Manuel Mondragón duró exactamente seis meses con vida artificial al frente de la Comisión Nacional de Seguridad Pública. Su relevó demoró tanto –las reformas económicas y la desaceleración fueron variables que le ayudaron-, que incluso le dio tiempo para manejar unilateralmente su salida este fin de semana antes de que lo removieran. Al final, golpeado por el ostracismo y la marginación personal dentro del gabinete de seguridad, escribió el guión de su renuncia para que lo firmara el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, al definir su labor, en un acto de magnanimidad política, como “eficiente y patriótica”.
La realidad es muy diferente. Desde muy temprano en el gobierno de Enrique Peña Nieto se dieron cuenta que habían cometido una equivocación al nombrarlo. Iba a repetir como secretario de Seguridad Pública en el gobierno del Distrito Federal de Miguel Ángel Mancera, quien supo que había cambiado de opinión por medio de la prensa. Su anterior jefe, Marcelo Ebrard, también se enteró por los periódicos que su secretario había aceptado el ofrecimiento del gobierno entrante. Mondragón corrió a los brazos federales sin avisarles que no contarían con él.
El trabajo de comisionado se lo ofrecieron tras una encuesta nacional que realizó el equipo de transición de la que salió como el mejor evaluado. “Queríamos dar un giro total al combate a la delincuencia y necesitábamos una persona que no viniera del PRI que nos diera la credibilidad”, confió en su momento uno de los principales colaboradores del presidente Peña Nieto. “Pero no lo conocíamos. Si hubiéramos sabido entonces lo que sabemos ahora…”.
Lo veían cansado –a sus casi 80 años se quedaba a veces dormido en reuniones de gabinete-, y como un testarudo con iniciativa que no veía consecuencias. La primera fue llevarse cerca de 100 mandos policiales del Distrito Federal al gobierno federal, con lo que por un lado desmanteló los cuerpos de seguridad de Mancera y por el otro, plantear idílicamente una estrategia metropolitana para el país. Como era de esperarse, no funcionó. “Nos propuso cuadrantes como en el Distrito Federal”, se quejó una vez un gobernador, “sin entender que no teníamos ni los recursos humanos, ni el dinero para movilizarlos. Una vez le dijimos: ‘si te doy policías donde quieres, con quién patrullará el municipio?’.”
El repliegue de las fuerzas federales en el combate al narcotráfico, idea propuesta por el ahora consultor y analista en seguridad Eduardo Guerrero -a quien despidió por las pifias cometidas- fue un desastre. Alegar que la violencia desaparecería al dejar de enfrentar a los cárteles de la droga, desconocía la dinámica de la lucha entre esas organizaciones. Miles de muertos como consecuencia de la guerra entre cárteles durante el actual gobierno demostraron lo fallido del diagnóstico, que tuvo su peor externalidad en la creación de los grupos paramilitares en Michoacán.
Mondragón había empezado mal, pero le perdonaron que desmantelara Plataforma México, la gran base de datos criminal que, argumentaba, no generaba información de inteligencia. El CISEN aprovechó el momento y se quedó con todos los equipos de intercepción de comunicaciones, que permitió, por ejemplo, salvarle la vida al diputado y al senador Ricardo y David Monreal. Otros golpes al crimen organizado con autoría del CISEN, resultaron de la información obtenida de esos equipos. En aquél desmantelamiento, la Marina rescató todas las investigaciones de años contra los jefes de los cárteles de las drogas, que tuvo su último resultado con la captura de Joaquín “El Chapo” Guzmán.
Lo que Mondragón desaprovechó otras instancias del gobierno utilizaron, salvo dos drones –idénticos a los que usó la CIA en la operación donde abatieron a Osama Bin Laden-, que nunca empleó eficazmente. Pese a su oposición abierta a laGendarmería propuesta del presidente Peña Nieto, lo obligaron a iniciar su capacitación y organización. Y ante los desatinos en la lucha contra los cárteles, el gobierno rectificó la estrategia, con el Ejército y la Marina ocupando un lugar preponderante. Cuando Michoacán estalló, el alto mando militar excluyó a Mondragón de la planeación y las operaciones tácticas. El gobierno se apoyó en la Policía Federal, pero con su jefe, Enrique Galindo, no con Mondragón, que tenía meses congelado. El comisionado de Seguridad Pública, ya no tenía gas para seguir volando en el gobierno, pese a que se ufanaba que su relación, personal, era con el Presidente.
Su salida es la renuncia más anunciada del gabinete. El relevo de Mondragón no será el relanzamiento de la estrategia contra el crimen, que se dio hace meses, sino volver a la realidad la Comisión Nacional de Seguridad Pública, donde su cabeza, en picada y aislado, no generaba ningún activo y se había convertido, desde hace tiempo, en un lastre.
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