Fue tan vehemente como relevante. Brusco en la discusión porque no le interesaba agradar sino mostrar las fallas en las tesis del adversario. Su estilo fue agresivo, pero apoyado en argumentos bien sustentados.
Hasta su muerte, Arnaldo Córdova -activista de izquierda, abogado, historiador, politólogo, profesor e intelectual público- cultivó un estilo que no le facilitó su paso por los corredores institucionales, pero finalmente fue reconocido como profesor e investigador emérito, como gran estudioso del México revolucionario y eficaz crítico del sistema autoritario que emergió de esa revolución. Fue en el terreno de la lucha de ideas donde Córdova destacó por la fuerza, oportunidad, originalidad y sustento de sus argumentos, elementos éstos independientes de "la correlación de fuerzas" en el campo del poder, campo donde él siempre jugó en el lado débil.
· LA ARGUMENTACIÓN
No es este el sitio para hacer justicia a la obra completa como historiador y analista del poder, pero sí para esbozar ciertas líneas de la interpretación inicial de Córdova de la Revolución Mexicana y de sus implicaciones y consecuencias. Esa interpretación resultó una "vara de medir" con la que se puede juzgar tanto a la revolución como a su desarrollo posterior, ese que desemboca en el actual sistema híbrido, cruza de autoritarismo con algo de democracia liberal.
En 1972 apareció La formación del poder político en México (Ediciones Era). Fue un libro pequeño que, sin embargo, contenía una interpretación mayúscula sobre la naturaleza del surgimiento, estructura y efectos del sistema de poder que emergió de la guerra civil que estalló en 1910. Se trató del ensayo de un académico de 35 años que mediante una cadena de generalizaciones -tesis- sobre el gobierno fuerte, la guerra civil, el populismo, el presidencialismo y la dependencia, buscó dar sentido a un proceso histórico que para entonces había culminado en las matanzas del 68 y 71 y tenía como contrapunto a una Revolución Cubana que aún aparecía como inspiración.
Córdova no consideró a nuestra revolución como la antítesis del porfiriato sino como la brusca continuación de un empeño que arranca con Juárez y sigue con Díaz en la construcción de un Estado nacional efectivo y un capitalismo subordinado. El Estado que emergió de la lucha civil que acabó con la dictadura de Díaz conservó las características centrales del antiguo, pero le añadió otras que le servirían para perseverar en el empeño de la "modernización" de México. Se trató, pues, no de una ruptura, sino de una continuación de la tarea que se había impuesto el viejo régimen por una vía no prevista, muy compleja e innovadora y ahora nutrida por la presencia y acción de masas populares -las que hicieron la revolución- y de un Estado nacional que terminaría por someter a esas masas -derrotándolas militarmente cuando fueron movimientos campesinos y subor- dinándolas como trabajadores urbanos- pero para mantenerlas encuadradas y sometidas iba a tener que tomarlas en cuenta en sus políticas sociales. Esa fue la función de la nueva Constitución, la de 1917.
Fue la necesidad de quienes asumieron el control del nuevo Estado -las clases medias-, de no confrontar sino cooptar a los sectores populares, lo que le dio su carácter populista al sistema post revolucionario. La revolución, como antes el juarismo y el porfirismo, llevó al caudillismo, pero estos últimos caudillos, al seguir adelante con su proyecto político, terminaron por ser los artífices de su propia destrucción al crear una Presidencia, a la vez, despersonalizada, fuerte, paternalista y autoritaria. Cárdenas fue la culminación de ese proceso.
El populismo mexicano del siglo XX tuvo como acta de nacimiento a la ley agraria del 6 de enero de 1915. El documento y la Constitución del 17 dieron pie en La ideología de la Revolución Mexicana (Era, 1973), para que Córdova desplegara plenamente su conocimiento y dominio del material que había servido de base a sus generalizaciones de 1972. Los artículos 27 y 123 constitucionales fueron el arranque de una política que llevó al nuevo régimen a convencer a campesinos y trabajadores urbanos que ellos no serían sólo la "carne de cañón" de la revolución sino la base misma del nuevo Estado. De un Estado que se dijo comprometido a mejorar las condiciones de todas las clases excepto de los terratenientes, pero sin alterar la estructura capitalista. La desigualdad entre capital y trabajo seguiría, pero atemperada por un sistema de gobierno y una Presidencia autoritarios, que se nutrirían del reconocimiento de unas masas también "con conciencia [histórica] autoritaria". Gracias a ese reconocimiento, el régimen podría negociar, aunque con riesgos y choques, los términos de su dependencia con Estados Unidos.
· NUEVA EMPRESA
Arnaldo Córdova perseveró en la elaboración de un marco explicativo del proceso y juego políticos del siglo XX mexicano, pero ahora las condiciones son otras y la tarea que nos deja el autor desaparecido es elaborar lo equivalente para este siglo.
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Leído en http://www.elmanana.com/diario/post/2512977
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