fiscalía interrogó a las 29 personas que estuvieron encargadas del sonido en Lomas Taurinas, ninguna de ellas conocía a Sáenz Arocha, no había registro de su presencia en el mitin. La policía comenzó a buscarlo para que ratificara la declaración que había enviado por escrito. Lo que se halló fue un hombre de 74 años, alcohólico, que dijo a los investigadores que también poseía mucha información sobre el levantamiento zapatista, “porque había platicado varias veces con los subcomandantes Marcos y Tacho”.
En el tomo IX del expediente sobre el caso yace la declaración del guatemalteco Mamerto Peralta González, quien informó a la fiscalía que el 10 de marzo de 1993, mientras se hallaba secuestrado por un grupo guerrillero en el estado de Chiapas, vio que un sujeto al que llamaban “comandante Germán” ofrecía a sus secuestradores “10 millones de dólares que pagaba el presidente Carlos por eliminar a Colosio, ya que este último no quería traficar drogas con el grupo”. Según la versión del guatemalteco, los guerrilleros rehusaron la oferta y el “comandante Germán” respondió “que estaba bien, que se iba a mover por otro lado”.
Peralta González dijo también que en enero de 1995 lo habían secuestrado de nuevo, “permaneciendo cautivo en compañía de un sujeto llamado Muñoz Rocha y de otro sujeto de nombre Mario, a los que tenía secuestrados Raúl Salinas”. El expediente informa que una tarde el guatemalteco se presentó intempestivamente en las oficinas de la subprocuraduría “para cobrar la recompensa por sus informes”: preguntó al personal en forma amenazante si se la iban a entregar o no, y se retiró, “aduciendo que lo que sabía de los hechos ya lo había dicho en su testimonio anterior”. Cuando la fiscalía solicitó datos de Peralta González a las autoridades migratorias, encontró que el sujeto había sido expulsado varias veces del país, por hallarse en éste de manera ilegal, y que en una de esas ocasiones había declarado a elementos del Instituto Nacional de Migración que una guerrilla lo había secuestrado en Tapachula, y que durante su cautiverio se había enterado de que un comandante “Pablo Emilio” planeaba secuestrar al hijo del presidente Salinas. Había dicho también que alguna vez lo habían secuestrado “los Orellana Félix” (sic), y que para liberarlo pidieron por su rescate 15 millones de dólares, aunque su esposa “sólo juntó 12 millones con 10 dólares”.
En uno de los tomos más desaforados del expediente, el fiscal reunió las “Versiones de personas que dijeron haber tenido información previa al atentado”. El documento aclara que buena parte de la información fue proporcionada por mitómanos, personas que buscaban llamar la atención, gente necesitada de ayuda, presos desesperados, desempleados, sujetos interesados en perjudicar a alguien en particular, defraudadores profesionales e individuos con personalidades fantasiosas o franco deterioro mental: esa zona del expediente de Colosio conforma un laberinto del delirio. Es el territorio de los profetas del crimen.
En octubre de 1997 un hombre llamado Felipe Navarro contactó a un asesor de la comisión legislativa que daba seguimiento al caso Colosio, el licenciado Mariano Valdivia. Navarro explicó: un mayor del ejército que había participado en el atentado quería entregarse porque sabía que sus cómplices lo estaban buscando para matarlo. El mayor, dijo Navarro, se llamaba Marco Antonio López González. “Fue subdelegado de la policía judicial federal en Guanajuato y ahora está escondido en Nuevo Laredo”.
Agentes de la fiscalía viajaron a León, Guanajuato, para entrevistarse con el informante. El hombre les dijo que al mayor López González lo había contratado una persona a la que apodaban “El Güero”, que le iban a pagar 200 o 300 mil dólares por formar parte del equipo de verdugos de Colosio, que una persona que apareció en las imágenes transmitidas por televisión toda manchada de sangre era la que iba a matar a Mario Aburto en cuanto éste disparara sobre el candidato, pero que erró el tiro, que “el mero mero, el que iba a mandar el billete era Manuel Camacho Solís, y que también andaba en eso Muñoz Rocha, quien se hizo cirugía plástica”. El mayor, dijo Navarro, quería hablar y descubrir a los involucrados porque acababa de escapar con vida de un atentado.
