El jardín del mago
Se cuenta en el antiguo y maldito códice llamado Necronomicon, guardado bajo siete llaves y gruesísima cadena en la Biblioteca Invisible de la Universidad de Miskatónic, que cierto anciano mago de Afganistán, de nombre Gatalonabes, construyó en medio de un gran desierto, por medio de sus hechicerías, un fabuloso palacio-castillo en lo alto de una montaña hecho todo de cristal de roca y rodeado de un jardín enorme y hermosísimo. Al palacio lo llamó Paraíso y al jardín lo llamó Edén, en el cual había tantas flores aromáticas, tantos frutos delicados, tantas bellísimas aves multicolores, tantas fuentes frescas y sonoras, tantos riachuelos de vino, leche y miel, tantas riquezas y delicias, en fin (y sin fin), que era muy agradable estar en él.
Dichos palacio y jardín estaban rodeados de una
altísima muralla inconquistable, sin puertas visibles y guardadas por mil y un
hombres fuertemente armados y vestidos con corazas y cascos de oro; los cuales
defensores se llamaban a sí mismos los hashíshjn o «asesinos», porque bebian
cierta pocima inventada por el encantador Gatalonabes sacada de una atractiva
pero venenosa planta que crecía en aquel jardín que el viejo llamaba hashish
(hachís). Este brebaje, suministrado adecuadamente por el malvado señor de aquel
lugar, provocaba en ellos una borrachera especial, trastornaba sus mentes,
torcía sus voluntades y los hacía cada vez más malvados.
Nunca quiso este Viejo de la Montaña que así también
lo llamaban enseñar este lugar a nadie, sino a los ricos viajeros, mercaderes y
a los más amigos (que eran poquísimos). Todos ellos, una vez en el palacio, y,
sobre todo, en el jardin, veian tantas y tan grandes maravillas que estaban
admirados, e, insistentemente, pedían poder permanecer allí. Pero el brujo
Gatalonabes no consentía en ello, a menos que se le concediese la herencia del
visitante. Los bobos (que, por desgracia, son legión en este mundo) creían que
se encontraban, efectivamente, en el mismísimo Paraíso Terrenal, en el que
siempre podrían permanecer, y le concedían de buen grado sus bienes.
Entonces, el pérfido hechicero distribuía entre ellos
su bebida maldita, poco a poco, día a día, cada noche, en copas de oro adornadas
con piedras preciosas, y una vez rendidos por el cansancio de las visiones
magníficas, de los placeres sin cuento y de los aromas y sabores de la bebida,
se levantaba durante la noche y, al encontrarlos profundamente dormidos,
borrachos y drogados, con ayuda de sus hashíshin los degollaba y arrojaba sus
cuerpos mutilados a lo más profundo del terrible Lago Muerto, en el centro del
jardín, único lugar que sus víctimas nunca veían cuando estaban vivas porque
desaparecía cuando algún visitante se acercaba a él.
Y así, por medio de este jardín de maravillas,
Gatalonabes el Hechicero cometió infinitas maldades sin cuento, hasta que le
llegó su hora, como a todos, y tuvo que rendir cuentas al Altísimo. Y el
mismísimo Belzebú, príncipe de los demonios, lo recibió con los brazos abiertos
en su Corte infernal.
Que allí viva por los siglos de los siglos.
Amén.
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