“El país rico no es aquel donde el pobre tiene un auto, sino aquel donde el rico usa el transporte público”.
Anónimo
Doramy Minganti, una madre de 25 años, se luxó el pie el pasado fin de semana al caer de un microbús de la ruta 26 Izazaga-Xochimilco de la Ciudad de México. Cuando trataba de descender, el chofer aceleró y provocó su caída. La joven no pudo hacer nada más que cuidar su lastimadura.
Estos incidentes son cotidianos. Los microbuseros están en una competencia brutal por el pasaje y conducen sin atención a la comodidad o a la seguridad de los pasajeros.
Los microbuses son la forma de transporte más detestada de la Ciudad de México, según el 54 por ciento de la población, pero también la más utilizada: 58.9 por ciento los emplea (Gabinete de Comunicación Estratégica). La razón es muy sencilla: no hay opciones. Es también la forma más insegura de trasladarse. Nada más en el gobierno de Marcelo Ebrard, hasta agosto de 2012, fallecieron 160 personas y 2,543 resultaron heridas por accidentes que involucraban a microbuses (La Jornada, 9.8.12).
Innumerables han sido los esfuerzos por reemplazar a los microbuses. Una y otra vez los gobiernos han hecho promesas de que serían sustituidos o mejorarían el servicio. La última vez que se les permitió un aumento de tarifas, de 3 a 4 pesos por la distancia mínima, en marzo de 2013, los concesionarios se comprometieron a “mejorar la calidad y la seguridad del servicio” a través de “la modernización del parque vehicular, el mejoramiento del estado físico y mecánico de las unidades, la atención al público y la observancia de las normas que inciden en la prestación del servicio” (Reforma, 27.3.13). Nada de esto se cumplió. El servicio, si acaso, se ha deteriorado (Reforma, 30.6.13).
Los microbuses cuentan con un trato de privilegio. No se les aplica, por ejemplo, el doble Hoy no Circula sin importar su antigüedad o nivel de contaminación. “Se determinó que los microbuses circularan todos los sábados -afirmó Rufino H. León Tovar, secretario de Movilidad- por la razón de que se va a bajar 500 mil vehículos que no circularán (sic)” (Milenio, 3.7.14).
El gobierno capitalino promulgó el 14 de julio la nueva Ley de Movilidad. Algunos de sus cambios son cosméticos, como modificar el nombre de la Secretaría de Transporte y Vialidad (Setravi) por el de Secretaría de la Movilidad (Semovi). Otros pueden ser más de fondo. Una disposición obliga a los microbuseros a cambiar sus unidades cada 10 años. Aunque con las tarifas y reglas vigentes será difícil que se cumplan éste y otros compromisos.
Lo que se necesita es cambiar el concepto macro. Hemos tenido una macropolítica que descapitaliza sistemáticamente los sistemas de transporte público: el Metro, el Metrobús, los micros e incluso los taxis. Al aplicárseles controles de precios que mantienen tarifas artificialmente bajas, el incentivo es competir con mayor velocidad y riesgo para los usuarios, peor servicio y flotillas a las que no se les reinvierte nada. Para proteger a quienes ya están en este sistema, se impide el ingreso de nuevos participantes al mercado. La autoridad, en lugar de regular bien el sistema, ha pretendido tener sus propios autobuses, los RTP, que han resultado insuficientes, ineficientes y deficitarios.
Todo el país necesita una mejor política de transporte público, pero en la Ciudad de México es mucho más urgente por la saturación de vehículos y la contaminación del aire. Hasta ahora el gobierno ha fracasado en su responsabilidad; pero en lugar de sancionarse a sí mismo, castiga con el Hoy no Circula a una clase media baja que hace un esfuerzo enorme para comprar y mantener un auto usado a fin de escapar a la pesadilla del transporte colectivo.
Mayorías
El presidente Peña Nieto buscó los consensos pero al final tomó decisiones por mayoría. Se vale en una democracia, como lo dijo ayer. El PRD respaldó la reforma hacendaria y el PAN la energética. El Presidente supo manejar a los partidos de oposición para obtener las mayorías que necesitaba.
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