En un segunda entrevista, el informante dijo que “también había estado Córdoba Montoya en el complot” y que el mayor tenía las pruebas. Para entregarlas, el militar solicitaba que la entrevista se llevara a cabo en Estados Unidos, y que estuvieran presentes el fiscal, los integrantes de la comisión de seguimiento y personal de la Comisión Nacional de Derechos Humanos.
La reunión no se llevó a cabo. Navarro canceló varias citas, alegando que las autoridades incumplían las condiciones pactadas y habían ordenado investigar y seguir al mayor López González. El expediente informa que el hombre solicitó 50 mil pesos a cambio de las pruebas. Le fueron entregados los 50 mil pesos y esto fue lo que envió:
—Una foto del mitin de Lomas Taurinas, que según él era inédita, y en la que aparecía el mayor López González.
—Varias fotos de un salón de clases vacío, “en donde se hacían las reuniones de planeación” del asesinato.
 —Dos llaves que supuestamente abrían aquel salón.
—Una foto de una camioneta Ram-Club, en la que Mario Aburto “era visto con frecuencia”.
—Una foto en la que se apreciaba un vehículo en la oscuridad, con tres sujetos en el interior. Al reverso: “Tijuana Baja California un mes antes del atentado avurto en el interior del vehículo en la parte de atrás hablando con unas personas a solo unos pasos de donde Trabajaba”.
—Una relación de 29 personas vinculadas “con la organización y ejecución del crimen”. En esa relación aparecían Camacho Solís, Domiro García y Córdoba Montoya.
—Un croquis en el que se explicaba la ubicación en el mitin de los miembros del equipo de seguridad de Colosio: “Othón Cortés, Vicente Mayoral, Merin y Salinas”.
La investigación reveló que la “foto inédita” había sido extraída de un video que había circulado en la televisión y que el hombre que Navarro señalaba como el mayor López González era en realidad un compañero de preparatoria de Colosio, que ya había declarado ante la fiscalía. La camioneta en la que Aburto “era visto con frecuencia” había salido al mercado no en 1994, sino un año después del asesinato. Por lo demás, la lista de supuestas personas vinculadas con el atentado no contenía otra cosa que los mismos nombres que los medios de comunicación habían difundido luego del homicidio.
 La fiscalía decidió indagar el pasado de su informante. Navarro había sido “madrina” de la judicial federal en Guanajuato y policía municipal en La Purísima. Según sus ex compañeros de trabajo era adicto a la cocaína “y mostraba actitudes paranoicas”. Lo habían sometido a proceso por su participación en una organización dedicada al robo de automóviles y también por usurpación de funciones, robo, extorsión y abuso de autoridad. La declaración del ex director de Seguridad Pública de La Purísima es una perla: “[A Navarro] lo describe como inestable emocionalmente, muy mentiroso, agresivo, oportunista, falto de espíritu de servicio, como una persona ruin hasta con su propia familia. Supo que dirigía una banda de asaltantes y que hasta a ellos les quedó mal”.
 El mayor López González existía. No estaba escondido en Nuevo Laredo, sino perfectamente localizable en la ciudad de México. No era una perita en dulce, lo habían dado de baja por incurrir en diversas irregularidades, pero demostró que el día del asesinato de Colosio se encontraba en la delegación de la policía judicial federal en el estado de Chiapas. Había conocido a Navarro en 1993, durante el tiempo en que fungió como subdelegado de la PJF en Guanajuato. Sin embargo, no había vuelto a verlo y dijo desconocer las razones por las que éste decidió involucrarlo en el atentado.
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En abril de 1997 Everardo Moreno Cruz es nombrado subprocurador general de la República. En sus idas y venidas por la ciudad de México, uno de sus escoltas, Héctor Adolfo Trigueros González, le cuenta que tres años antes prestó sus servicios como escolta de Colosio, en un grupo paralelo al del general Domiro García Reyes. Aquel grupo, dice Trigueros, estuvo comandado por el coronel Pedro Chávez Sánchez. El subprocurador escucha la historia del ayudante con atención: Trigueros le dice que como escolta de Colosio acudió a Los Pinos entre el 10 y el 20 de enero de 1994 y presenció un pleito entre altas personalidades del grupo salinista: “Al esperar donde se estacionan los vehículos salieron Justo Ceja, José Córdoba Montoya y Luis Donaldo Colosio, señalando el último de manera álgida ‘Las cosas no deben ser así, no deben ser así’, refiriendo a su vez Justo Ceja ‘Así tiene que ser’, y al parecer José Córdoba también manoteando”. Según Trigueros atrás del grupo habían salido Manuel Camacho y Carlos Salinas de Gortari, quien dijo: “Así se hará” y anunció a Colosio: “Te vas a arrepentir”.
