Nos guste o no, es un hecho que los gobiernos de casi todos los países del mundo buscan controlar el internet de alguna manera, igual que como desde siempre han tratado de dominar parcial o totalmente cualquier medio de comunicación.
También es un hecho que quienes realmente han querido expresar sus opiniones lo han podido hacer, tarde o temprano, a pesar de los controles impuestos por los gobiernos o los particulares que no desean que ciertas ideas se difundan. Mi caso es ilustrativo: durante 18 años, de 1982 a 2000, enfrenté la censura gubernamental y de varios medios de comunicación pero, a fin de cuentas, terminé siempre diciendo lo que quería pese a las sanciones que enfrenté. Desde un inicio decidí que mi libertad de expresión era mía para ejercer y no de otros para negar o limitármela.
Otro hecho: vivimos en un mundo globalizado y repleto de conflictos cada vez más complejos y difíciles de resolver. Los problemas de antaño palidecen frente a los actuales.
Tampoco puede negarse que el internet y las redes sociales son de alguna manera similares a la energía atómica: pueden usarse para fines pacíficos o para poner en peligro la vida de miles o millones de personas alrededor del planeta.
El uso del internet permite que las personas puedan tener acceso a casi todos los conocimientos que durante su larga historia ha ido acumulando nuestra especie y usar los mismos para construir o para destruir. En el internet hay sitios como el de la Academia Khan (www.khanacademy.org) que permite a que las personas puedan obtener de manera gratuita conocimientos de matemáticas, álgebra, geometría, trigonometría, estadística, probabilidades, cálculo, biología, física, química, cosmología y astronomía, micro y macroeconomía, finanzas, historia, historia del arte, civismo, programación de computadoras y ciencias de la computación. También existen sitios funestos en donde puede aprenderse a fabricar una bomba atómica casera o ver cómo un asesino decapita sádica y lentamente a su víctima.
A través del internet y las redes sociales intercambiamos información, conocimientos y emociones. Desde lo más importante hasta lo exageradamente trivial. La mayoría de esos intercambios son inocuos y no dañan a nadie. Pero, y este es un hecho irrefutable, no todos los que utilizan el internet y las redes sociales son buenas personas. Los malvados ciertamente son una minoría pero pueden representar una amenaza para una comunidad o una nación entera.
Narcotraficantes, secuestradores, extorsionadores y todo tipo de criminales, algunos más peligrosos y letales que otros, utilizan el internet y las redes sociales para comunicarse entre sí, protegidos por el anonimato que ofrecen estos instrumentos. De alguna manera u otra, los gobiernos que están obligados a velar por la seguridad de nuestras personas y nuestros bienes deben detectar e intervenir esas comunicaciones entre delincuentes para frustrar sus planes o localizarlos y atraparlos después de que hayan cometido un crimen, antes de que puedan perpetrar otro. Pero eso debe hacerse por razones de seguridad claramente definidas y de acuerdo a protocolos estrictos que se establezcan de antemano por el Poder Legislativo.
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