Mientras universidades privadas se encajan, las gratuitas están rebasadas.
La tragedia educativa del país tiene nombres y rostros: de cada cien alumnos que realizaron el examen para entrar a la UNAM, solamente se quedarán catorce. Es el fracaso no sólo de la universidad pública en México, sino el abatimiento entre miles de jóvenes cuya generación se ve truncada ante la falta de oferta de educación superior.
Cuando únicamente siete mil 890 de 56 mil 499 aspirantes a alguna licenciatura en la UNAM podrán ingresar a las aulas universitarias, los síntomas de inoperatividad y decadencia en los programas de la cursimente llamada “máxima casa de estudios”, brotan y se hacen evidentes. La cifra que quedará sin estudio es tan alta como la falta de capacidad universitaria y su innegable empequeñecimiento ante las necesidades educativas de México.
¿Qué van a hacer los jóvenes que se quedaron sin estudiar en la UNAM?
La mayoría no tiene dinero —incluidos sus padres asalariados— para pagarse una universidad privada, abusivas en cuanto a fijar, cuando les place y se les antoja, las colegiaturas mensuales, sin regulaciones efectivas por parte de la SEP, aprovechando la incapacidad universitaria en el ámbito público para exprimir los bolsillos de cientos de miles de mexicanos.
¿Que no hay usura en las universidades privadas?
Un botón:
Cada semestre, sin falta, las universidades privadas cobran una “inscripción” equivalente al monto de… ¡dos colegiaturas!, sin que ninguna autoridad —en este caso Educación Pública— haya pugnado por evitar este lucro contra las familias. Se justificaría que se cobrara esa suma al inicio de cada carrera. De acuerdo. Pero encajarla cada seis meses es una arbitrariedad.
¿Y qué harán los jóvenes que se quedan sin estudiar a nivel universitario?
Pocas son las opciones que tienen ante la falta de calidad universitaria en otros planteles. Allí está la UAM, como alternativa, aunque también insuficiente. La Universidad Autónoma de la Ciudad de México ha sido una pachanga.
Ni la UNAM ni la UAM ni la UACM ni las universidades privadas han sido capaces de ampliar la oferta educativa. Han quedado rebasadas ante las necesidades de mayor número de jóvenes en demanda de educación, de nuevas carreras, de renovados métodos de enseñanza y, sobre todo, de ofrecerles espacios a quienes son rechazados año con año.
En el caso de la UNAM, llamó a los “grupos de presión” a suspender acciones y que no hagan movilizaciones en demanda de que se amplíen las oportunidades de estudio. ¿Y qué quieren en Rectoría: que se queden calladitos, con la cabeza hacia abajo, y no exijan lo que, por mandato constitucional, el Estado mexicano está obligado a darles: educación?
En lugar de amenazar, la Rectoría de la UNAM debería preocuparse más por ampliar esa oferta educativa. De nada servirán boletines de prensa con tufos amedrentadores. Es el viejo estilo: así están las cosas y te callas.
Que alguien les avise que sólo 13.96% de los estudiantes que realizaron examen podrán cursar alguna licenciatura universitaria. 48 mil 609 estudiantes —muchos de ellos de alto nivel— se regresarán a casa angustiados y sin perspectivas alentadoras.
La crisis en el modelo educativo mexicano es profunda y cada semestre se agrava. Quienes pensaron que encarcelar a Elba Esther Gordillo equivalía a solucionar las cosas, se equivocaron de manera rotunda.
Allí están las cifras:
-De cada cien alumnos que ingresan a primaria, sólo 15 concluyen la educación media superior (preparatoria).
-Únicamente seis estudiantes de cada cien que entran a primaria, se logran titular en alguna carrera universitaria.
-México es uno de los países latinoamericanos que presentan más bajos índices de escolarización en educación superior, con 19%, por debajo de El Salvador, que tiene 20%; Perú, 21%; Bolivia, 33%; Chile, 34%, y Argentina, 48 por ciento.
- Nuestro país cuenta con 214 científicos por cada millón de habitantes, frente a 582 de Costa Rica, 660 de Argentina, dos mil 719 de Canadá y tres mil 673 de Estados Unidos.
-Una paradoja cruel e injusta: son los egresados de educación superior quienes, con su título debajo del brazo —innegable su esfuerzo intelectual y en la mayoría de las ocasiones la lucha financiera de sus padres—, más dificultades tienen para obtener empleo.
Es la realidad educativa en México.
Dura. Lacerante. Injusta.
Y es, también, el estatus comodino de nuestras universidades públicas y privadas ante la cada vez más creciente demanda de estudio. Su insensibilidad para, primero, entender dinámica y aspiraciones estudiantiles y, segundo, ofrecerles un futuro de mayor esperanza.
No lo han entendido, y allí están las consecuencias: generaciones de frustrados.
fuente: http://www.excelsior.com.mx/opinion/martin-moreno/2014/07/22/972111
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