Agregó que los escoltas que espe- raban en el estacionamiento —Gerardo Almaraz, Raúl González, José Francisco Larrazolo y el propio Trigueros— no supieron el motivo de la discusión y que su jefe, el coronel Pedro Chávez, les ordenó que abordaran los vehículos y subieran las ventanillas “para no escuchar más”.
—Pero tal vez la discusión la escuchó el chofer del vehículo —dijo.
El día de la bandera, agregó el escolta, durante la ceremonia realizada en el Zócalo, agentes de la policía militar o del Estado Mayor presidencial detuvieron a los elementos del grupo paralelo que había presenciado el pleito y los llevaron al campo militar, para torturarlos y saber qué habían oído el día en que estuvieron en Los Pinos.
 Le dijo Trigueros al subprocurador: “Después mataron al coronel en la carretera México-Veracruz y los otros también han muerto”. Agregó, por último, “que cuando vio a Diana Laura Riojas a fines de abril para darle el pésame, ella le preguntó que cómo le había ido de comisión, pues esa explicación le habían dado respecto a su repentina desaparición”.
 Everardo Moreno hizo del conocimiento de la fiscalía la versión del escolta. El escolta reiteró lo que le había contado al subprocurador. Se comenzó a investigar la existencia de un grupo paralelo. Entre los cercanos a Colosio nadie había oído hablar de éste. El chofer del candidato no había conocido ni a Trigueros, ni al coronel Pedro Chávez, ni a ninguna de las personas mencionadas por el escolta. No había más responsable de la seguridad que el general Domiro. Se revisó la libreta de la caseta de vigilancia del condominio donde había vivido el matrimonio Colosio, en la que se detallaban los movimientos de entrada y salida: no existía registro de que Trigueros hubiera visitado aquel sitio para darle el pésame a Diana Laura Riojas.
 El escolta fue advertido de las penas en que incurren los falsos declarantes; se le sometió a un nuevo interrogatorio. Confesó a regañadientes: “Platiqué con el subprocurador excediéndome, ya que lo que le dije es falso. No sé por qué razón se lo dije, pero lo hice sin medir las consecuencias”.
De acuerdo con la fiscalía especial, de las versiones investigadas, sólo en seis casos hubo indicios suficientes para considerar que el declarante pudo escuchar, antes de que ocurriera, algún comentario relacionado con el homicidio de Colosio. Las investigaciones probaron, sin embargo, que dichos comentarios “fueron distorsionados o magnificados con el tiempo, que eran de interpretación equívoca, o que no tenían mayor fundamento que la especulación o el protagonismo de quien en su momento lo emitió”. De entre esos seis casos, no hay historia más inquietante y misteriosa que la de Antonio Gárate.
El 11 de julio de 1995, El Financiero publicó una nota que informaba que dos meses antes del magnicidio la DEA había avisado a autoridades mexicanas “que algo grande se preparaba contra Colosio cuando estuviera en Baja California o Sonora”. Un veterano de la agencia, Antonio Gárate Bustamente (que en otro tiempo había operado el secuestro en territorio mexicano del médico Humberto Álvarez Macháin, a fin de que éste rindiera cuentas ante la justicia estadunidense por el asesinato del agente Enrique Camarena), declaraba en entrevista: “Yo pensé en algún francotirador y sobre todo en la colocación de un carro-bomba. Por ahí creímos entonces que podría agredirse a Colosio”.
El Financiero refería que Gárate había comunicado los hechos al entonces director de seguridad pública de Tijuana, Federico Benítez López, quien ignoró el aviso (y a quien mataron 30 días después del atentado), así como al procurador de Sonora, Wenceslao Cota Montoya. El anuncio le había llegado al agente en voz de un informante. “Este informante —decía la nota— es de los más confiables que tiene la DEA. Tino, para nombrarlo de alguna manera, ha logrado revelaciones importantes en el pasado. Fue descrito como un hombre serio, responsable, nada afecto a las fantasías”.
