Carlos Slim es una persona bastante clara y sencilla con sus interlocutores. Amable, rápidamente tutea con quien platica, sin perderle el respeto. Es vehemente en los temas que conoce y argumenta para persuadir, pero también escucha a quienes entienden de temas que él no conoce. Durante años abrevó cultura de intelectuales como Fernando Benítez, Guillermo Tovar y de Teresa o Carlos Monsiváis, y discutió de política con personajes como Gabriel García Márquez y Julio Scherer. Entendió del ejercicio de gobernar con su viejo amigo Felipe González, Nicholas Negroponte le abrió la puerta del futuro, e incursionó en la filantropía con personalidades tan disímbolas como Shakira y Bill Clinton.
Amigo de presidentes y primeros ministros, de reyes y reinas, de los capitanes de la industria y de quienes mueven mundo, hablan con todos cotidianamente. Slim es un hombre forjado en la globalidad, un empresario cosmopolita y agresivo que reacciona con inteligencia ante cualquier ventana de oportunidad que se le abre. De esa manera adquirió las acciones de The New York Times, cuando por razones fortuitas se enteró que estaba vendiendo deuda y él compró, tras calcular las utilidades que podría tener, con las que ganó 17% en un año, en uno de los mejores negocios de su vida. Pero en cambio, no acudió al rescate de Prisa, que edita El País, porque la empresa no quiso vender dos de sus principales máquinas de hacer dinero en América Latina para pagar sus deudas.
Poseedor de un pensamiento estratégico, desde hace casi un año envió un mensaje al presidente Enrique Peña Nieto donde aseguraba que sin importar qué rumbo llevara la reforma en telecomunicaciones, él no dejaría de apostar en México e invertir en el país. Después de años de recibir acusaciones de todo el mundo sobre su empresa monopólica en el sector, en este gobierno entendió que las reglas del juego habían cambiado. Antes de que se presentara la ley, comenzó el proceso de desinversión que sabía que vendría como obligación. Sus márgenes de utilidad serían menores, pero suficientemente altos para evitar que algún competidor le quitara el sueño. La información dura le daba la razón.
Hace tres años, Slim ordenó retirar toda la publicidad de Telmex y Telcel de la televisión abierta, en rechazo al incremento en las tarifas. Fue una ruptura con Emilio Azcárraga de Televisa y Ricardo Salinas de Grupo Azteca, que aprovecharon todas las empresas de teléfonos para incrementar sus pautas publicitarias en la televisión abierta para arrancarle un cacho de mercado.
En ese momento, febrero de 2011, las empresas de Slim controlaban el 70% del mercado, contra 25% de MoviStar –de Telefónica-, 4% de Iusacell y 1% de Nextel. En febrero de 2014, la composición del mercado sigue 70% para Telmex y Telcel, 20% de MoviStar, 8% de Iusacell y 2% de Nextel. Es decir, no pudieron horadar la fortaleza de Slim.
Quien perdió, 5% de su mercado, fue MoviStar.
Ninguna empresa, aún unidas como tácticamente lo hicieron durante tres años, podrían hacer nada contra el monopolio de Slim. Así hubiera seguido de no haber cambiado los vientos en el gobierno de Peña Nieto, que se comprometió a desmontar los monopolios para buscar competitividad y desarrollo. La ley de telecomunicaciones fue el principio, pero la ley secundaria que se presentó esta semana al Senado, fue la señal que el imperio de Slim vivía sus últimos momentos.
La ley secundaria lo despoja de un negocio anual de siete mil millones de dólares, que significa el cobro de cero pesos de la interconexión, y le impide entrar al concurso de televisión abierta por dos años, tiempo en el cual todas sus intenciones para entrar al mundo de la convergencia digital, serán cercenadas.
Las disposiciones draconianas contra el monopolio telefónico no las tenía previstas, si se toma como reflejo que Slim perdiera su temple y sacara el carácter recio y de confrontación que sólo utiliza con los ejecutivos que no están a la altura de sus expectativas. Lo expresó a través de un desplegado a página entera en la prensa de la ciudad de México, el espejo de la clase política nacional, donde en 36 líneas despotricó contra la ley secundaria y la acusó de contravenir la Constitución.
En su redacción brotaba la molestia de Slim, uno de los tres hombres más ricos del mundo, cuyo imperio en las telecomunicaciones comenzó a construirse en 1990, cuando el entonces presidente Carlos Salinas le entregó la concesión de Telmex, y se consolidó durante el gobierno de Ernesto Zedillo, a través de las regulaciones en el sector. La semana había sido pésima para él, pero la temporada de traspiés no comenzó en estos días.
Desde hacía 15 días, el presidente de la cámara que agrupa a las televisoras de paga, Alejandro Puente, realizó una nueva campaña de desplegados en la prensa de la ciudad de México para remachar el talante monopólico de las empresas telefónicas de Slim. El empresario respondió con la misma receta. Pero mientras Puente jugaba en los desplegados con una idea fuerza cada uno, con un manejo gráfico y tipográficamente atractivo, los de Telmex y Telcel que le respondían incorporaban tanta información e ideas que saturaban y propiciaban la no recordación. Sus generales para la crisis, fracasaron en el campo de la comunicación política.
Los gladiadores de Slim demostraron que no estaban a la altura de la nueva batalla.
Se los recordó el 21 de marzo la revista inglesa The Economist, el semanario más influyente en el mundo, cuando se rió de sus voceros y bailó sobre varias cartas que les enviaron a la sede de la revista en Londres, para reclamar que las cifras que daban en sus textos sobre América Móvil, que concentra a Telmex y Telcel, eran incorrectas. “Wrong numbers”, o “Números equivocados” fue como tituló The Economist su réplica a las quejas, donde le demostró, con razones y datos de la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo, que quienes estaban equivocados eran los representantes de Slim.
“Wrong numbers” fue el título para parodiar sus alegatos y el servicio. Las cifras erróneas, dijeron los editores, fueron el motivo para no publicar las cartas. Pero eran tantas, que les respondieron con un breve pero contundente texto. “Wrong numbers” tenía un doble significado, pues recordaron que todos los días reciben llamadas telefónicas en su oficina en la ciudad de México donde piden los comuniquen con personas de las cuales nunca han escuchado. Son, también, números equivocados.
Malos alegatos y mal servicio, es la conclusión que se desprende de la respuesta de la revista. Mal servicio –de Telmex y Telcel- y mal alegato -que América Móvil no es monopolio-. Nadie le cree ya a Slim. Se entiende que esté enojado ante la posición de arrinconamiento en la que se encuentra.
Pero si se pasara del lado de los consumidores, que por años han pagado los altos costos de su telefonía y padecido el mal servicio, Slim podría estar enojado pero consigo mismo, por no haber corregido su servicio y sus tarifas, sin necesidad de pagar el alto costo en su imagen que ahora está arrastrando.
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