JUAN GABRIEL VALENCIA
Una primera herejía como preámbulo: la historia no forma, informa. La historia no es la maestra de la vida, como decían los libros de texto gratuito y no gratuito. La historia sirve para marcar destino. No para ver origen. La historia es el paso desenfrenado de los seres humanos por el tiempo, sin orden ni concierto, desde civilizaciones florecientes e ignoradas hoy hasta hechos insignificantes que a una o dos generaciones posteriores no les dicen nada. Hay que insistir, la historia, el recuerdo organizado y sistemático del hecho humano, no es lección. En todo caso es prevención, advertencia o riqueza acumulativa.
Larga digresión para abordar un tema de memoriosos en la semana que termina. El seis de marzo de 1994. Hace 20 años. Un sol horrible y calcinante en la Plaza de la República. El candidato del PRI a la Presidencia Luis Donaldo Colosio relanzaba por enésima vez su campaña con motivo del aniversario de la fundación del partido.
El PRI contra el PRI. Un grupillo de seudopriistas dizque negociaba la pacificación en Chiapas sin ser priistas y sin lograr una pacificación que el Ejército había establecido por la fuerza del derecho y de las armas desde enero del mismo año. Eran Manuel Camacho, Alejandra Moreno Toscano, Juan Enríquez y Marcelo Ebrard contra el otro PRI, el de Luis Donaldo Colosio y su circulito íntimo: José Luis Soberanes, Guillermo Hopkins, Alfonso Durazo, Javier Treviño, José Murat y Beatriz Paredes, entre otros. Habría que excluir en el talante corto e inadmisiblemente divisivo a muy cercanos como Liébano Sáenz, Otto Granados, Heriberto Galindo, Cesáreo Morales, personajes con visión de Estado más que de marca partidista.
Y vino el famoso y mítico discurso del seis de marzo. Un mito genial podría decir Pedro Aspe, quien en un desliz de fraseo calificó así la situación de desempleo en México y quien, a pesar de su desliz, antes, durante y después debió haber sido candidato del PRI y presidente de México. Aspe y Zedillo eran los inteligentes. Colosio era el dócil. Tami, como era apodado Camacho, era un freelance político sin destino en la gobernanza más liberal de los últimos 50 años, en aquel entonces de la historia de México, más jerárquica y más personalista de la Presidencia de la República en el siglo XX, como fue la de Salinas.
En el discurso del seis de marzo, Colosio apuntó a lo obvio, a lo que Salinas había aludido durante seis años desde su campaña presidencial. Un México hecho pinole. Un México que no le debía nada a la Revolución mexicana. Un México económicamente destrozado entre el nacionalismo —como si la bandera nacional fuera un programa político— y la justicia social mal entendida en términos de modalidades de propiedad y marco jurídico de convivencia económica y electoral. Colosio no reivindicó nada nuevo que Salinas no hubiera apuntado. Habría bastado una llamada telefónica el cinco de marzo de Fernando Ortiz Arana o de José Luis Lamadrid para cambiar el discurso que ya estaba en manos del presidente de la República.
Era el discurso de la continuidad y de la preparación del cambio a fondo. Para eso tenía Colosio que ser presidente. Para que Salinas volviera a ser Presidente y concluyera su obra. Nadie como Carlos Salinas conocía la esencia de la transformación rusa que estaba en curso. Se trataba de un ejercicio de despotismo ilustrado, coexistente, para bien, con el liberalismo democrático y económico. Un desquiciado tropezó el proyecto y, todavía, no sabemos por qué. Otros acabaron por dinamitarlo con el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu en ese mismo año, más grave aún que el asesinato del candidato dócil.
Veinte años y la falta de hechos no han podido ser enseñanza de nada. El discurso de Colosio del 6 de marzo solo refleja un muchacho aplicado en el diagnóstico con la venia del presidente en curso. 20 años de no saber por qué el presidente Carlos Salinas le dio ese margen de maniobra a Camacho y por qué el equipo de Colosio no supo entender que el adversario no era Manuel Camacho, sino el mejor destino de México. Ese discurso fue una grilla intrapartidaria. No un proyecto nacional.
Otro aniversario esta semana del PRI. Junto al escándalo de Oceanografía. Es una perla. 46 años de negocios, que incluyen al hijo del prócer, no solo a azules, a Cuauhtémoc Cárdenas y que refuerzan, no debilitan, las razones de la reforma energética. Son tiempos propicios para que el presidente Enrique Peña Nieto rompa con todo y con todos. La oportunidad está ahí.
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