Meses antes de que se publicara esta explosiva entrevista —seis meses antes, para ser exactos—, Gárate había enviado al entonces fiscal del caso, Pablo Chapa Bezanilla, un sobre con varios recortes periodísticos sobre el asesinato de Colosio y un audiocasete en el que se oía una conversación telefónica que el propio agente de la DEA había sostenido el 16 de enero de 1995 con el procurador Cota Montoya:
“Al licenciado Chapa le comenté de eh, de las advertencias de que algo grave iba a pasar en Tijuana o en San Luis, y que lo habíamos comentado con usted… y otra cosa que le manifesté al licenciado fue que nosotros teníamos conocimiento eh, sin ninguna exactitud, sabíamos que iba a haber un problema grave, pero sin especificar de qué era exactamente… porque sería falso de mi parte decir que sabíamos que lo iban a matar; pensábamos que era un carro-bomba, que esto que lo otro, había varias teorías y desgraciadamente no pudimos profundizar, porque yo pienso que ese grupo lo estuvo diciendo pero dentro de su mismo círculo, y ahí tocó la coincidencia de que Tino la persona que me dijo a mí, este, llegara a oídos de él, entonces llegó a oídos de él, deben otras personas que ahorita están miedosas de ser inmiscuidas en un asunto tan grande como éste, tiene miedo pero hay manera de hacerlos inclusive que ellos vengan a nosotros, hay maneras pero pues eso será cuestión de ellos…”.
La fiscalía especial le pidió que profundizara en su versión y el agente entregó un audiocasete grabado en agosto de 1995, en el que, de propia voz, dirigía un mensaje al entonces procurador general de la República, Antonio Lozano Gracia:
“Señor por mera casualidad, realmente nuestra participación en esto empezó por una chiripa como decimos nosotros, una verdadera casualidad que se inició el mes de enero de 1994, cuando nos entrevistamos con un informante que llamaremos Tino, en la ciudad de San Isidro, California, para ser precisos en el restaurante McDonalds, nosotros esperábamos alguna información respecto al tráfico de drogas, pero nos sorprendió sobremanera que Tino nos hablara de un pedo gordo, así lo dijo, que le iban a armar al licenciado Luis Donaldo Colosio durante su visita de campaña a la ciudad de Tijuana o a la ciudad de San Luis Río Colorado o a Nogales. Tino es una persona que la información que nos ha proporcionado en el pasado ha sido veraz eh, no lo consideramos una persona fantasiosa o alarmista, nos dijo que era un grupo de locos, así lo describió, de la maquila, y nos dijo que le iban a ocasionar un problema grande, él lo dijo en varias formas le iban a armar un broncón, le iban a hacer un pedo gordo, entonces nosotros convencidos de la veracidad de la información que nos estaba proporcionando Tino a título personal señor, le informamos esto al licenciado Benítez, en aquel entonces jefe de la policía municipal, el señor eh nos trató de manera altanera, grosera, inclusive podría llamarlo así y no soy una persona que me ofendo fácilmente, y nos dijo que él no tenía por qué recibir esa información, ya que el candidato tenía su propia seguridad, que nos dirigiéramos al Estado Mayor presidencial, obviamente sí nos comunicamos con ellos, al decirles quién era yo, con la mala reputación que me creó ante el pueblo de México el asunto del doctor Humberto Álvarez Macháin, al cual no me arrepiento de haberlo traído y que cuando menos abonó algo de lo que le hizo a Enrique Camarena, señor, nosotros informamos también de esto al entonces procurador de justicia de Sonora, al licenciado Wenceslao Cota… él mostró verdadero interés en saber un poco más y prometió que lo haría saber a su superior obviamente al licenciado Beltrones, gobernador actual de Sonora, se le recomendaron algunas cosas, temimos que pudiera ser un coche-bomba, eh no sabía qué era exactamente lo que iba a pasar, sabíamos que iba a pasar algo, pero no sabíamos la magnitud del problema, y sugerimos algunas medidas de seguridad, también nos entrevistamos telefónicamente a través del señor Jim Price, un buen amigo que es representante de seguros en Nogales, con el señor Julio Castro, en ese momento subdirector de seguridad pública (de Nogales), con él sí pudimos desplayarnos y decirles, eh, de lo que estaba sucediendo y también nuevamente sugerimos algunas medidas de seguridad contra atentados de tipo dinamitero”.
