Italo Calvino 1923 - 1985 |
Érase un país donde todos eran ladrones
Por la noche, cada uno de los habitantes salía con una ganzúa y una linterna para ir a saquear la casa de un vecino. Al regresar, al alba, cargado, encontraba su casa desvalijada.
Y todos vivían en concordia y sin daño, porque uno
robaba al otro y éste a otro y así sucesivamente, hasta llegar al último que
robaba al primero. En aquel país el comercio sólo se practicaba en forma de
embrollo, tanto por parte del que vendía como del que compraba. El gobierno era
una asociación creada para delinquir en perjuicio de los súbditos, y por su lado
los súbditos sólo pensaban en defraudar al gobierno. La vida transcurría sin
tropiezos, y no había ni ricos ni pobres.
Pero he aquí que, no se sabe cómo, apareció en el país un hombre honrado. Por la noche, en lugar de salir con la bolsa y la linterna, se quedaba en casa fumando y leyendo novelas.
Esto duró un tiempo; después hubo que darle a entender
que si él quería vivir sin hacer nada, no era una buena razón para no dejar
hacer a los demás. Cada noche que pasaba en casa, era una familia que no comía
al día siguiente.
Frente a esas razones el hombre honrado no podía
oponerse. También él empezó a salir por la noche para regresar al alba, pero no
iba a robar. Era honrado, no había nada que hacer. Iba hasta el puente y se
quedaba mirando pasar el agua.
Volvía a casa y la encontraba
saqueada.
En menos de una semana el hombre honrado se encontró
sin un céntimo, sin tener qué comer, con la casa vacía. Pero hasta ahí no había
nada que decir, porque la culpa era suya; lo malo era que de ese modo suyo de
proceder nacía un gran desorden. Porque él se dejaba robar todo y entre tanto no
robaba a nadie; de modo que había siempre alguien que al regresar al alba
encontraba su casa intacta; la casa que él hubiera debido desvalijar. El hecho
es que al cabo de un tiempo los que no eran robados llegaron a ser más ricos que
los otros y no quisieron seguir robando. Y por otro lado, los que iban a robar a
la casa del hombre honrado la encontraban siempre vacía; de modo que se volvían
pobres.
Entre tanto los que se habían vuelto ricos se acostumbraron a ir también al puente por la noche, a ver correr el agua. Esto aumentó la confusión, porque hubo muchos que se hicieron ricos y muchos otros que se volvieron pobres.
Había ricos tan ricos que ya no tenían necesidad de
robar o de hacer robar para seguir siendo ricos. Pero si dejaban de robar se
volvían pobres porque los pobres les robaban. Entonces pagaron a los más pobres
de los pobres para defender de los otros pobres sus propias casas, y así fue
como instituyeron la policía y construyeron las
cárceles.
De esa manera, pocos años después del advenimiento del
hombre honrado, ya no se hablaba de robar o de ser robados sino sólo de ricos o
de pobres; y sin embargo, todos seguían siendo
ladrones.
Honrado sólo había habido aquel fulano… y no tardó en
morirse de hambre.
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