sábado, 29 de marzo de 2014

Jaime Sánchez Susarrey - Octavio Paz Chuang-Tzu

En 1957, Octavio Paz tradujo y publicó una serie de textos clásicos chinos. Su propósito era compartir el placer de leerlos. Después los integró en un libro, Versiones y Diversiones (1974). Pero no incluyó a Chuang-Tzu.

En 1996, dos años antes de su muerte, recogió los fragmentos de Chuang-Tzu e incluyó trazos de otros filósofos chinos, en un pequeño y bello libro editado por Ediciones Siruela.

En el prólogo, que titula: "Chuang-Tzu, un contraveneno", Paz explica el porqué de la publicación. Entre las razones que da, dos me parecen notables.

La primera es una advertencia: "El reino de los filósofos, nos dice Chuang-Tzu, se transforma fatalmente en despotismo y terror. En nombre de la virtud se castiga; esos castigos son cada vez más crueles y abarcan a mayor número de personas, porque la naturaleza humana -rebelde a todo sistema- no puede nunca conformarse a la rigidez geométrica de los conceptos".







La segunda, un contraveneno a la modernidad: "Nuestra época ama el poder, adora el éxito, la fama, la eficacia, la utilidad y sacrifica todo a esos ídolos. Es consolador saber que, hace dos mil años, alguien predicaba lo contrario: la oscuridad, la inseguridad y la ignorancia, es decir, la sabiduría y no el conocimiento".

Pero, como dice el poeta, al concluir su prólogo, será mejor cederle la palabra a Chuang-Tzu.


El ritmo vital


Para el sabio, la vida no es sino un acuerdo con los movimientos del cielo; la muerte, una faceta de la ley universal del cambio. Si descansa, comparte los ocultos poderes de Yin; si trabaja, se mece en el oleaje de Yang. No busca ganancias y es invulnerable a las pérdidas; responde sólo si le preguntan; se mueve, si lo empujan. Olvida el saber de los libros y los artificios de los filósofos y obedece al ritmo de la naturaleza. Su vida es una barca que conducen aguas indiferentes; su muerte, un reposo sin orillas... El agua es límpida si nada a ella la oscurece; inmóvil, si nada la agita; si algo la obstruye, deja de fluir, se encrespa y pierde su transparencia. Como el agua es el hombre y sus poderes.


La tortuga sagrada


Chuang-Tzu paseaba por las orillas del río Pu. El rey de Chou envió a dos altos funcionarios con la misión de proponerle el cargo de Primer Ministro. La caña entre las manos y los ojos fijos en el sedal, Chuang-Tzu respondió: "Me han dicho que en Chou veneran una tortuga sagrada, que murió hace tres mil años. Los reyes conservan sus restos en el altar familiar, en una caja cubierta con un paño. Si el día que pescaron la tortuga le hubiesen dado la posibilidad de elegir entre morir y ver sus huesos adorados por siglos o seguir viviendo con la cola enterrada en el lodo, ¿qué habría escogido?". Los funcionarios repusieron: "Vivir con la cola en el lodo". "Pues ésa es mi respuesta: prefiero que me dejen aquí, con la cola en el lodo, pero vivo".

Elogio del vino (este texto pertenece a Lieu-Ling).

Un amigo mío, hombre superior, considera que la eternidad es una mañana; y diez mil años, un simple parpadeo. El sol y la lluvia son las ventanas de su casa. Los ocho confines, sus avenidas. Marcha, ligero y sin destino, sin dejar huella: el cielo por techo, la tierra por jergón. Cuando se detiene, empuña una botella y una copa; cuando viaja, lleva al flanco una bota y una jarra. Su único pensamiento es el vino: nada más allá, o más acá le preocupa.

Su manera de vivir llegó a oídos de dos respetables filántropos: uno, un joven noble, el otro, un letrado de fama. Fueron a verlo y con ojos furiosos y rechinar de dientes, agitando las mangas de sus trajes, le reprocharon vivamente su conducta. Le hablaron de los ritos y de las leyes, del método y del equilibrio; y sus palabras zumbaban como enjambre de abejas. Mientras tanto, su oyente llenó una jarra y la apuró de un trago. Después se sentó en el suelo cruzando las piernas, llenó de nuevo la jarra, apartó su barba, y empezó a beber a sorbos hasta que, la cabeza inclinada sobre el pecho, cayó en un estado de dichosa inconsciencia, interrumpido sólo por relámpagos de semilucidez. Sus oídos no habrían escuchado la voz del trueno; sus ojos no habrían reparado en una montaña. Cesaron frío y calor, alegría y tristeza. Abandonó sus pensamientos. Inclinado sobre el mundo, contemplaba el tumulto de los seres y de la naturaleza como algas flotando sobre un río. En cuanto a los dos hombres eminentes que hablaban a su lado, le parecieron avispas tratando de convertir a un gusano de seda.

Me parece que la lectura de estos trazos de sabiduría china constituye una buena manera de celebrar los 100 años del nacimiento de Octavio Paz.


@sanchezsusarrey

Leído en http://www.am.com.mx/notareforma/26547


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