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El fiscal Luis Raúl González Pérez asienta en el informe del caso que no fue sino hasta el 4 de enero de 1997 cuando la fiscalía a su cargo logró sostener, en Los Ángeles, una entrevista con Gárate Bustamante. Para entonces, éste se hallaba en el retiro (una nota de prensa dice que se jubiló seis meses antes del asesinato de Colosio, “después de tres décadas de servicio”). El ex agente explicó que se había enterado de todo por casualidad, no porque anduviera investigando, relató que “Tino lo único que dijo es ‘oye lo van a matar’, me lo dijo en otras palaras pero básicamente es lo que me dijo”, y reiteró que le había advertido al procurador de Sonora lo que iba a ocurrir “cuando menos unas ocho veces”, y que había hablado también con el director de policía y tránsito, Julio Castro (quien para entonces había muerto del corazón). Informó que “su grupo” estaba ofreciendo cien millones por la “verdad histórica” y que estaba recibiendo mucha información.
—¿Usted lo financia personalmente? —le preguntaron.
—Sí. Los gastos de eso yo lo financio.
—Del señor Julio Castro que usted menciona, ¿con él, qué platicó usted?
—De que tuviera cuidado porque la información que yo tenía era que si no era en Tijuana iba a ser en San Luis o en Nogales.
—¿Un atentado?
—Sí, le dije ten cuidado con los francotiradores.
—Sobre este señor Tino, ¿de qué información dispone?
—Bueno, él me dijo que cuando había hablado con el que le decían “El Paisa” —Mario Aburto le decía “Paisa”, no era apodo, ha de haber sido paisano de Michoacán porque nadie más le decía así—, hablaron de que el disparo debía ser a la cabeza porque los presidentes y los candidatos traían chaleco de malla… Sí, se juntaban cerca del campo de beisbol. Tino tengo un mes y medio que no me veo con él porque constantemente me estaba pidiendo diferentes cantidades y yo le estaba proporcionando para no perder el contacto con él, pero se le empezó a subir el humo a la cabeza, entonces dejé de andar con él y ya después se calmó y mi idea es ir a Tijuana, tiene cuentas pendientes aquí, y localizarlo… Sé más o menos por dónde vive y a qué se dedica y en Coahuila tengo conocidos que lo pueden localizar.
—¿Cómo se llama?
—Se apellida Ceseño. Tino Ceseño. A él lo podemos localizar fácilmente, me tomará dos o cuatro días.
—¿Cuál es la hipótesis, qué pasó?
—Unos locos de las maquiladoras. Unos locos es una palabra común en la frontera tipo caló, es decir, unos chavalos. Unos locos de las maquilas y unos del otro lado. La primera vez no le presté interés y la siguiente vez que fue en la semana siguiente fue cuando me dijo, “lo van a chingar”.
—De toda la información que ha recibido con esta recompensa… nos decía que ha llegado mucha información.
—Bueno hay que tomarlo como es y hay que darle el margen de credibilidad y de incredibilidad… Voy a aumentar la recompensa a 250 mil dólares. En un momento dado lo tienta el diablo o en un momento de coraje agarra el teléfono y me dice señor Gárate yo le voy a decir lo que pasó. Mire, para hacer esto tengo que ir a México. Si podrían darme la consideración con un papel… si usted me dice que trabaje con Valencia [Antonio Valencia, el agente del Ministerio Público encargado de dar seguimiento a la versión], con él o con quién sea usted tiene mi palabra.
—¿Por qué no pedirle a Valencia que hiciera la investigación?
—Tino no conoce a Valencia, entonces a Tino como no tiene a nadie necesito buscarlo yo. No crea que para mí es cómodo ir a Tijuana porque soy muy conocido como agente de la DEA… pero Tino no va a hablar con Valencia, no lo conoce, en eso necesito ir yo a Coahuila.
—No me ha quedado claro, ¿qué es lo que sabe Tino?
—Tino vio a esas dos personas y a otra más que no conoció su nombre cuando estaban hablando de asesinar a Colosio y estaban discutiendo la forma de hacerlo, que el disparo va a la cabeza.
