El jueves 31 de mayo de 1984, la noticia principal en el periódicoExcélsior, comenzaba: “Manuel Buendía, el periodista que dedicó su vida a la defensa de las causas que carecían de voz, que abogó desde su tribuna contra los poderosos y los intocables con una pluma crítica y honesta, fue acallado ayer por la tarde de cinco tiros por la espalda, uno de ellos al corazón”. El más influyente columnista político de todos los tiempos, moría tirado en una banqueta en la avenida Insurgentes, ante la vista morbosa de decenas de personas que no sabían la relevancia de ese crimen y lo que significaría para la vida pública de México.
Buendía siempre llevaba una pistola con sus iniciales en la cintura, y solía decir entre sonriente y echado para adelante, como era: “A mí, para matarme, me tendrán que matar por la espalda, porque si me atacan de frente me llevaré a varios”. Buendía fue asesinado a la hora del crepúsculo por un agresor que, con el conocimiento de que portaba una arma, le bajó la gabardina que llevaba puesta a la mitad de los brazos para inmovilizarlo y le disparó a quemarropa. Fue un crimen de Estado que acabó con la ingenuidad de los mexicanos, en aquellos prolegómenos violentos de la narcopolítica.
Manuel Buendía Téllezgirón acababa de cumplir 58 años cuando fue asesinado, y se cortó una carrera llena de luces y reconocimientos. Muy pocos políticos, periodistas, e intelectuales le regateaban méritos, notablemente entre estos últimos el mítico Julio Scherer. Temido, pero respetado, su obsesión por encontrar todas las trampas que hacía el gobierno de Estados Unidos para someter a México, llevó al entonces embajador del presidente Ronald Reagan, John Gavin, a referirse privadamente a él como Manuel “Malanoche”. Las relaciones de Buendía eran extensas en todos los niveles de la vida pública, aunque sobresalía la frecuencia con la que dos de los más notables secretarios de Estado en la historia de los gabinetes, Jesús Reyes Heroles de Gobernación, y Jorge Castañeda Álvarez de la Rosa de Relaciones Exteriores, lo procuraban.
Pero sus nexos con los hombres de poder nunca fue subordinación. En una ocasión, Buendía escribió en su leída y reproducida columna –en más de 60 periódicos en el país-, “Red Privada”, una descripción de una política pública que estaba instrumentando el gobierno de José López Portillo, con la promesa de que al día siguiente vendría la continuación. Reyes Heroles habló con el entonces director de Excélsior, Regino Díaz Redondo, y lo amenazó: “Si publican la segunda parte, habrán revelado un secreto de Estado y el gobierno tomará represalias contra Excélsior”.
Díaz Redondo le habló a Buendía y le comentó lo que había dicho el secretario de Gobernación. “Son las cinco don Manuel”, le dijo. “Si a las siete usted no me ha hablado, publicaremos la segunda parte y afrontaremos las consecuencias”. Buendía habló a las siete de la noche para informarle a Díaz Redondo: “va en camino otra columna”.
Buendía tenía una gran autoridad moral y profesional entre sus pares. Un cuarto de siglo antes de su muerte, inventó desde la dirección del periódico La Prensa, donde se formó profesionalmente tras iniciar su carrera periodística en el periódico La Nación, del PAN, una nueva forma de trabajar la fuente policiaca. El metabolismo que inyectó en la redacción, la presión y vocación que introdujo en sus reporteros, los llevaba a descubrir crímenes y robos antes incluso que la policía, lo que lo llevó a tener conflictos internos con la entonces cooperativa ante la luz e influencia que estaba adquiriendo. Salió de La Prensa en un conflicto político interno e inició una columna en el periódico El Día, “Para Control de Usted”, firmada por J.M. Téllezgirón, que apareció regularmente durante 13 años. En ese periodo inventó un premio, del inexistente “Ateneo de Angangueo”, para premiar los errores y horrores de la clase política.
