domingo, 20 de julio de 2014

Raymundo Riva Palacio - La épica de Mamá Rosa

 
El futuro legal de Mamá Rosa, arquitecta durante seis décadas de un albergue para menores que hoy se llama “La Gran Familia”, parece depender de quién grite más fuerte y tenga mejores tribunas para magnificar el alarido. Las posiciones se encuentran en las antípodas, entre quienes la han denunciado por años por secuestro, trata, abuso de menores y extorsión; y para quienes su labor de seis décadas es noble e impoluta, y por tanto, inocente de todo. Una vez más, emociones y pasiones son más fuertes que la ley y de quienes la cuidan, administran y procuran. La prensa mostró los extremos el sábado.

Por un lado, citó la declaración del jefe de la Agencia de Investigación Criminal, Tomás Zerón, quien anticipó que ante la ausencia de una orden de aprehensión en su contra, era posible que recuperara su libertad. Por el otro, revela la investigación sobre el albergue de 14 meses, encabezada por los colaboradores de Zerón, que incluye 16 declaraciones ministeriales, una denuncia de hechos, dos comparecencias, dos dictámenes sicológicos, la fe ministerial de documentos y seis informes de inteligencia de la Policía Federal.








El caso de Mamá Rosa cambió radicalmente el metabolismo de las buenas conciencias y renovó, a la vez, la esperanza de quienes durante años denunciaron las irregularidades, los maltratos y las violaciones a la ley en su albergue, y que nunca fueron escuchados. Pero ¿quién es Mamá Rosa que tantos arrebatos causó en tan poco tiempo? Hoy se le ve en forma maniquea, donde no hay grises, sólo blancos y negros. ¿Es criminal? ¿santa? Lo encendido de la discusión pública altera su biografía y esconde los detalles de su pasado. La mejor radiografía de quién es y qué hacía, es la que publicó Joseph Blank en Selecciones de Reader’s Digest en enero de 1975, “La Gran Familia. Mamá Rosa: una cuestión de conciencia”.

“Los cosecheros de fresas de los alrededores (de Zamora), los choferes de las líneas de autobuses, y los funcionarios locales y del estado, la conocen por Rosa, la indomable matriarca de ‘La Gran Familia’,” escribió. “Sus hijos le llaman Mamá; sus amigos, sencillamente Rosita. No obstante el diminutivo, es una mujer robusta y vigorosa, capaz de jugar al futbol descalza. ‘Tu puedes llamarme la Gorda’, me dijo”. Con Blank, Rosa del Carmen Verduzco, que nació entre sábanas de plata en Zamora, hija de un acaudalado industrial que siempre tuvo a su disposición un ejército de sirvientes, se abrió.

Blank narró que en 1950, a los 14 años, recogió al primer niño, abandonado por cirqueros a su paso por Zamora, que llegó al seminario de la comunidad. Le rompió el corazón y decidió que su vida estaría dedicado a ellos. Dejó las comodidades y se mudó a una vivienda humilde, que fue la semilla de lo que sería el albergue. En unos cuantos años, narró Blank, le llevaban hijos de prostitutas, menores que habían sido dejados a su suerte en las calles o, como también sucedió, recién nacidos con retraso mental dejados en su puerta, o tirados en los botes de basura. Viudos y mujeres que para poder satisfacer sus necesidades existenciales, también le regalaban a los menores. A todos, los registraba como suyos. El escritor observó en aquél tiempo que ese procedimiento no era legal, pero subrayó que tampoco nadie la denunció por ello.

“La Gran Familia” parecía el depositario de todos los menores no queridos por sus padres, el producto de sus vergüenzas y el obstáculo para su futuro. En una ocasión, relató Blank, una mujer le entregó dos gemelos recién nacidos, hijos de un hombre que no era su marido, quien se encontraba en ese tiempo de bracero en Estados Unidos. Ocho años después, la madre regresó por los gemelos.

–Me llevaré al niño, le dijo la madre; quédese usted con la niña.

