miércoles, 23 de julio de 2014

Ricardo Raphael - Trágico monumento a la discriminación

O P I N I Ó N
R I C A R D O   R A P H A E L
Trágico monumento a la discriminación

Antes de mayo de 1911 estaba prohi­bido que al centro de la ciudad de Puebla ingresaran personas vestidas con calzón de man­ta, entre las 6pm y 6am. Era una norma que servía para confirmar que esa bella urbe porfiriana tenía dueño y no era lugar para que se paseara libremente la indiada.

Cuando la tropa de Za­pata cercó Puebla, la élite escribió a Pancho Villa para que fuera su Ejército, criollo y norteño, quien entrara a la ciudad porque a los catrines les daba horror el mexicano de piel cobriza.

¡Cuán poco pareciera haber cambiado la realidad poblana en los últimos cien años! Tan discriminante co­mo aquella medida del cal­zón de manta es la ley que, el pasado mes de mayo, alejó el registro civil de las comuni­dades indígenas de Puebla.







Si, por ejemplo, se vive en la sierra y es necesario regis­trar a un recién nacido, hoy hay que rezar al cielo para que una unidad itinerante del gobierno pase cerca de casa y acepte expedir el acta.

Sin embargo, el proble­ma más serio son los falleci­mientos. En México está pro­hibido enterrar a un muerto si no se cuenta antes con el acta de defunción. En el pre­sente, no hay unidad móvil oportuna para cada vez que se requiere este papel.

Por tal razón discrimina­toria es que las poblaciones afectadas decidieron protes­tar. Primero tomaron el Cen­tro de Servicios Integrados de Tehuacán, luego la carre­tera federal Atlixco-Puebla y finalmente la autopista de cuota.

En el primer caso el go­bierno poblano concedió sólo seis horas para la ne­gociación y luego decidió lanzar a la policía en contra mil 500 ciudadanos. En el último evento —ocurrido ocho días después— se ins­truyó para que, sin contem­placiones, la policía remo­viera a los manifestantes de la autopista.

El resultado fue desastro­so: la fuerza estatal disparó proyectiles que en su inte­rior contenían gas lacrimó­geno, un arma que resulta peligrosísima si se dirige en contra de las personas.

Uno de esos proyectiles impactó contra la cabeza de José Luis Alberto Tehuatlie Tamayo, un niño de 13 años que por azar pasaba cerca de la refriega. El viernes, este menor de edad falleció des­cerebrado en una cama de hospital.

En vez de asumir con dig­no arrepentimiento los cos­tos del estúpido operativo, el gobierno de Puebla optó por echarle la culpa del asesina­to a los manifestantes. Sus voceros declararon y tam­bién publicaron desplegados en la prensa argumentando que el niño fue herido con un cohetón de pólvora arrojado por la gente de la misma co­munidad.

En respuesta, el médico del menor, Luis Felipe Loria, afirmó públicamente que la hipótesis del cohetón era ab­surda ya que el niño no mos­tró huellas de quemadura al­rededor de la herida. Con tal argumento especializado se exhibió al gobierno, no sólo por autoritario, sino también por falsario.

En 1911 no había proyec­tiles lacrimógenos para im­pedir la entrada de los mexi­canos vestidos con calzón de manta al centro de Puebla, pero la intolerancia contra sus descendientes ha varia­do poco desde entonces.

La moral imperante dice que si esas poblaciones se rebelan —no importa cuán justa sea su causa— mere­cen ser quebradas con todo el peso de la autoridad. Si hay víctimas, entonces es la co­munidad —siempre salvaje y bárbara— la que debe pagar por los muertos que siembra el gobernante.

La crisis de inseguridad que desde hace una década viene azotando al país, y la desigualdad que según to­dos los indicadores es como la que había en 1910, son las dos razones por las que la éli­te privilegiada ha decidido pertrecharse, contando con el gobierno como su guardia privada.

Ambos quieren ver fuera de su cierre social, cargado de estigmas discriminato­rios, a los otros mexicanos: indígenas sin derechos, mestizos desposeídos, mar­ginados seculares. Si algu­no se atreve a protestar, la respuesta será contundente: ahí está el cadáver de José Tehuatlie como monumen­to a nuestra contemporánea intolerancia de clase.

Se equivoca quien piense que este episodio solo podría suceder en Puebla. Recorre todo México la intransigen­cia que vincula a la élite pri­vilegiada y al poder policial. Quien no lo vea es porque ha optado por la negación.


@ricardomraphael
www.ricardoraphael



Leído en http://www.noroeste.com.mx/opinion.php?id_seccion=104


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