Cada presidente mexicano colecciona trofeos y medallas que le entregan a lo largo de su gestión. Sobre todo durante los primeros meses del gobierno, el Presidente recoge elogios y aplausos. Todos, sin excepción, han tenido esa bienvenida. La aclamación suele venir de dentro y de fuera. El contraste con lo inmediato suele ser suficiente para exaltar al flamante gobierno. Un preso sirve para mostrar determinación contra la corrupción de antes; los nombramientos son vistos como signo saludable de ruptura, las iniciativas se ensalzan como señal de ambición histórica. México despega. Estamos tan habituados a esos festejos que no deja de ser sospechosa su última edición. ¿Qué harán los presidentes con todos esos trofeos cuando se mudan al terminar su gestión? Estadistas del año, líderes del mundo, visionarios de la humanidad. ¿Qué harán con las carretadas de elogios a su visión de futuro?, ¿dónde pondrán las loas por su valentía para enfrentar a los poderosos?, ¿qué uso le darán a todos esos trofeos que recibieron por inaugurar una nueva era para México? Al adelantar elogios, la política alimenta decepciones. Ésa es la nota de nuestra historia reciente: trofeos prematuros y puntuales desengaños.
No es por eso sorprendente que el gobierno de Peña Nieto cuente ya con un armario repleto de trofeos y medallas. La colección de su vitrina no es nada despreciable y podría decirse que aventaja a sus antecesores en el torneo de piropos. La portada de una revista que alguna vez fue importante lo retrata como el "salvador de México". El artículo de Michael Crowley es llamativamente malo. Así empieza: "Eran las 9 de una noche de febrero y el presidente mexicano Enrique Peña Nieto seguía trabajando". Afuera de la residencia, continúa el lamentable texto, un grupo de militares bien armados lo protegen: "un recordatorio de que la presidencia es un asunto de enorme importancia". Los lectores de Time se enteran de inmediato que la Presidencia de México es un cargo de cierta relevancia y que Peña Nieto no se retira a las seis de la tarde para ver las telenovelas. La frivolidad del comienzo fija el tono del artículo de Time. Un reportaje desequilibrado y superficial que no ayuda a entender lo hecho y lo pendiente. Como sea, una portada que bien puede colocarse en el aparador de los trofeos.
Al lado de la reciente fachada del Time pueden colocarse en la galería de orgullos anticipados otras piezas del periodismo impresionista que hablan del "Momento mexicano" porque el país ha cambiado de "narrativa". México, como un país que da lecciones a las democracias del mundo y que patenta, como solución de los problemas políticos más intrincados, la solución perfecta: dejar de hablar de ellos. Las reformas aprobadas por el Congreso no son divulgadas (como sugeriría la prudencia) como avances incompletos o adelantos desafiantes sino como triunfos históricos, conquistas irreversibles. Ya tuvimos reforma educativa, ya se hizo la reforma de telecomunicaciones, ya se pactó una reforma política. Cuando apenas empieza el campeonato, el equipo se declara, ya, victorioso. Al escuchar a algunos voceros del gobierno y a muchos de sus publicistas, parecería que lo único que le resta a esta administración es descansar después de tanto logro.
La captura del criminal más buscado de la última década se ha convertido en la medalla más brillante de la galería. El delincuente había escapado de la cárcel y se paseaba delinquiendo por el país. El gobierno federal, en un impecable operativo, pudo capturarlo sin disparar un tiro. No hubo excesos en el uso de la violencia estatal, ni atropellos en el manejo de la información. La detención es, sin lugar a dudas, un éxito redondo del gobierno federal. Sometió con inteligencia a uno de los emblemas de la impunidad reinante. Pero reconocer la eficacia de un operativo policiaco es muy distinto a celebrar un triunfo como si éste ya se hubiera conseguido.
El gobierno de Peña Nieto ha mostrado eficacia para negociar, en el primer tramo de su gobierno, con el Congreso. Ha dado también golpes contundentes a los símbolos de la impunidad. Pero estamos lejos, muy lejos, de poder celebrar el fundamento de la prosperidad, el asentamiento de la ley, la conquista de la tranquilidad, la marcha de un crecimiento digno. Eso sí merecería trofeo y aplauso.
Leído en http://www.criteriohidalgo.com/notas.asp?id=223646
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