El suicidio del actor Robin Williams, el lunes de la semana pasada, conmocionó a millones de personas alrededor del mundo. Después de todo, no es usual que una persona que es querida y admirada por tantos decida matarse cuando aparentemente está disfrutando uno de los mejores momentos de su vida.
Para muchas personas es difícil, si es que no imposible, comprender porqué una persona decide acabar con su vida. Y menos fácil es entender las razones de un suicida cuando éste disfruta de un nivel de vida al que muy pocas personas en este mundo tienen acceso y goza de prestigio, reconocimiento, éxito y dinero.
Sabemos que Williams fue adicto a la cocaína y al alcohol desde finales de la década de los 70 hasta principios de los 80, que dejó de consumirlos durante unos veinte años y que en 2003 de nuevo empezó a beber alcohol. En 2006 se internó en un centro de rehabilitación de adictos en el estado Oregon y el mes pasado ingresó en un centro de rehabilitación en Minnesota. También que recientemente había sido diagnosticado con el mal de Parkinson y que en mayo cancelaron la segunda temporada de su nueva serie televisiva, The Crazy Ones.
En resumen, las cosas se le estaban complicando gravemente al actor de 63 años de edad y según lo informó su viuda, éste cayó en una profunda depresión. Buscó ayuda al internarse en el centro de rehabilitación, pero evidentemente no pudo superar el mal mental que lo afectaba.
Su suicidio ha provocado que el tema de la depresión vuelva a ser motivo de análisis y discusión en muchos países, entre ellos el nuestro.
Para entender lo que es recurro a Wikipedia, que define la depresión como “un trastorno del estado de ánimo, transitorio o permanente, caracterizado por sentimientos de abatimiento, infelicidad y culpabilidad, además de provocar una incapacidad total o parcial para disfrutar de las cosas y de los acontecimientos de la vida cotidiana. Los desórdenes depresivos pueden estar, en mayor o menor grado, acompañados de ansiedad”.
Para quien nunca ha sufrido de depresión probablemente le es difícil entender los sentimientos que se describen en el párrafo anterior. Mejor es la definición del destacado psiquiatra Federico San Román, quien hace años me dijo que la depresión es “el invierno del alma”.
En el sitio de la Secretaría de Salud aparece un artículo sobre la depresión y suicidio en México, en donde se anota que “la depresión no es una moda, constituye un severo problema de salud pública que hoy por hoy afecta entre 12 y 20 por ciento a personas adultas, es decir, entre 18 y 65 años… las mujeres sufren casi el doble de depresión (14.4 por ciento), en comparación con los hombres (8.9 por ciento). También, las personas que han sufrido depresión mayor alguna vez en su vida, la presentan por periodos mayores a dos semanas, en una edad aproximada de 24 años…
La Organización Mundial de la Salud (OMS), establece que a diario se registran 3 mil intentos de suicidios y aunque en México aún no hay estadísticas claras, la Secretaría de Salud estima que cada año hay hasta 14 mil intentos, sin considerar a los consumados… Uno de cada 10 intentos es concluido, lo que coloca a México en el noveno país de muertes autoinfligidas, de una lista de 53 aproximadamente”.
Hace unos días apareció publicado en el sitio de terra.com un artículo que anotaba que “No recibir un tratamiento oportuno y adecuado repercute en el desempeño laboral de las personas ocasionando 54 por ciento del ausentismo laboral y entre 60 y 80 por ciento de los accidentes laborales en México con base en el estudio ‘Síntomas somáticos y salud mental en trabajadores de la ciudad de México’, realizado por Voz Pro Salud Mental”.
Lo peor del caso es que en nuestro país no existen los recursos humanos, físicos y económicos para enfrentar exitosamente esta enfermedad que se ha convertido en un problema mayor para los mexicanos que la padecen y sus familiares más cercanos.
Algo debe hacer el gobierno de Enrique Peña Nieto al respecto.
Leído en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=257987
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