—¿Cómo le ha suministrado el dinero que le pide Tino?
—Me sale más caro que un hijo en la Universidad Iberoamericana.
—¿Él ha venido por él?
—En ocasiones sí, pero tiene mucho miedo de venir para acá porque tiene cuenta pendiente, yo le puse el nombre de Tino que es un nombre clave.
El ex procurador Cota Montoya fue citado de inmediato a comparecer: dijo que Gárate lo llamó para decirle “que pudieran hacerle algún daño al licenciado Colosio cuando visitara Nogales, Mexicali, no me acuerdo si Tijuana o alguna otra parte de la República”, pero que se trató de comentarios realizados “en forma muy vaga, sin aportar mayores elementos que pudieran ayudarnos a llevar a cabo una investigación”. Afirmó que llegó a dudar de las palabras del agente, pues no había planes de que Colosio visitara Nogales ni San Luis Río Colorado. “Eso sí, me sirvió para diseñar una estrategia de seguridad para el candidato en Hermosillo y Navojoa, donde estaba contemplada su presencia después del mitin de Lomas Taurinas”. Cota relató que luego del asesinato, Gárate le telefoneó para recriminarle que no se hubiera dado seguimiento a la información que había entregado; que tiempo después conversaron en un hotel de Los Ángeles y que el ex agente le dijo que, para él, el atentado “había sido cometido por un fanático con el ánimo de darse a conocer e influenciado por ideas radicales como tantos mexicanos que están residiendo en Los Ángeles… que para él, Mario Aburto era uno de esos mexicanos que había llevado a cabo un acto de ese tipo influenciado por esas ideas y el ánimo protagonista, que no había ningún complot de carácter político, que era un asesino solitario y se trataba de un sujeto emergido de algún grupo radical”.
En un segundo encuentro, Cota le preguntó al ex agente por qué si poseía información tan vital no la había comunicado al gobierno mexicano de manera oficial, a través de la DEA o de alguna otra instancia formal. El expediente no consigna la respuesta.
 En el pasado de Gárate, interesado, según le dijo a Cota, en hallar la verdad material y lograr la detención de los responsables del atentado, había un paso por la jefatura de grupo de la judicial del estado en Baja California y otro por la Dirección Federal de Seguridad. Lo habían dado de baja de ambas corporaciones por nexos con narcotraficantes (estaba al servicio de Ernesto Fonseca Carrillo, “Don Neto”). Durante un tiempo contrabandeó armas, y luego se dedicó a hacer trabajos sucios para la agencia antidrogas estadunidense. Aunque señalados medios de comunicación nacionales lo convirtieron en fuente regular de información, la DEA nunca lo reconoció como su agente. Era, más bien, un informante y un operador clandestino.
En la grabación que envió al entonces procurador Lozano Gracia, Antonio Gárate había hecho referencia a “un buen amigo que es representante de seguros en Nogales”. El amigo se llamaba James Price y la fiscalía lo buscó para interrogarlo. Price confirmó todo lo que Gárate había señalado y reveló —da la impresión de que casi sin querer— que Tino, el misterioso informante del ex agente, se llamaba Raúl Ceseña Mendoza.
Mediante investigación, la policía encontró en Tijuana a un René Ceseña Mendoza. Resultó ser hermano de Raúl. Sin embargo, los hermanos llevaban 20 años sin verse. René ya lo daba por muerto, puesto que Raúl era problemático y adicto a las drogas. Su verdadero apodo, por lo demás, era Tuno, no Tino.
René hizo a los agentes una revelación: su familia conocía a Antonio Gárate desde 1944, Tuno y él habían sido compañeros de la infancia.
Hizo otra revelación: que en septiembre de 1997 (ocho meses después de declarar ante la fiscalía), Gárate lo visitó para preguntarle dónde podía localizar a su hermano. Cuando René le dijo que creía que estaba muerto, el ex agente le contó que cuatro o cinco años atrás se lo había encontrado en un McDonalds de San Isidro y que Tuno le confió “que en un restaurante de la Unión Americana unas personas comentaban sobre el atentado que sufriría el señor Colosio, pero no abundó en más detalles”. René refirió, finalmente, que Gárate le había pedido fotografías de su hermano. La fiscalía asentó que la familia Ceseña llevaba 40 años sin tener contacto con el ex agente de la DEA, hasta que éste se presentó, interesado en conocer el paradero de Tuno.
