Abraza indígenas que lo miran como a Dios. Se reúne con altos prelados que acuden a él como el gran mediador. Recibe a deportistas destacados como dándoles un reconocimiento divino. Vuela cada semana utilizando aviones, helicópteros y demás que por cierto después nos negamos a renovar. Viaja a ratificar el apoyo federal a una entidad (son 31) y dar muestra de su compromiso muy especial con ese terruño. Encabeza, acompañado de su esposa, la campaña de la Cruz Roja. Cada inicio de cursos es ÉL quien da un mensaje de ánimo a los alumnos del país. Pone primeras piedras de plantas industriales, igual productoras de automóviles que de energía solar. Corta listones un día sí y otro también de hospitales, puentes, carreteras que deben ser inaugurados por ÉL. Casi todos los gremios grandes exigen su presencia, comunicadores, constructores, zapateros, enfermeras y una larga lista. Todos los días vemos esa necesidad de bendición presidencial que está en la mente de los mexicanos.
El personaje dura seis años en el encargo y, al final del recorrido, su simple voz fastidia. Ya lo hemos escuchado N mil veces. Cualquiera sonsonete satura. Un publicista hablaría de cansancio. La explicación sencilla es decir que se trata del brutal protagonismo y una gran concentración del poder. Pero está el otro lado de la historia, esa demanda social insaciable de la imagen de un redentor que todo lo resuelve: el abastecimiento de agua potable, de electricidad, la educación, las comunicaciones, etcétera, etcétera. Qué fácil es pedirle al SEÑOR PRESIDENTE, para utilizar la expresión de Miguel Ángel Asturias. Lo hemos visto durante décadas ahora con presidentes de diferentes partidos y estilos, entre la sobriedad de Ruiz Cortínez o la De la Madrid, al carácter populachero de López Mateos o Fox.
Pero no se queda en la Presidencia. En el nivel local, gobernadores, el fenómeno se repite y también en algunos municipios importantes. Somos los mexicanos los que exigimos esa forma de ejercer el poder. Y si llega a haber un vacío de inmediato brincamos como leopardos para señalar ausencia, falta de personalidad, de carácter, debilidad y un sinfín de adjetivos que, en el fondo, lo que preguntan es dónde está el SEÑOR PRESIDENTE. No se toma en cuenta que cada traslado supone la disminución de las horas de oficina, de estudio de las propuestas y estrategias, de ese silencio necesario para tratar de hacer las cosas lo mejor posible.
Y por supuesto esa bendición presidencial no alcanza ni remotamente a cubrir las solicitudes. Entonces vienen los sentimientos, no acudió a la convención anual de la industria del zapato de León y sólo mandó al secretario fulano. Como si fulano no tuviera otras cosas que hacer. Fue un desaire para los hoteleros de Cancún, o de Mazatlán o los fabricantes de muebles de Colima o los transportistas del sureste o qué se yo. El SEÑOR PRESIDENTE siempre queda mal a pesar de ocupar buena parte de su tiempo repartiendo bendiciones, bendiciones que lo obligan a hablar y hablar, a realizar pronunciamientos riesgosos, a dar entrevistas de banqueta con todos los riesgos que esto implica, a llenar la nota de la fuente de la Presidencia que lo sigue en su infinito trajín. Todos terminan cansados porque simplemente es demasiado SEÑOR PRESIDENTE.
México es grande y se nos olvida. De Tijuana a Cancún se pueden volar cinco horas y mover al SEÑOR PRSIDENTE a todas las latitudes, demanda de una logística compleja y de mucho tiempo. Además el tejido de la sociedad mexicana cada día es más fino, con más actores y la demanda de bendiciones presidenciales crece. Por supuesto que todos los gobernantes deben estar en contacto con los gobernados. Estrechar manos, mirar a los ojos, visitar zonas de desastre, calar el estado de ánimo del norte, del sur, del centro, de los industriales, de los comerciantes, de los jóvenes, de las mujeres. Pero puede llegar un momento en que la demanda de bendiciones sea perjudicial para todos. Después nos quejamos del protagonismo. Para todo hay límites y la agenda presidencial está incluida.
La expresión gobernar es sentarse, subleva pero algo lleva de cierto. Es la versión del personaje reflexivo que está detrás del conmutador nacional. Lyndon B. Johnson se hizo famoso por su muy eficaz uso del teléfono. Les hablaba personalmente a congresistas, les explicaba a uno por uno sus proyectos. Mitterrand en El Eliseo veía desfilar a la República Francesa distribuyendo la carga del traslado a sus interlocutores. El presidente de los Estados Unidos se mueve poco y se reserva espacios de soledad y reflexión por ejemplo en Camp David.
Las Bendiciones del SEÑOR PRESIDENTE hablan de un México donde la sociedad está subordinada, como si no pudiera moverse sin ellas. Los demócratas no buscan bendiciones, actúan con independencia. ¿Qué queremos para el futuro? La responsabilidad no es sólo del mandatario en turno sino de los muchos mexicanos atrapados mentalmente en un enfermizo presidencialismo.
Leído en http://www.am.com.mx/opinion/leon/las-bendiciones-del-señor-presidente-8890.HTML
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