Mamá Rosa nunca fue un pan de Dios. Es una mujer corpulenta, de maneras intimidantes, al menos cuando gozaba de mejor salud. Se desplazaba por Zamora, Michoacán, sabiéndose miembro de los Verduzco, familia de hacendados legendaria por su poder e influencia en la región. Y en efecto, había algo prepotente en la forma en que Mamá Rosa operaba su famoso albergue La Gran Familia: imponía su causa a favor de los niños de la calle a trancas y barrancas, al margen de lo que opinaran las regulaciones municipales o el DIF local. Al margen también de lo que quisieran los niños o las madres que en algún momento los habían dado en adopción.
La conocí en los años 80’s cuando residí en Zamora como profesor del Colegio de Michoacán. Recuerdo la manera en que entraba a algún comercio con una media docena de “sus hijos”, tomaba alguna mercancía y salía con un simple “apúntamelo” que el compungido comerciante debía interpretar como una donación. En más de una ocasión observé a zamoranos de clase media cambiar de acera para evitar el saludo imperioso de la matrona: “Hola, Marianita, hace mucho que no cooperas, ¿traerás algún dinerito para mis niños?”.
Era un personaje anecdótico que inspiraba un poco de temor pero también de admiración. En todo caso nadie podía llamarse a engaño. Era lo que se veía. Una mujer que había renunciado a su condición social para vivir entre cientos de niños con todos los apuros y dificultades que supone la asistencia social en nuestro País. Conseguía los recursos como podía y desarrolló un manual de operaciones al interior del albergue mucho antes de que se pusieran de moda las psicólogas o las trabajadoras sociales. Esquemas disciplinarios que hoy pecan de autoritarios, liderazgos verticales a partir de su fuerte personalidad. Con todo, era una institución que funcionaba y ofrecía a los huérfanos reales o de facto alternativas infinitamente más prometedoras de las que acechaban en la calle.
Desde aquella época recuerdo incidentes aislados. Alguna madre arrepentida a la que Rosa Verduzco le cerraba la puerta en las narices. Algún caso de pandilleros al que respondió con un séquito de judiciales que ella manejó como si fueran sus empleados. Algunas autoridades locales y estatales solían plegarse a sus deseos en parte por la fuerza de su personalidad, en parte por el apoyo del PAN cuando se hizo Gobierno. Marta Sahagún, originaria de Zamora, la hizo poco menos que heroína de bronce.
Y sin embargo había un consenso en la comunidad sobre el enorme vacío que llenaba Mamá Rosa, particularmente en una región de arraigos católicos, y antecedentes cristeros, desconfiada de la intervención del Estado. La Gran Familia era la versión civil, con todas sus virtudes y defectos, que la élite zamorana edificó para subsanar un problema social. El auge del cultivo de fresas de exportación generó oleadas de trabajadores temporales, particularmente mujeres en los años 70’s y 80’s. El correlato humano fueron cientos si no es que miles de niños abandonados. Por otro lado, el conservadurismo del Bajío zamorano, hostil al aborto y desafecto de cualquier medida anticonceptiva, debió propiciar una buena cantidad de niños no deseados entre las familias locales (desde hace décadas el Seminario zamorano fue el principal semillero de clérigos católicos en el País). Lo cierto es que Mamá Rosa, con su muy peculiar estilo, dedicó la vida a miles de infantes que educó como sus hijos.
No creo que sean inventadas las evidencias publicadas en la prensa sobre los abusos sexuales, la explotación de menores y los castigos corporales inhumanos. Pero tampoco me parece que fueran delitos “institucionales” durante la extensa vida de La Gran Familia. Tengo la impresión de que la edad, la fatiga y las enfermedades fueron debilitando el puño arbitrario y severo pero eficaz y justiciero con el que Rosa Verduzco conducía el albergue. Supongo que ante el repliegue de su liderazgo, algunos cuadros intermedios distorsionaron la arbitrariedad y abusaron del poder para dar salida a todos los excesos que puede producir una institución vertical basada en el poder personal.
Frente a las evidencias exhibidas es obvio que la autoridad debía intervenir. Pero habría sido deseable menos militares en el operativo y más investigación previa. La ostentosa aprehensión de Rosa Verduzco era innecesaria. Todo indica que a varios de sus subordinados se les habrá de fincar responsabilidades y ella quedará deslindada de alguna acción penal. Ojalá sea así. Mamá Rosa nunca fue un pan de Dios, pero fue el único pan que miles de niños recibieron de los demás a lo largo de su vida.
Leído en http://www.am.com.mx/opinion/leon/mama-rosa-no-es-un-pan-10550.HTML
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