La primera muerte. Un joven de 18 años visita a su abuela en la ciudad dormitorio de Ferguson, en el norte de San Luis, Missouri. Como la mayor parte de los habitantes de su barrio, Michael Brown es negro y de escasos recursos. Ha terminado la preparatoria y está a punto de ingresar a Vatterott College. Según informaciones reveladas por la Policía tras el incidente -lo que sus familiares y vecinos denunciaron como un torpe intento de justificación-, el muchacho pudo haber participado en el robo de cigarros minutos antes de toparse con el oficial Darren Wilson. Brown no tenía, hasta el momento, antecedentes penales. En cualquier caso, Wilson no estaba al tanto del supuesto hurto cuando disparó contra el muchacho. Seis veces. Cuatro en el cuerpo y dos en la cabeza, según la autopsia. El chico estaba, sin duda, desarmado.
La segunda muerte. Un fotorreportero de 41 años de Rochester, New Hampshire. Después de colaborar en distintos medios, James Foley empezó una carrera independiente que lo llevó a los escenarios bélicos más peligrosos del planeta. Ávido por documentarlos, en 2011 se adentró en Libia y fue detenido por fuerzas leales a Gadafi, las cuales no dudaron en asesinar a uno de sus colegas, Anton Hammerl. Foley permaneció 44 días en cautiverio. Una vez liberado, volvió a trabajar para GlobalPost y France Presse. En 2011 fue capturado en el noroeste de Siria cuando seguía la pista de otros periodistas secuestrados. Aquí las informaciones se tornan confusas: hay quien afirma que fue detenido por fuerzas leales a Bashar al Assad y entregado al ISIS, el Estado Islámico de Iraq y de Levante. En 2014, apareció un primer video: los yihadistas lo obligaban a pedir el cese de los bombardeos estadounidenses. Días después, otro: luego de que su Gobierno se negase a pagar por su rescate, Foley fue decapitado.
Dos muertes innecesarias. Dos muertes criminales. Dos muertes inútiles. Michael Brown y James Foley. Dos muertes que, de la manera más brutal posible, ponen en evidencia dos monumentales fracasos de Estados Unidos como Nación y como potencia global. Cuando Barack Obama ganó las elecciones, se convirtió en un símbolo doble: el primer negro en llegar a la Presidencia y el carismático orador que prometía sacar a su Patria de las desastrosas campañas militares decretadas por su predecesor. Pero los símbolos difícilmente alteran la realidad.
Seis años después de la elección de Obama, las protestas por el asesinato de Michael Brown, y a continuación los brutales enfrentamientos entre los pobladores y la Policía de Ferguson, ponen en evidencia que el problema racial en Estados Unidos no se ha cancelado sólo porque un negro hoy ocupe la Presidencia. En esas depauperadas zonas del Medio Oeste, los negros siguen teniendo niveles de vida mucho peores que los blancos. La mayor parte de los internos en las cárceles son negros. La mayor parte de los criminales condenados a la pena capital son negros. Y las esperanzas de una vida mejor de la mayor parte de la población negra no han hecho más que descender.
Seis años después de la elección de Obama, Iraq vuelve a ser un polvorín. Nadie duda de que Saddam Hussein era un dictador brutal, pero George W. Bush ordenó la invasión aduciendo los eventuales contactos de éste con al Qaeda y otros grupos radicales. Lo cierto es que, si en 2002 apenas había yihadistas en Iraq, la guerra los llevó allí, donde ahora no sólo controlan importantes zonas del País, sino que se han vuelto aún más cruentos y radicales. En otras palabras: la infausta incursión estadounidense en Iraq provocó justo lo que se proponía evitar.
Por supuesto, Obama no es el culpable de este doble fracaso. La dinámica social -y racial- de las zonas más pobres del País, por un lado, y la imprevisión y la hubris de los republicanos en su aventura levantina, por el otro, han acabado por ser mucho más poderosos que las edificantes palabras del primer Presidente negro. Lo terrible es que, si hace seis años parecía que su admirable retórica podría cambiar el mundo, hoy quedan pocas esperanzas de que sea así. Más allá de su paulatina recuperación económica tras la Gran Recesión, Estados Unidos se halla sumido en una devastadora crisis. Un País cada vez más incapaz de resolver los problemas de sus habitantes más desfavorecidos -para empezar, millones de afroamericanos e inmigrantes sin papeles- y de recomponer esa zona del mundo que, debido a su infausta incursión, se ha vuelto más fanática y violenta que nunca.
@jvolpi
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