Que la vida es injusta es una de las muchas enseñanzas que he recibido de mi madre que hoy tiene 98 años de edad. “La vida es injusta”, me respondió cada vez que, de niño, llegué a decirle que alguna de sus decisiones u órdenes no se me hacían justas. Los años me han demostrado que mi madre tenía razón y que vivimos en un mundo que no está hecho para complacernos y que casi todo lo que sucede a nuestro alrededor no debería ocurrir si prevalecieran la paz, la justicia y la buena voluntad.
La vida y el mundo son injustos, definitivamente, y el tiempo se encargará de demostrar qué tanto lo son cuando, dentro de algunos años, estén midiéndose los beneficios que para la mayoría de los mexicanos supuestamente traerán las 11 reformas estructurales aprobadas por el Congreso de la Unión durante los primeros 21 meses de la administración del presidente Enrique Peña Nieto.
Hoy, el presidente presume en la propaganda alusiva a su Segundo Informe de Gobierno que uno de sus éxitos es haber logrado la aprobación de 11 reformas estructurales: la energética, la de telecomunicaciones, la de competencia económica, la financiera, la hacendaria, la laboral, la educativa, la político-electoral, la de transparencia, la del código nacional de procedimientos penales y la de la ley de amparo.
Para lograr cada una de ellas, Peña Nieto y sus principales colaboradores y operadores supieron forjar las alianzas necesarias con los dos principales partidos de oposición -PAN y PRD- para lograr el histórico Pacto por México. Gracias a este acuerdo se lograron los votos necesarios para que en ambas cámaras del Congreso aprobaran las reformas arriba anotadas.
Ahora bien, el presidente no tendría nada que presumir si los presidentes del PAN y PRD hubieran rechazado sus propuestas y sugerencias o si sus operadores se hubieran mostrado intransigentes y soberbios hacia la oposición. El Pacto por México fue un éxito porque todos los involucrados en él decidieron actuar con un pragmatismo inusitado y raramente visto en los políticos de nuestro país. Por eso, Peña Nieto reconoce que el pacto fue posible gracias a la participación de los tres principales partidos del país.
En resumen, la aprobación de las 11 reformas es un éxito de los priístas y de la mayoría de los panistas y perredistas que lograron que fueran aprobadas en el Congreso de la Unión y, tratándose de las que implicaron cambios a la Constitución, en la mayoría de los congresos estatales. Un triunfo, pues, de todos los involucrados en el proceso.
Ahora le toca al gobierno de Peña Nieto aterrizar las reformas o, como él mismo lo dijo hace unos días, pasar “ de las reformas en la ley a las reformas en acción”.
Desde hace varios días los principales dirigentes de la oposición dicen que ellos ya cumplieron al apoyar la aprobación de las 11 reformas y que ahora el presidente es el único responsable de que éstas se traduzcan en beneficios palpables para la población.
Se puede estar o no de acuerdo con lo que dicen los líderes panistas y perredistas, pero es un hecho de que la historia y los mexicanos calificarán la gestión del actual presidente de acuerdo al éxito que tenga o no para poner en acción las 11 reformas. Los fracasos serán de él y su gobierno, de nadie más.
El mundo es injusto.
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