 Comenzó la búsqueda en Estados Unidos de Raúl Ceseña Mendoza. Ni los registros de vehículos ni los antecedentes penales arrojaron resultados positivos. El ministerio público encargado de seguir la versión, Antonio Valencia, acompañó a Gárate a Los Ángeles y San Diego. Tuno, que según la nota de El Financiero era “uno de los informantes más confiables que tiene la DEA”, y quien había logrado “revelaciones importantes en el pasado”, sencillamente no apareció por ningún lado.
 Finalmente, el ministerio público entregó un reporte en el que manifestaba su decepción ante la conducta mostrada por el ex agente: “Entrego un casete con varios recados telefónicos que me dejó Gárate en mi domicilio y en donde me dice que el Tino fue localizado y que declaró ante la prensa; y otro recado, donde dice que me va a mandar unas grabaciones con lo declarado por el Tino… Me percaté de que todo era falso. [Gárate] dice con seguridad haberme mandado la foto de Ceseña por DHL, lo cual también fue totalmente falso ya que después, mucho después, me las envió por conducto de la policía judicial federal. Todas y tantas mentiras es lo que me inquieta…”. Valencia admitió, sin embargo, que el misterioso informante de la DEA parecía verdaderamente empeñado en dar con el paradero del Tino (así lo siguió llamando siempre).
 Al analizar las diversas declaraciones del ex agente, la subprocuraduría concluyó que su versión fue evolucionando y transformándose con el tiempo. En la grabación con el ex procurador Cota Montoya, afirmaba: “Porque sería falso de mi parte decir que sabíamos que lo iban a matar, pensábamos que era un carro-bomba”. En la grabación dirigida a Lozano, relató: “que Tino le indica que iban a armar un broncón, le iban a armar un pedo gordo… temimos que pudiera ser un carro-bomba, eh, no sabía qué era exactamente lo que iba a pasar, sabíamos que iba a pasar algo, pero no sabíamos la magnitud del problema”. En 1997 ya esperaba un francotirador, añadía que Tino le había dicho: “lo van a chingar”, y agregaba “que el disparo va a la cabeza”.
 Llamaba la atención que Gárate dijera que Tino tenía miedo de ir a Estados Unidos porque tenía “cuenta pendiente” y que ningún Raúl Ceseña Mendoza figurara en los reportes del FBI. Llamaba la atención que Tino le saliera al agente “más caro que un hijo en la Iberoamericana” y no apareciera a reclamar los cien mil dólares que éste ofrecía a cambio de información. Por lo demás, la gira del candidato por el noroeste fue programada el 7 de marzo, con sólo 15 días de antelación. Antes de esa fecha, nadie sabía por qué lugares iba a pasar Colosio en su campaña.
La fiscalía consideró la versión “parcialmente veraz”. El ex gobernador de Sonora, Manlio Fabio Beltrones, aceptó que Cota Montoya lo había enterado de la llamada de Gárate “para alertar sobre la presunta vulnerabilidad del candidato”. El aviso había existido.
Gárate murió hace unos años perseguido por su pasado —en Estados Unidos se le detuvo, se le liberó, se le exhibió, se le hizo declarar ante los tribunales por su participación en el caso Álvarez Macháin—. Al final todo se desvaneció en el pabellón de la locura, la sospecha, la miseria y la mentira que es el expediente de Luis Donaldo Colosio.
Según un cálculo de Reforma, la fiscalía especial gastó un promedio de 129 mil pesos diarios en la investigación del asesinato. Después de seguir la que según Luis Raúl González Pérez fue la línea de investigación más ingrata —la de “personas que dijeron haber tenido información previa al atentado”—, porque en ella asomó con mayor frecuencia la miseria humana, la subprocuraduría concluyó: “No parece que ninguna persona hubiese tenido un conocimiento colectivo, cierto y objetivo, de que se fuera a atentar contra la vida del licenciado Luis Donaldo Colosio Murrieta”.

Héctor de Mauleón
Escritor y periodista. Autor de La perfecta espiralEl derrumbe de los ídolos y El secreto de la Noche Triste, entre otros libros.



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