–¡Largo de aquí!, le contestó Mamá Rosa furibunda, anotó Blank. Los niños no son objetos que se puedan ir dejando y recogiendo. Estos dos me consideran su madre y han encontrado amor y seguridad en nuestra familia. Si usted les revelara que es su verdadera madre y que los abandonó, les causaría un daño irreparable. ¡Yo sería capaz de matarla!

Desde los 60’s, Mamá Rosa había pedido permisos a las autoridades para sacar de la cárcel algunos que hubieran delinquido para llevárselos a vivir con ella. Propuso también a jueves que no los enviaran a la cárcel, sino a su albergue. Las autoridades judiciales y jueces aceptaron su propuesta, y los gobiernos avalaron su sistema de adopción por fuera de los márgenes de la ley. Sus convenios bilaterales para quedarse con los chicos, nunca fueron condicionados.

En su caso, la ley no se aplicaba. Al contrario. Todos estimulaban lo que hacía, bajo la vieja máxima que el fin justifica los medios. En 1975, cuando escribió Blank su ensayo, la población de Zamora y sus alrededores aportaba 100 mil pesos de la época –ocho mil dólares al cambio en ese entonces- anuales al albergue, pero la clase “pudiente” local añadía 12 mil pesos más y el gobierno federal, cuando el presidente era Luis Echeverría, 18 mil.

Mamá Rosa Gozaba de los favores de la alta sociedad zamorana, y una de las personas que más le ayudaron, apuntó Blank, fue el pediatra de la comunidad, el doctor Manuel Bribiesca, quien sería suegro de Marta Sahagún, en sus primeras nupcias. El doctor le dijo a Blank: “A muchas personas de la clase alta de aquí les molesta su franqueza, su manera de hablar y sus brusquedades, pero esta gente también forma parte de nuestra sociedad, la cual ha dejado a Rosa sus peores problemas, representados por esos niños que ella ha acogido gustosamente, y que está transformando en seres humanos y decentes”.

Esa labor humanitaria es probablemente por lo que muchos abogan ciegamente por su inocencia y que los ha llevado a poner en la línea de fuego su prestigio por defenderla. Sus objetivos han sido suficientes para perdonarle la obsesión existencial que mostró por los menores a lo largo de décadas, impedir que las madres, cualesquiera hayan sido los motivos por el que abandonaron a sus hijos, pudieran recuperarlos, y que se eliminara el catálogo de infracciones a las leyes locales y federales que cometió no sólo Mamá Rosa, sino decenas de funcionarios que encontraron en ella solución a sus trabas burocráticas.

La zona de confort en la que han vivido las autoridades y la sociedad, parte de lo que reflejó Blank al narrar los primeros 25 años de existencia de “La Gran Familia”, puede explicar porqué las denuncias de abuso de menores, trata, extorsiones y violaciones sistemáticas a las leyes, fueron desoídas por gobierno tras gobierno. El texto de Blank, escrito con calidez hacia Mamá Rosa y su trabajo, tiene cita textuales que, si no tuviera la gracia de tantos tan influyentes, la convertirían en una delincuente confesa.

Pero sus delitos, narrados como historia épica, son inexistentes para quienes, con el corazón partido, alaban su obra. Quienes ven a Mamá Rosa desde el lado de los padres que quisieron rescatar a sus hijos abandonados, exhiben el lado trágico de la condición humana, pero apegada a la ley, que sustenta las acusaciones criminales en contra de ella. Aquí no hay buenos ni malos químicamente puros. Ella, porque para hacer trabajo humanitario, violó la ley. Los padres, por la mezquindad y lo imperdonable de sus abandonos. La sociedad, por la hipocresía colectiva con la ocultaron sus debilidades. La autoridad, por el fracaso institucional y sistemático que prueba la historia de Mamá Rosa, la matriarca de “la Gran Familia”, un largo episodio para avergonzarnos a todos.

rrivapalacio@ejecentral.com.mx

twitter: @rivapa


Leído en http://www.ejecentral.com.mx/portarretrato-la-epica-de-mama-rosa/


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