miércoles, 12 de marzo de 2014

Sergio Aguayo - La buena fe

Para Emeequis, por su octavo aniversario

El caso Oceanografía es lo mismo de siempre: disimulan el chisguete de justicia con manguerazos de saliva. También constata la densidad de la corrupción crónica.

El 4 de marzo Reforma publicó la foto de una pareja de dirigentes panistas a bordo de un avión de Oceanografía.
Gustavo Madero e Ileana Herrera emanan la satisfacción de la minoría que puede disponer de un avión privado para recorrer en minutos los 191 kilómetros que separan, en línea recta, a Ciudad del Carmen de Campeche. El motivo era trivial, recuperar el retraso de una hora en la agenda de Madero.






Al día siguiente el mismo diario publicó un texto de Mayolo López y Claudia Salazar cargado de significado. Un diputado federal panista (y ex alcalde de Ciudad del Carmen), Jorge Rosiñol Abreu, salió en defensa de Gustavo e Ileana: “El presidente Madero ni sabía en qué avión se subía”. Fue una operación de Rosiñol quien, para recuperar el tiempo perdido, habló primero con José Erosa, director de Transportes Aéreos Pegaso, a quien pidió prestado “un helicóptero”.

Erosa respondió que “el helicóptero es más lento (y) va a tener más turbulencia; mejor Oceanografía, que tiene unos aviones parados, ‘por qué no se lo pides’”. Rosiñol siguió el consejo y le habló al “dueño” de Oceanografía, Amado Yáñez, quien, asegura, era “conocido mío cuando fui alcalde”. Aunque el empresario sólo era “conocido” fue magnánimo y generoso: “Cómo no, con mucho gusto”.

Y así fue como Gustavo e Ileana terminaron trepados en el aparato del ahora apestado Amado Yáñez. Ileana estaba muy contenta de “viaja(r) en un avión al lado del presidente Madero, se tomó la foto… ella no lo hizo de maldad… todo fue de buena fe y el presidente Madero se dejó tomar la foto de buena fe”. Como el avión no pudo aterrizar porque el aeropuerto estaba en reparación, se regresó a Ciudad del Carmen, donde ya los esperaba “el helicóptero de Pegaso” en el cual hicieron el viaje. Nadie sabe si recuperaron la hora perdida.

El 5 de marzo Gustavo Madero aclaró en un enfático comunicado que “no existe, ni ha existido vínculo alguno entre dicha empresa y su servidor” y que él sólo fue un “pasajero más en una aeronave que ofrece sus servicios para el traslado aéreo”. Madero distorsiona a su conveniencia la realidad. Oceanografía no anda por el mundo ofreciendo sus “servicios para el traslado aéreo”. La aeronave fue facilitada por un empresario corrupto a dos políticos, ¿de buena fe? Madero y Rosiñol no aclararon que los dueños del helicóptero, Transportes Aéreos Pegaso, son contratistas multimillonarios de Pemex desde 1983.

Su tratamiento del asunto es un indicador clarísimo de la corrupción crónica por tres razones: está “normalizada”, es una práctica común y falta voluntad para combatirla:

1) Rosiñol y Madero están convencidos que hicieron nada malo; les parece “normal” que dos empresas contratistas de Pemex presten un avión y un helicóptero a dos líderes políticos. Su capacidad de juicio ya no les permite distinguir lo que es correcto o incorrecto, moral e inmoral, legal o ilegal. Pasan por alto que las dos empresas les dieron esas “cortesías” porque es una de las formas como aseguran el acceso a los círculos que deciden los contratos y las concesiones.

2) Rosiñol se justifica diciendo que el mismo avión de Oceanografía “lo ha usado gente del PRI”. Tiene razón. El intercambio de favores entre empresarios y políticos es una práctica bastante extendida aunque cada partido o corriente tiene sus modos y sus mañas. El PAN llama la atención por la manera como han descuartizado sus principios desde que llegaron a Los Pinos. Han ido incorporando, sin hacer muchos gestos, la cultura de la corrupción manteniendo, eso sí, la actitud santurrona de quien se autoperdona invocando la “buena fe”.

3) No se observa una voluntad real de atacarla a fondo. Es ofensivo que Madero resuelva su participación en el trasiego de favores y “moches” entre sector privado y público pidiendo que “las autoridades competentes investiguen hasta las últimas consecuencias”. Ya párenle con ese cuento. El Gobierno de Enrique Peña Nieto, por su parte, está haciendo “algo”, pero también oculta información y se rehúsa a limpiar a fondo un Pemex ahogado en corrupción.
La deshonestidad no se erradica con chorros de saliva y excusas infantiles; se enfrenta con acciones concretas. La buena fe es una virtud encomiable pero no limpia la mugre que brota del caso Oceanografía.



Colaboró Maura Roldán Álvarez.
Comentarios: www.sergioaguayo.org


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