Calderón y su equipo jamás entendieron que en una guerra entre Estados tiene sentido usar la información para bajar la moral del enemigo y obligarlo a tomar decisiones erróneas, pero en este caso a quien se estaba engañando era a su propio pueblo.
Hay una diferencia ética insoslayable. La verdad fue una baja, cierto, pero también lo fueron la transparencia, la legalidad, el respeto a la libertad de prensa y varios otros principios democráticos.
Esto ha sido demostrado —por enésima vez— debido a que hace unos días Nazario Moreno, líder del grupo criminal Los Caballeros Templarios, murió al resistirse a ser arrestado por elementos de la Marina y el Ejército, aunque en diciembre de 2010 el gobierno de Felipe Calderón lo había dado por muerto.
Esa mentira no fue un caso aislado, sino parte de una estrategia mediática deliberada en la cual los criterios para difundir información obedecieron primordialmente a objetivos políticos y propagandísticos, encaminados a ensalzar al propio Calderón y dotarlo de una legitimidad artificial.
En este sentido se pueden leer las estadísticas infladas, la presentación de supuestos capos “abatidos” o capturados y los innumerables espots televisivos y radiofónicos, elementos destinados a engañar al pueblo mexicano.
Además quedó demostrado que diversos arrestos, sobre todo de políticos que no fueran militantes del Partido Acción Nacional, se instrumentaron con base en criterios electoreros mas no en evidencia o en investigaciones sólidas.
Todo eso no puede simple y sencillamente olvidarse. No se trata de atacar mediáticamente a Felipe Calderón y los suyos, como hizo de manera oportunista el senador panista Jorge Luis Preciado al decir que el expresidente hizo “el ridículo” en este caso.
Es un asunto que trasciende los intereses grupales y partidistas y debe ser abordado con visión de Estado.
De lo que se trata, muy por el contrario, es hacer un corte de caja y un inventario estratégico para saber con toda exactitud cuáles fueron los resultados que arrojó la guerra de Calderón, para bien y para mal. En la historia, en la vida, en la política, antes de dar vuelta a la página hay que leerla completamente.
La sociedad y el Estado no pueden quedarse con la narrativa probadamente falsa del gobierno de Calderón sobre este conflicto, el que más sangre arrojó sobre suelo patrio desde la Revolución.
Por razones históricas y por tener más claridad a la hora de combatir el crimen en este sexenio, es indispensable hacer un análisis público de la guerra de Calderón y sancionar debidamente a quienes engañaron al pueblo mexicano.
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