El “Ateneo de Angangueo” se convirtió años después en una peña que se reunía los jueves en la casa de uno de los pioneros de la defensa del medio ambiente, Iván Restrepo, donde Buendía era el padrino y del cual también eran fundadores Carlos Monsiváis,Elena Poniatowska y Miguel Ángel Granados Chapa. Tiempo después se sumaron Héctor Aguilar Camín y Ángeles Mastretta. Pero su imán y necesidad de periodistas y celebridades de saberse cerca de él no se veía en ese grupo selecto, sino cada 26 de mayo, en su cumpleaños, en la comida a puertas abiertas que religiosamente le organizaban sus amigos de toda la vida, los jóvenes Miguel Ángel Sánchez de Armas y Virgilio Caballero, en su casa en la colonia Lindavista.
Buendía era admirado, respetado y también odiado. Sus detractores le cuestionaban que una parte de su vida, tras la salida de La Prensa, hubiera saltado a direcciones en oficinas de prensa, en particular a la del entonces jefe del Departamento del Distrito Federal, Alfonso Martínez Domínguez. Sus enemigos públicos incluían una variedad de personas e instituciones sobre las que había escrito de manera sistemáticamente crítica, aunque con nadie llegó a tener reservas salvo con la organización radical de derecha Los Tecos, que nació en la Universidad Autónoma de Guadalajara, que tenía una especie de organización secreta y de choque. Su preocupación llegaba al extremo que cuando iba a dar una plática a Guadalajara, era el único lugar donde un equipo de seguridad lo protegía.
Los Tecos nunca hicieron nada contra él, quien tampoco dejó de escribir sobre ellos y sobre todas las figuras de poder. En una ocasión, el gobernador de Guerrero Rubén Figueroa Figueroa lo amenazó en un desplegado en los periódicos, que motivó una cadena de reacción de apoyo que concluyó en una tumultuosa reunión donde decenas de personas realizaron lo que llamaron como “el desayuno del desagravio”. Tenía tantos flancos abiertos, que no le pareció de alta relevancia retomar en su columna un mes antes de su muerte una denuncia de los obispos del Pacífico sobre la penetración del narcotráfico en las estructuras del poder.
En la columna Estrictamente Personal se publicó el 30 de mayo de 2007, intitulada “Crimen de Estado” se daba cuenta de un informe secreto elaborado por un equipo de investigación paralelo a los investigadores oficiales, bajo la responsabilidad de Samuel del Villar, quien era asesor del presidente Miguel de la Madrid, que hablaba de que el verdadero verdugo del columnista había sido un militar, cuya orden de acabar con él se dio tras una reunión presidida por el entonces secretario de la Defensa, generalJuan Arévalo Gardoqui, donde estuvieron presentes funcionarios de la Secretaría de Gobernación y un proveedor de armas de la Defensa, ante el temor, señalaban, que el columnista tuviera información del involucramiento de altos miembros del gobierno con el narcotráfico y la fuera a publicar.
Nunca se ha aclarado con certeza cuál fue el móvil del asesinato, pero pagaron con cárcel el director de la extinta Dirección Federal de Seguridad, José Antonio Zorrilla Martínez, y varios de sus comandantes más experimentados. Un agente más,Manuel Ávila Moro, cuya fisonomía no cuadraba con la descripción del asesino que dieron varios testigos del crimen, fue sentenciado como autor material. Zorrilla Martínez era amigo íntimo de Buendía, y fue la primera persona a la que su secretario particular, Luis Soto, le habló por teléfono minutos después del asesinato. Varios comandantes de la DFS llegaron en cuestión de minutos a la oficina de Buendía -que estaba a pocas cuadras de su cuartel general-, y por órdenes del secretario de Gobernación,Manuel Bartlett, empezaron a llevarse expedientes del voluminoso archivo que tenía Buendía.
Quince días antes del asesinato, después de una cena en la Zona Rosa, en el área en donde se encontraba su oficina, un periodista le dijo: “Don Manuel, mejor me cruzo la calle porque es un peligro caminar junto a usted”. Todos rieron, sobre lo que siempre se pensó pero nunca se creyó. La noche en que lo asesinaron, Buendía había roto su rutina y se despidió dos horas antes de su horario normal de salida. No caminó más de 10 metros de la puerta del edificio donde estaba la oficina cuando lo mataron. Lo estaban cazando, ¿Cuánto tiempo antes decidieron que era el momento en que Buendía muriera? ¿Por qué se decidió que el beneficio era superior al costo? Las preguntas siguen sin respuesta, 30 años después.
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