viernes, 23 de mayo de 2014

Juan Villoro - Un país doblado

Los españoles de cierta edad asocian el acento mexicano con las caricaturas. Entablé conversación con el técnico que venía a revisar mi conexión de internet en Barcelona y recibí este peculiar elogio: “¡Usted habla como un dibujo animado!”.

Comprobó el estado de los cables recordando El libro de la selva y Don Gato y su pandilla. Al final estaba genuinamente emocionado: “¡No le puedo cobrar a un dibujo animado!”, dijo, rompiendo la factura.

Me sentí tan orgulloso que lo despedí imitando a Pedro Picapiedra.

México ha sido una potencia del doblaje. Esto no sólo revela dependencia psicológica, sino una gran capacidad para interpretar por nuestra cuenta lo que otros dicen.







A lo largo de casi sesenta años he conocido a personas de muy diversas nacionalidades. Con el tiempo, me empezó a preocupar algo que tal vez sea ocioso pero que ya roza la obsesión: en los demás países no hay tantos imitadores como en México. ¿A qué se debe esto?


En cualquier reunión vernácula aparecen tres amigos capaces de desprenderse de su entonación
para hacernos reír con las de otras personas.

Los rumanos y los húngaros han adquirido fama en el espionaje. La rica composición de sus idiomas les permite suplantar identidades extranjeras sin ser descubiertos. Nuestra habilidad es diferente: no queremos pasar por otros sino adaptarlos a lo que somos. En sus extraordinarios doblajes, Tin Tan y Luis Manuel Pelayo mezclaron personalidades ajenas con las suyas.

Y aquí viene nuestra aportación al doblaje: la segunda voz aspira a ser mejor que la primera. “Originalidad: cuestión de estómago”, escribió Paul Valéry para distinguir el plagio de la provechosa asimilación.

Hace unos meses fui con mi hija Inés a La Mole, convención de cómics donde conseguimos el autógrafo de Gabriel Chávez, quien dobla al Señor Burns en Los Simpson. Bastó que dijera “¡excelente!” para que nos sintiéramos miembros de la familia amarilla.

Cuando Telly Savalas estuvo en México, comentó que Víctor Alcocer, el actor que lo doblaba en Kojak, tenía un timbre vocal muy superior al suyo. Gabriel Chávez ha recibido el mismo elogio de Harry Shearer, dueño de la voz original del Señor Burns.

Sin caer en fáciles determinismos, podemos conjeturar que el mexicano requiere impulso ajeno para expresar lo mejor de sí mismo. Somos reactivos, para qué más que la verdad. Nuestra selección se crece ante Brasil y baja de juego ante Jamaica. En política exterior tenemos muchas opiniones, pero las expresamos después de saber lo que se dijo en Washington.

¿Imitar voces ajenas es un defecto o una virtud? En Francia, una reunión puede ser exitosa sin que alguien se convierta en un De Gaulle instantáneo ni se parodie el pésimo carácter de la portera del edificio. ¿Los franceses están más satisfechos con su tono íntimo que nosotros con el nuestro?

Otra variable del asunto es que los hombres imitamos mucho más que las mujeres. ¿Lo hacemos por inseguridad, envidia, admiración o soterrado rencor malsano?

A veces no sólo calcamos la voz sino los gestos de otra persona. Mi amigo Sebastián Figueroa es capaz de transfigurarse por completo. La persona imitada lo invade en tal forma que necesita un remedio diurético para librarse de ella: supera el “síndrome de la copia ante el original” bebiendo absurdas cantidades de agua.

La semana pasada compartimos un viaje en autobús y me contó la curiosa conversación que les había oído a dos artistas españoles. Se trataba de personas cuya sofisticación no las libraba de un tono rústico muy peninsular: “La rabadilla da sueño”, dijo uno de ellos. Luego explicó que un nervio conecta esa terminal del cuerpo con el cerebro. Al sentir la vibración de un asiento, el nervio manda una señal de sueño; por eso los transportes adormecen. La imitación de Sebastián fue tan convincente que se quedó dormido en el autobús mientras la hacía.

Entendí que hacer voces es un sistema de creencias. Aunque no puedo comprobarlo, estoy seguro de que mi amigo no se durmió por sentir una arrulladora sensación en su rabadilla, sino por pensar que eso es posible.

La imitación depende de ideas que ya han sido probadas. Alguien experimentó eso previamente. Al usar una voz vicaria, somos la consecuencia y no la causa; continuamos una serie. Por lo tanto, carecemos de verdadera responsabilidad en el asunto. El doblaje resulta ideal para un
país donde tener iniciativa compromete demasiado.

Traté de despertar a Sebastián en el autobús, pero antes de lograrlo me quedé dormido y soñé este artículo.
 



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